4

De escritores y pintores

Vico

El claustro rojo

Juan Vico

Sloper, 2014

ISBN: 978-84-942494-9-5

132 páginas

14 €

XI Premio Café 1916

 

 

Rebeca García Nieto

Decía Virginia Woolf en una de sus cartas que al escribir sentía la belleza derramarse por su pluma, “como si vertieras una gran jarra de champán sobre una horquilla[1]. Decía también que la belleza es, ante todo, color, y que los grandes escritores son impresionistas, además de músicos[2]. En otros países, han sido muchos los retratistas en prosa (Balzac, Stendhal, George Sand o, más recientemente, el genial Pierre Michon); en el nuestro, no hay tanta tradición de aunar literatura y pintura. Se me viene a la cabeza La luz es más antigua que el amor, de Ricardo Menéndez Salmón. Y ahora, también, Juan Vico.

Llegados a este punto, al ver el nombre de Vico compartiendo párrafo con Woolf o Michon, habrá quien piense que estoy poniendo por las nubes el libro de alguien a quien conozco. Dejemos las cosas claras antes de seguir: colaboro en Quimera, la revista de la que Vico es redactor jefe, y, por regla general, no suelo reseñar libros de conocidos. En esta ocasión he quebrantado esta regla porque creo que el libro merece la pena. No es la primera vez que leo un libro suyo. El año pasado leí su novela El teatro de la luz y no puedo decir que me deslumbrara tanto como este Claustro rojo. Creo que Vico gana en las distancias cortas, que se mueve mejor en las aguas del relato que en las de la novela, probablemente por la carga poética de sus textos (se nota que también escribe poesía -de hecho, en Still life, algunos pintores, como Brueghel, Rothko o Bacon asomaban por entre sus versos-).

Por otra parte, no estoy diciendo que Juan Vico escriba «como» Woolf o «como» Michon, entre otras cosas porque Juan Vico escribe como Juan Vico, algo que parece una obviedad pero que no siempre es así, ya que no todos los escritores tienen un estilo propio reconocible. Vico no se parece a esos autores en cuanto a estilo, sino en cuanto a la temática que aborda. Como ocurre en Señores y sirvientes o Los once, de Michon, el arte, especialmente la pintura, es el hilo conductor de los once relatos que componen El claustro rojo. El juego entre lo real y lo ficticio, como sucede también en La luz es más antigua que el amor, de Menéndez Salmón, es constante. En los relatos de El claustro rojo, los lienzos imaginarios conviven con los cuadros reales al igual que los personajes ficticios cohabitan con Degas, Schiele o Rimbaud. El ángulo desde donde Vico decide observar al retratado, desde una perspectiva “tangencial”, a través de narradores que permanecen en el margen de la vida narrada (como el médico que atiende a Pietro, discípulo de Piranesi, en el relato «La herida mineral», o el hermano novicio que escucha la confesión de otro hermano moribundo en el relato cuyo título da nombre a esta colección), es también el elegido por Michon en algunas de sus obras. Hasta aquí, los parecidos.

De El claustro rojo me ha gustado la capacidad que demuestra su autor para recrear diferentes ambientes, desde un convento a una sesión de espiritismo, y resultar creíble. Los personajes están bien perfilados y su lenguaje es apropiado a la época y condición social que les ha tocado. Aunque, obviamente, algunos relatos me han gustado más que otros, en líneas generales, la prosa me ha parecido elegante. Ya desde el primer relato, «Salida en falso», el narrador nos da algunas pistas sobre el libro que tenemos entre manos: “La atención a lo engañosamente accesorio, la desviación intencionada del punto de vista, influiría decisivamente en mi concepción del trabajo de escritor” o “Que Degas ha influido en mi trabajo en mayor medida que ningún escritor es algo que sospecho desde hace mucho. Por encima de todo aborreció el exceso de literatura que contamina a tantas obras de arte, de igual modo en que yo probablemente abomino del exceso de literatura que lastra tantas obras literarias”. Más adelante, en «Fleurs», la “modesta pintora” que lo protagoniza apunta: “Decirlo todo sin apenas decir nada, esa tiene que ser la clave. Escribir sobre el delicado cuello de una amante y pensar en la frondosidad de su escote”. Estas frases resumen, en mi opinión, el espíritu del libro. También el primer relato parece dar explicaciones sobre los personajes que lo protagonizan: “Un carácter complejo con una vida desprovista de grandes sucesos. Un perfecto héroe contemporáneo. Una biografía modelada en hueco. Un drama vuelto del revés”. Esta frase, dicha por el narrador a propósito de Degas, es aplicable a la mayor parte de personajes de esta colección.

De entre todos los relatos, destaco «Fleurs», «La herida mineral», «Tuyo es el siete», «Canlassi», «Moravia» y «Cuerpo presente». «Fleurs» está narrado desde la perspectiva de una modesta pintora que vive a la sombra de su marido, el también pintor Henri Fantin-Latour. “Las damas respetables no deben ensuciar su mente con ese tipo de lecturas”, le dice Fantin-Latour a su señora, ignorando lo enfangada que la tiene…  La herida mineral cuenta la historia de un alienista y su paciente, Pietro, un discípulo del genial Piranesi atrapado en una especie de cárcel imaginaria, hecha de palabras, similar a las Carceri d´ Invenzioni que harían famoso a su maestro. Magistral. «Tuyo es el siete» cuenta los vaticinios de un médium en una sesión de espiritismo a la que asistió, entre otros, Arthur Cravan, literato excéntrico sobrino de Oscar Wilde… La historia del cuadro La mujer del comerciante, del que no he encontrado pruebas de su existencia fuera de las páginas del relato «Canlassi», me ha parecido fascinante. Así como el relato que cierra la colección, «Cuerpo presente», que hace un hueco al lector al empezar a tutearle y reflexiona sobre el cuerpo que somos, sobre el hecho de que ocupamos el sitio dejado por otro a sabiendas de que algún día nuestro sitio será ocupado a su vez por un tercero. En definitiva, me ha parecido una colección de relatos brillante que resumiría en dos palabras: inteligente y elegante.


[1] “One should be a painter. As a writer, I feel the beauty, which is almost entirely colour, very subtle, very changeable, running over my pen, as if you poured a large jug of champagne over a hairpin.” Virginia Woolf. The letters of Virginia Woolf: Volume Six, 1936-1941.

[2]All great writers are great colourists, just as they are musicians into the bargain”. Virginia Woolf, Walter Sickert: A Conversation.

admin

4 comentarios

  1. Hola Alquimista:
    Creo que el libro merece la pena. Un saludo y muchas gracias por tu comentario.

  2. La verdad es que, tal y como lo cuentas, el libro tiene muy buena pinta. Lo leeré. Me has dejado maravillado además con las citas de Virginia Woolf.

  3. Gracias, Cora! Virginia Woolf es siempre fascinante. Sus diarios y sus cartas son tan literarios como los de Kafka. Auténticas joyas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *