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De lo cotidiano y de lo íntimo

ANA BELÉN MARTÍNEZ |«Cada mañana tengo una cita con la belleza del mundo. […] La belleza del mundo es discreta, conoce el esplendor de la humildad», escribe Christian Bobin en Autorretrato con radiador, un libro redactado en forma de diario tras la muerte de su mujer. El escritor francés rastrea la belleza del mundo en el detalle más nimio. En la actitud de una flor. En la caída de un copo de nieve. En la «rabieta» del viento al empujar las hojas de los árboles… Luego congela cada detalle en unas páginas que, pese a todo, celebran la vida. 

¿Por qué se escribe un diario íntimo?, se pregunta Francisco Umbral en Mortal y rosa.«No por vanidad, ya, a estas alturas y en mi caso, ni por egocentrismo, ni por vedetismo, sino por buscar la sencillez última, por huir de ese artificio que en último extremo suponen todos los géneros literarios». Son diversas las razones por las que alguien se detiene a plasmar el paso de los días en una hoja en blanco. En secreto y confesión, o no. Como terapia, o no. Como cajón desastre, o no, el diarista escribe sobre su esfera privada, su vida interior, sus ideas y pensamientos. Tal vez una de las razones —más importantes— radique en la búsqueda de un significado vital, el otorgar un sentido a lo que sucede y, a su vez, el diario sirva al que lo lee como respuesta a esa indagación. «Cuando hablo de mí, hablo de vosotros», decía Victor Hugo

Otro explorador de lo cotidiano —y de lo íntimo— es el escritor y periodista cultural Eduardo Laporte (Pamplona, 1979), prueba de ello es una de sus últimas publicaciones: Tiempo ordinario (Papeles mínimos, 2021). El segundo volumen de sus diarios, que comprende el periodo de tiempo entre 2017 a 2020 y cuyas entradas aparecen sin fechar.

«¿Qué escribimos en los diarios? 

Ni lo más relevante ni lo más novelesco. Jirones de algo quizá valioso». 

Madrid. Los vecinos de Vallecas. La literatura. La muerte. La amistad. El mundillo cultural. La música. Los sueños… El diario de Laporte es un baúlque saca a relucir algunos de los atuendos de sus días. De texturas y colores heterogéneos, la composición de momentos laportianos aúna toda clase de luces y sombras. El autor navarro bucea en sus recuerdos y se zambulle en el presente. Observa el ritmo de la vida y se detiene a retratarlo con pinceladas impresionistas. 

«Un rayo de sol se coló en el banco, en una sucursal del paseo de las Delicias. 

Le caía al cajero en el rostro, dibujando un zigzag como de David Bowie, 

pero él no se apartaba. “Solo ocurre unos días al año, 

con el solsticio de invierno”. Un diario debería estar poblado 

de imágenes como esas». 

En las páginas de este barojiano, puntilloso máximo ante las erratas y defensor de un Madrid libre de bares con mermeladas de melocotón y fresa, también se cuela algún que otro trazo sobre la actualidad, como ocurre con la pandemia —cómo evitarla—. No obstante, el propio Laporte asegura que lo que pretende al escribir es escapar de esa actualidad. El eje en torno al cual gira todo el diario es la literatura. «Si es tu guerra, no tienes miedo». La carrera literaria, las lecturas, las novelas inéditas guardadas en un cajón, un premio que pasa de largo… La vida de un escritor en primera persona.

«La literatura no está para decir verdades. Verdades convencionales. De ellas se encarga el periodismo, el ensayo, la no ficción. Ni siquiera un diario que aspire a ser literario puede decirlas; el diario íntimo se mueve en el terreno de las verdades literarias, que son de otra pasta». 

Encontramos a un Laporte de mirada más sobria pero cargada de lirismo. Un Laporte más desencantado, aunque con la misma sal ingeniosa que caracterizan sus textos. «Soy un melancólico con humor. Un solitario con amigos». He advertido menos dardos que en Diarios (2015-2016), el primer volumen. Menciono lo de dardos porque sus diarios contienen lo feo que sucede con los otros y los «chascarrillos». Historias incómodas que Laporte no oculta. Por otro lado, he echado de menos alusiones a su experiencia personal como donante de médula ósea y a la que se refirió en un medio digital. Un acto noble y ejemplarizante que hubiera estado bien compartir en estas páginas, puesto que la salud es un tema recurrente en este autor. «La enfermedad como recordatorio del valor del silencio de los órganos». Supongo que el bien, como dicen, no hace ruido. Pudiera ser que esa experiencia no se incluya precisamente porque no forma parte de ese tiempo al que apunta el propio título del libro: el ordinario.

Eduardo Laporte es autor de Postales del náufrago digital (Prames, 2008), Luz de noviembre, por la tarde (Demipage, 2011), Habana 2009 (SubUrbano, 2013), La tabla (Demipage, 2016)  o Barojiano y todo lo contrario (Ipso, 2018). Este noviembre publica En presencia de Battiato (Sílex, 2021), una biografía sobre el músico siciliano.

Tiempo ordinario conforma un diario honesto de prosa limpia, elegante y vacía de ruido. Laporte no se anda con rodeos ni inventa florituras, su intención es alcanzar lo preciso. Ir a lo esencial mediante el aforismo y la reflexión. Un escritor que apunta y atraviesa la diana de la mirada poética. El diario de un rastreador, que como Christian Bobin, cada día tiene cita con la belleza del mundo.

«Ser consciente del poder oloroso de las palabras. 

Introducirlas en ese frasco que es el folio y 

dejar que poco a poco suelten su aroma».

Tiempo ordinario (Papeles Mínimos, 2021) | Eduardo Laporte | 144  páginas | 15 €

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