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Decir lo que se siente y como se siente

PoéticaVICTORIA LEÓN | Más de veinte años después, se reedita este título publicado en 1995 por Llibros del Peixe que recoge, editado e introducido por José Luis García Martín, un libro compuesto de diversos textos originados al calor de discursos, prólogos y polémicas, aunque vinculados por su unidad de propósito y su carácter de reflexión teórica: la exposición de aquella misma teoría poética que Cernuda, en sus Estudios sobre poesía española contemporánea, elogiaba en Campoamor contraponiéndola a una supuesta praxis fallida. Aunque el dictamen del poeta sevillano, a pesar de su habitual brillantez crítica, pareciera dejarse llevar en aquel caso más por viejos prejuicios y forzadas analogías con la poesía victoriana inglesa que por criterios objetivos.

La introducción de García Martín lleva por título una pregunta reveladora, “¿El primer poeta español contemporáneo?”, que es en sí misma una afirmación. No ha ocupado nunca Campoamor en la historia literaria de nuestro país el lugar que merece. Pero el discípulo de Espronceda es, sin duda, el primer poeta español contemporáneo que decidió renovar el lenguaje poético y superar, desde la antirretórica, las retóricas envejecidas que lo lastraban, abriendo un camino que seguirían consciente o inconscientemente los Machado, el propio Cernuda, Gil de Biedma o Ángel González, por no hablar de esa generación renovadora del lenguaje poético más cercana a nuestro tiempo, integrada por autores como Javier Salvago, Jon Juaristi o Luis Alberto de Cuenca.

Nos advierte García Martín que la Poética de Campoamor (publicada por primera vez en 1883, aunque más tarde conociera una edición aumentada en 1890) no pretende ser ningún manual de preceptiva literaria, sino la “defensa apasionada” de un “sistema literario” en la que destaca la capacidad de autocrítica, unida a enormes dosis de inteligencia e intuición. Las mismas cualidades que demostraba en una poesía, cualesquiera otros méritos que hoy podamos concederle o negarle, capaz de unir prosaísmo, ironía y sutileza psicológica: suma de ingredientes cuya eficacia queda solo al alcance del talento y de una gran sabiduría poética. Pues pocos poetas del siglo diecinueve español demostraron mayor conocimiento del alma humana trasladado a unos versos que hoy podrán parecernos sentimentales y ajenos a nuestros modos contemporáneos, pero poseen el encanto de su profunda humanidad y su en absoluto impostada franqueza.

En el capítulo inicial del libro nos informa Campoamor de que “la mayor parte de este trabajo literario fue leído en el Ateneo de Madrid” en 1879, y no es desdeñable el carácter de discurso oral, avivado por las polémicas y controversias del momento, de estas apasionadas reflexiones que describe como “pensamientos inconexos sobre el arte en general y la poesía en particular”. Pero, si en verdad se trata de pensamientos inconexos o de un mero tópico de falsa modestia, lo descubrirá el lector recorriendo algunas de las máximas que jalonan este libro ameno y de mucha más actualidad de lo que a primera vista pueda parecer. “Los escritores humoristas tienen sobre los exclusivamente serios y los totalmente alegres una superioridad de miras incontestable”. “La poesía verdaderamente lírica debe reflejar los sentimientos personales del autor en relación con los problemas de su época”. “El culteranismo es muy fácil; lo difícil es escribir con naturalidad”. “Solo el ritmo debe separar el lenguaje del verso del propio de la prosa”. “Los buenos escritores son niños grandes que dicen lo que sienten y como lo sienten”.

Niños grandes como Shakespeare o Cervantes. Renovadores de géneros y de lenguajes poéticos sin los que no podría entenderse, y acaso no hubiera sido la misma, la historia literaria de una lengua. A esa estirpe de niños grandes quiso pertenecer Campoamor. “Con Pequeños poemas he querido dar forma a unas composiciones que reuniesen todos los géneros poéticos, desde el epigrama y el madrigal hasta la oda y la epopeya. La idea es un poco presuntuosa. Pero no me parece censurable por lo revolucionaria”, decía alguien para quien solo existían dos tipos de poesía en el mundo: el “de más acá y el de más allá” de las cosas; la poesía de “lo que se ve” y es forma y superficie, y la poesía de “lo que no se ve”, que define como ver intuitivamente lo que no se alcanza a primera vista para mostrar al lector el punto en que “las ideas iluminan los hechos”, una especie de otro lado de lo material donde no se entiende sentimiento sin pensamiento.

Pues, además de librar su personal batalla contra todo lo ampuloso, afectado y superficial y contra el lenguaje agotado de culteranos, clasicistas y románticos, supone la poética de Campoamor una reformulación de la profundidad que queda cifrada en la indagación psicológica, en el estudio de “las reverberaciones que iluminan las sinuosidades del corazón humano”. Campoamor defiende un arte trascendente, que es lo contrario de un pseudotrascendentalismo que llama “patólogico” e identifica con un subjetivismo vacuo, excesivo y sin objeto al que dedica algunas de sus más vehementes invectivas.

“Siéndome antipático el arte por el arte y el dialecto especial del clasicismo, ha sido mi constante empeño el de llegar al arte por la idea y el de expresar esta en el lenguaje común”. Ese fue el noble propósito de un autor que hizo mucho más por la poesía contemporánea de lo que la contemporaneidad le reconoce.

Poética (Renacimieto, 2017), de Ramón de Campoamor | 212 páginas | 15,90 euros | Edición de José Luis García Martín

admin

Un comentario

  1. “el discípulo de Espronceda es, sin duda, el primer poeta español contemporáneo que decidió renovar el lenguaje poético y superar, desde la antirretórica, las retóricas envejecidas que lo lastraban”

    Bueno, yo creo que, sin excepción, todos los poetas de todas las épocas, escriben en el dialecto de su tiempo y piensan que sus antecesores escribían en una retórica envejecida. A mí Espronceda, sin ir más lejos, me parece inmensamente más moderno. Creo que la revalorización de Campoamor, un poeta cuya obra en realidad tiene un, por así decirlo, valor un tanto discutible, por no decir ausente, no dejó de ser un intento más o menos exitoso por parte de unos determinados autores de crear dentro de la literatura española una tradición que no existía. Lo cual no tiene en sí mismo nada malo, puesto que todas las tradiciones se crean a posteriori, excepto si trata de poner al pobre Campoamor como un equivalente hispánico a Wordsworth y Coleridge, lo que no se merecen ninguno de los tres. Pero, vamos, eso es solo mi punto de vista.

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