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Del ver a la emoción

9788490661789ANTONIO RIVERO TARAVILLO | Hay una poesía arriesgada, experimental, que coquetea con la vanguardia o es seducida por ella, un poco ingeniera de caminos genial o genialoide que salva cuestas o pone curvas donde no las había, por el gusto de complicar y echarle un pulso al horizonte, y otra más de peón caminero, de arriero incluso, que recorre y mantiene expedita la senda conocida; esta última no tiene por qué ser, sin embargo, algo trillado, cosa manida que suene a latón hueco, lorito de repetición o epígono: una hermosa alameda puede caminarse con deleite sin que sus árboles y el paisaje en derredor tengan que verse desfigurados por una ramificación surrealista, una poda caprichosa, extravagante.

La obra de Eloy Sánchez Rosillo aporta pocas novedades, pero ahonda cada vez más en el círculo de sus preocupaciones, y con resultados, como se ve en Quién lo diría, nuevamente (con lo que esto tiene de oxímoron concentrado en una sola palabra que aúna lo repetido y lo prístino). Por eso goza del favor de los lectores de poesía que aun siendo exigentes (que no se conforman con sensiblerías, desgarros desarticulados, verborrea) aprecian la sencillez, la emoción, el reflejo nada valle-inclanesco de la experiencia seguramente similar a la propia pero difícilmente expresada con palabras mejores.

Sánchez Rosillo se alzó con el Premio Adonáis con Maneras de estar solo (1978). Ese y sus cuatro libros siguientes fueron recogidos en Las cosas como fueron. Poesía completa (1974-2003). En la misma editorial Tusquets han ido apareciendo luego La certeza (2005), Oír la luz (2008), Sueño del origen (2011), Antes del nombre (2013) y ahora este, lo adelanto ya, también hermosísimo volumen, redondo de factura y contenido.

Muchos libros, incluida la generalidad de la prosa, se reseñan con la impresión acumulada de la lectura y un puñado de notas o subrayados, peldaños que ascienden o bajan por la escala de la recomendación o el desprecio. Los grandes, y casi todos los de buena poesía, invitan a la relectura. Es esta una curiosa experiencia que combina un punto de iluminación clarividente, pues ya hay como una anticipación de lo que se va a encontrar, con un –si la calidad acompaña– disfrute intensificado y más hondo. Esto es lo que me ha sucedido con Quién lo diría: que sin andar sobrado de tiempo, me he concedido el lujo de la lentitud y de volver sobre sus páginas.

El poeta se fija en lo humilde, y una tarde percibe que sus ojos no verán “más lleno de perdón y eternidad, / que aquel muro que enciende y transfigura / unos momentos sólo el sol poniente.” Contemplador de un muro, de una muchacha, de una calle antigua, el poeta se pregunta entonce en “Lugares”, un poema casi antiguo al anterior, “Desde mi cuarto”: “¿Sucede la belleza sin nosotros / o la crean los ojos al mirarla?” Y un poco más adelante, en uno de los poemas más bellos, una pregunta que de algún modo dialoga con el título: “¿Quién dirá que no dicen / nada las cosas, que en su estar ahí / permanecen herméticas, distantes?” Hay melancolía en muchos versos, pero es serena y predomina el tono de conformidad con el mundo, con la armonía: “Transcurre así la tarde, en el remanso / de este silencio unánime que en realidad no es / silencio, sino cántico.

La poesía, esa funambulista, ha de mantener equilibrios entre lo arriesgado y lo seguro, la clase de preceptiva y los novillos para corretear. Para dar pasos firmes y que no sean el tictac del metrónomo, sino latidos, hace falta una sensibilidad aguzada para las palabras y un modo de sentir –el cual consiste en un ver extremado, consciente– que pocos tienen y que en Eloy Sánchez Rosillo abunda, exuberante.

Quién lo diría (Tusquets, 2015), de Eloy Sánchez Rosillo | 152 páginas | 14 €

admin

2 comentarios

  1. Efectivamente, ¡qué gran libro! Creí que después de «Antes del nombre» nada de Sánchez Rosillo me iba a impresionar, pero llevo dos semanas dándole vueltas a este «Quién lo diría». Y me sorprende cada vez más su sencillez. ¡Cuánto ha de costar escribir así de sencillo! Hay poemas sublimes y perdón por la palabra. Es una osadía decirlo, pero creo que con Margarit y Janés, lo mejor.
    Un abrazo
    Eduardo

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