4

Dependencias bernhardianas

Sara Mesa

Escribo esta reseña inmersa hasta el fondo en el universo Bernhard. Este verano he leído una decena de sus libros, devorándolos obsesivamente, y todavía sigo. Autor que me cautiva, que me perturba, que me hace querer saber más de su mundo, de su literatura, de su vida. Autor que derrumba gran parte de los prejuicios literarios establecidos, dando vueltas y vueltas sobre los mismos temas sin que por ello termine de agotarse. Autor visceral, peligroso si uno no pone la suficiente distancia. Como dijo su traductor Miguel Sáenz (Premio Nacional de Traducción), leer a Bernhard, además de poder cambiar la vida a una persona, produce dependencia, “y hay quien cree que no se trata sólo de una dependencia psicológica, sino también física”.

Como en este blog reseñamos novedades, me centraré en dos reediciones recientes de dos de sus más famosas novelas: Trastorno, de 1967, y El malogrado, de 1983, ambas tan recomendables como pudiera serlo cualquier otro libro del austríaco.

Trastorno
Thomas Bernhard
Alfaguara, 2011
ISBN: 978-84-204-0747-0
201 páginas
17 €
Traducción de Miguel Sáenz

Trastorno es una de las primeras grandes novelas de Berhard, probablemente la que lo lanzó definitivamente a la fama (y también al ostracismo en su propio país). En ella se relatan las visitas de un médico en la región de la Estiria a través de la narración de su hijo, un joven estudiante que pasa con él el fin de semana. Al principio uno se acuerda de las visitas médicas que recogió Bulgakov en Morfina, aunque en este caso la ternura y comprensión hacia los enfermos queda excluida por completo. El mundo descrito por Bernhard es brutal y claustrofóbico: el paisaje de la alta montaña austríaca, con sus estrechos valles, cumbres nevadas, ríos tumultuosos y construcciones aisladas (molinos, pabellones de caza, transformadores de energía), alberga a una sociedad enferma en su conjunto. El mismo médico, se dice, “se había acostumbrado ya a ser víctima de una población básicamente enferma, propensa a la violencia y al desvarío”, o incluso, más concretamente, “los hombres de la Estira nororiental tienen características inconfundibles, una tendencia ilimitada a la mística de la consanguinidad, un ritmo de lenguaje y movimientos especialmente apáticos y abúlicos” (no es de extrañar que con afirmaciones de este tipo, que abundan en las novelas de Bernhard, el escritor se conviertiese de inmediato en un personaje ‘non grato’ en su propio país).

El comienzo de la novela (la muerte de una posadera a causa de un golpe que le atiza un minero borracho, sin motivo alguno) muestra desde el inicio la crueldad y el absurdo de la existencia. La vida rural es despojada de toda idealización (“en el campo, la brutalidad, lo mismo que la violencia, era la base de todo”), el sobrecogedor paisaje de la montaña excluye toda imagen de tranquilidad (“la Naturaleza, cuando más pura e imperturbada está, tanto más siniestra resulta”). La palabra “siniestro” se repite incansablemente: todo resulta siniestro, los personajes, los lugares, lo que sucede y lo que no llega a suceder pero se piensa. El mundo de la enfermedad -que tan bien conoció el propio Bernhard, devastado por males pulmonares toda su vida- es un mundo de miseria moral, y la medicina una ciencia sin humanidad y sin sentido, algo que reconoce el mismo médico: “no hay nada más siniestro que la medicina”, confiada “al azar y la insensibilidad total”.

En Trastorno aparecen todos los grandes temas bernhardianos: el suicidio, los dramas familiares, la figura de la hermana oprimida, la corrupción de los sistemas educativos, la búsqueda obsesiva del aislamiento para la consecución de un anhelo artístico que lleva a la locura. Sin embargo, a diferencia de otras de sus grandes novelas (Helada, La Calera o Corrección), el estilo, al menos en la primera parte, es más diáfano, carece de las repeticiones que caracterizan al autor y está construido con frases sencillas e incluso puntos y aparte, toda una rareza en su literatura. En la segunda parte, formada casi al completo por el discurso del príncipe Saurau (un noble decadente y trastornado, pero con destellos de genialidad), el estilo se adensa y se complica, con repeticiones y circunloquios, palabras marcadas, verbos de dicción situados de forma anómala: en definitiva, el ritmo asfixiante que se ha relacionado con la propia respiración enferma del autor.

Todo en la narrativa de Bernhard apela a la decadencia y a la putrefacción; el ritmo vital es perturbado, la calma es enfermiza, el aire siempre está estancado, o es tan frío que impide la respiración. Puede encontrarse, sin embargo, belleza en escenas como la de los pájaros exóticos estrangulados y dispuestos ordenadamente sobre un tablón para ser disecados, o en discursos de personajes tan dementes como lúcidos, siempre marcados por el deseo de suicidio, el aislamiento y la aniquilación. También hay, cómo no, humor, un humor soterrado y negrísimo que no es más que la otra cara de la tragedia, como el mismo príncipe Saurau admite: “el elemento cómico o divertido de los hombres se manifiesta más marcadamente en su sufrimiento, lo mismo que el sufrimiento se manifiesta en lo cómico…”, y también “cuando veo hombres, veo hombres desgraciados. Son personas que arrastran por las calles su sufrimiento y convierten así el mundo en una comedia que, naturalemente, hace reír”.

Opuestos encontrados: otro rasgo bernhardiano. Atracción y repulsión. Delicadeza y crueldad. Lucidez y locura. El discurso del príncipe Saurau es atrayente e inquietante por su capacidad de aunar lo estúpido con lo genial. Recorriendo con el médico y su hijo las murallas de su castillo, el príncipe monologa sin descanso. “En mi cabeza -dice- existe realmente una devastación inimaginable”. La fascinación que ejercen sus palabras sobre el hijo del médico es enorme, y apuntan a una extensión (o contagio) de su trastorno. Mucho cuidado.

El malogrado

Thomas Bernhard

Alfaguara, 2011

ISBN: 978-84-204-0690-9

146 páginas

16 €

Traducción de Miguel Sáenz

El malogrado es una novela breve, que se lee de un tirón pero que tiene efectos duraderos, como casi todo Bernhard. Posterior a Trastorno, su estilo es ya plenamente reconocible: circular, obsesivo, fatigoso, trabado. Si uno prueba a leerlo en voz alta, se siente la asfixia: así vivía y respiraba Bernhard. El narrador, en este caso un hombre maduro, pianista en su juventud, rememora su relación con dos compañeros del pasado, estudiantes de piano: uno que alcanzó la fama por su genialidad (representado por el histórico Glenn Gould) y otro que acabó suicidándose, a pesar de su virtuosismo, precisamente por su falta de genalidad (Wertheimer, que representa al “malogrado”). La historia pivota sobre los tres extremos, y abarca temas como la obsesión por el arte, la necesidad de aislamiento y de autodestrucción, la desesperación y, cómo no, otra vez el suicidio.

Precisamente comienza la novela con una autocita: “Un suicidio largo tiempo calculado, pensé, no es un acto de desesperación espontáneo”, lo cual recuerda a las palabras del príncipe Saurau en Trastorno: “todo en la vida del suicida -ahora sabemos que durante toda su vida ha sido siempre un suicida, que ha llevado una vida de suicida- es causa o motivo de su suicidio”. El narrador bucea en la biografía de su ¿amigo? Wertheimer para concluir que, desde el inicio, estaba abocado a matarse. El malogrado se somete al proceso de aniquilación propio de otros personajes de Bernhard, como el Roithamer de Corrección, aunque desprovisto de su genialidad. Como él, deja cientos de miles de papeles escritos pero, a diferencia de él, nadie podrá estudiarlos, porque han sido quemados.

Los tres personajes se dedican a la música como una acción contra sus familias y contra el público, de una manera obsesiva y “monstruosa”, pero únicamente Glenn Gould alcanza la maestría, lo cual ocasiona la destrucción y el abandono de Wertheimer. El malogrado, “ese hombre de callejón sin salida”, como lo define el narrador, se convierte en un personaje déspota y demente, que tiraniza a su hermana en una relación que recuerda a la del matrimonio de La Calera.

Repetidamente se nombran las Variaciones Goldberg de Bach como detonante del suicidio del malogrado, y no es difícil atisbar una relación entre estas variaciones y la prosa repetitiva de la novela a partir del mismo tema de fondo: la obsesión artística y sus consecuencias. Las variaciones incluyen paisajes diferentes, entre otros el mesón en la alta montaña como lugar siniestro, conducido por una mujer embrutecida y lasciva (como sucedía ya en Helada), el pabellón de caza reconvertido en lugar para el encierro voluntario, y la ciudad de Salzsburgo, contra la que vuelve a cargar las tintas al considerarla como “contraria a todo lo que hay en el ser humano, al cual aniquila con el tiempo”.

Con todo, lo mejor de El malogrado es sin duda su impactante y simbólico final, un turbio desenlace para una historia de devastación que debe leerse sin temor porque, a pesar de todo, quién lo diría, supone una exaltación de la vida.

admin

4 comentarios

  1. Por lo que he leído, los admiradores de Glenn Gould se sintieron ofendidos con el libro, porque el personaje no se correspondía con la persona real. Olvidaban quizá que Bernhard no pretendía hacer un retrato biográfico, sino un personaje literario que se define sobre todo por su contraste con el malogrado. De todos modos, muchos se sentían ofendidos con Bernhard escribiera lo que escribiera, de lo que él estaba encantado, claro está.

  2. Glenn Gould vs Theloniuos Monk es el tema de un librito chulísimo llamado «contrapunto» de Don De Lillo. Pa los fans de Glenn ¡¡

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *