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Descubrimiento tardío

Cimas y abismos

 

Cimas y abismos

José Luis Parra

Renacimiento, 2013

ISBN: 978-84-8472-702-6

208 páginas

12 €

Prólogo y selección de Antonio Cabrera

 

 

Antonio Rivero Taravillo

Él sí que es un verdadero maldito, me decía recientemente Abelardo Linares, el editor de este libro y, con los de Pre-Textos, de los últimos –casi todos– suyos. Y lo justificaba en el hecho de que otros van por ahí arrastrando el escándalo entre versos raramente memorables, mientras que él, este autor, desde la discreta autodestrucción y la enfermedad, retirado, ha dejado versos que no merecen el olvido.

En su prólogo atinadamente subtitulado “Estrago del tiempo y esplendor de la poesía”, Antonio Cabrera señala a José Luis Parra como el caso contrario de Rimbaud y de quienes como este dejan de escribir pronto. Y es que el poeta valenciano publicó su primer libro aceptado por él mismo (tras una entrega primeriza casi una década antes) a los cincuenta años, que es una edad que ya trae puestas las vacunas contra muchas dolencias poéticas. Desde el principio, Parra declara su intención: “Y dejaré fluir un cántico salvaje / que no reclama eternidad ni salvación pretende: // escudo que atenúe los zarpazos de la bestia, / hecha de piedra / para el mar helado que nos devora dentro.”

No se recrea Parra de forma morbosa en las derrotas de la vida; al contrario, su poesía nace de la lucidez, y es capaz de escribir también muy hermosos poemas de amor, en los que este se entrelaza con la finitud, la decrepitud, contra los que alza su voz tan emocionante y exacta: “No besaré rapiñas de la muerte, despojos / de abominable / conquista. En el espacio de inviolada memoria / te besaré, y en el último vestigio / de ti misma, que aún ondea, / agónico estandarte, / ahí te besaré, / donde es cálida la sangre e inmune a la inmundicia, / en el amor que no se rinde.” Otro poema  memorable (“Verano, 1993”) que todo amante suscribiría se cierra con estos versos: “Si volvieras… / aunque fuera tan sólo por un día / como en Méjico dicen que regresan los muertos.” En “Cuando todo termine” reconoce: “También nuestro amor pasará. Mientras digo te quiero / ya se aprestan la injuria, los celos, el reproche / y la gris procesión de costumbre y hastío / inicia su desfile.”

En “Escisión irreparable” utiliza como correlato objetivo a unos colegiales, como en otro poema lo hará con unos alumnos de instituto: en el primero, estremecedor, se siente “tan cercano a vosotros, tan distante, / sólo un piso, la altura / de un piso nos separa, y qué escisión / irreparable. Yo, arrastrado hacia la noche / en mi quietud vertiginosa; / inmóviles vosotros, detenidos / en el relámpago sin fin de la carrera.” En el segundo (“Cafetería junto al instituto”) el bebedor doblado de poeta escribe: “Ninguna plenitud / será más alta que el oscuro sótano / del vino.”

Emplea Parra la autoironía con la invocación de su propio apellido (como Luis Cernuda en “Para ti, para nadie” y Miguel d’Ors en numerosos poemas) o subrayando su condición de intruso en “Bodegón de una noche de verano”: “Tú aquí, / coronando sin gloria esta sombría / naturaleza muerta.” Hay también guiños a poemas ajenos, como el soneto “Miré los muros” de Francisco de Quevedo, la “Canción a las ruinas de Itálica” de Rodrigo Caro, la rima LXXIII de Gustavo Adolfo Bécquer, “La buhardilla” de Ezra Pound o “Gencianas de Baviera” de D. H. Lawrence, y otros textos que sin tener dependencia directa de composiciones ajenas emiten en su misma onda, como “La rodilla dorada”, que recuerda –a mí me ha recordado, sin que quede por debajo de ella– a “La política” de Yeats, donde todo palidece y se acalla ante la realidad deseada, turgente y próxima. Y también hay recreaciones de Hölderlin y Victor Hugo, pero sin culturalismo, con naturalidad, que la poesía, la literatura, forman parte de la vida cotidiana del poeta.

Este libro es –ya se anuncia en la cubierta– una antología; pero, aun así, cómo no traer aquí los títulos de los poemas –podrían ser muchos los añadidos a estos– más impresionantes: el inicial “Invocación al viento de la tarde”, de Un hacha para el hielo (1994); “Escisión irreparable”, “Canción de Kansas”, “Verano, 1993”, de Del otro lado de la cumbre; “Café Malvarrosa” y “Todavía”, de La pérdida del reino (1997); “La metamorfosis”, “Cuando todo termine”, “En el laboratorio de mi herida”, “Navidad”, “El mismo dios de lo servido”, “Desayuno”, de Los dones suficientes (2000); “Jornada en un bar”, “Lúcido delirio”, “Mechero”, de Tiempo de renuncia (2004); “La rodilla dorada” y “Canción de las cinco cucharas”, de De la frontera (2009); y “el estremecedor –más aún si cabe– “Cuando nos abandonan los muertos”, de Inclinándome, el libro de Parra que publicó muy poco antes de su muerte en 2012 Pre-Textos.

Ojalá esta reseña llamara la atención de algún lector sobre este escritor tardío, Parra, también tardíamente descubierto. Y me disculpará que sea verdad, y no, el número de páginas que he consignado, arriba, en la ficha del libro junto al ISBN y demás dígitos. Cimas y abismos las dobla o las triplica, pues invita a la relectura, a volver una y otra vez sobre sus páginas.

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