«No experimentaba deseo concreto alguno, y esto le torturaba, ya que en vano buscaba un deseo, algo que desear» (Vladimir Nabokov, Mashenka)
REBECA GARCÍA NIETO | La nueva novela de Verónica Nieto empieza con un fin, el de la pareja formada por Marta, una estudiante de Literatura Comparada, y Sasha, un músico ruso que vive en Barcelona. De este punto en adelante, su historia se bifurca: la de él se nos cuenta novelada; la de ella, en forma de diario. Ambos, cada uno a su manera, darán vueltas en torno a ese aspecto característico de la condición humana que es el deseo, y lo harán dando un rodeo inmenso «a través de Rusia». Me explico… Él aprovechará su viaje a su país natal, al que tiene que volver para arreglar unos documentos, para hacer un repaso a su vida amorosa; ella, se interrogará sobre la suya a través de la literatura rusa.
«La Novela de Sasha» cuenta el regreso de éste a su ciudad, Sarátov. La Rusia que se encuentra, una Rusia post-perestroika, post-glásnost, en pleno tránsito de un sometimiento a otro (de los ideales del comunismo al de los mercados), es muy distinta a aquella que dejó atrás; sin embargo, en algunos aspectos, cada vez se parece más a la España que ha conocido: “(…) a eso se reducía la democracia para la Rusia moderna, a una salvaje mercadocracia”. Aunque los familiares de Sasha están ilusionados con el cambio, algunos compatriotas, como su amigo Álek, empiezan a desconfiar del maná democrático: “Álek estaba asombrado con la subida del gas y la electricidad, con el incremento paulatino de todos los impuestos, poco a poco para que no duela o no despierte la rabia de la plebe, para que no se desencadene otra revolución, de tal manera que si antes estábamos sometidos ideológicamente, ahora lo estamos económicamente”. «El Diario de Marta», sin embargo, me ha resultado algo más insulso. Las cuitas amorosas de la ex de Sasha no han logrado despertar mi interés. Sí me ha interesado, en cambio, la tesis doctoral en la que está trabajando. Esta especie de ensayo encubierto sobre algunos escritores rusos, que dota de profundidad a un diario que, de por sí, no la tendría, es con mucho la parte de la novela con la que más he disfrutado. A través de la literatura, Marta intenta comprender el alma rusa. Partiendo de Anna Ajmátova y Marina Tsvietáieva, Marta concluye “[p]areciera como si, sin dolor, estas dos mujeres fueran incapaces de sentirse vivas” o “Habría que plantearse si este rasgo del sufrimiento es un rasgo puramente ruso, o de la mujer rusa, o de la mujer en general, o del tópico de la mujer en general, y casi me inclino por esto último”. En otro punto del diario, a partir de La inundación, de Yevgueni Zamiatin, y Sóniechka, de Liudmila Ulítskaya, Marta reflexiona sobre la maternidad, sobre el hecho de que, en cierto modo, ser madre y ser mujer son lo contrario: “(Ulítskaya) se adentra en un universo femenino actual donde la mujer es amante y madre y rara vez esposa, donde cada vez más es la supermujer que este nuevo mundo de mujer emancipada nos está otorgando como papel para la supervivencia”.
No voy a desvelar si al final nuestros dos protagonistas son capaces de desentrañar los entresijos de su deseo; sólo diré que, a decir verdad, me habría gustado que hubieran ahondado más en las cosas del querer. Es decir, me habría gustado oír también de boca de los propios personajes sus reflexiones sobre por qué algunas parejas rompen aunque se sigan queriendo (hasta donde nos es dado saber por qué dos personas se dan cuenta de que «son uno, aunque no el mismo», que diría Bono). A este respecto, lo único que sabemos es que Marta deja a Sasha porque ha decidido emprender su propia revolución. Me habría gustado leer las divagaciones de los personajes sobre por qué estamos condenados a amarnos «neurótica, masoquísticamente«, que diría Pynchon, o por qué nos comportamos como amantes en serie y, como los asesinos ídem, en nuestros amores seguimos a rajatabla un patrón que no cesamos de repetir (en ese sentido, se podría decir que somos fieles a la persona que amamos hasta en la infidelidad).
Creo que Nieto está especialmente dotada para el ensayo, sin que esto reste en absoluto mérito a su escritura; al contrario, como he dicho, en Kapatov o el deseo la inclusión de elementos metaliterarios, las reflexiones sobre la literatura rusa, enriquecen la novela. En ese sentido, dentro de las “ficciones mixtas”, término utilizado por Rodrigo Fresán a propósito de las obras de Sebald -a medio camino entre el ensayo y la ficción-, Kapatov o el deseo me ha parecido bastante lograda.
Kapatov o el deseo (Balduque, 2015), de Verónica Nieto | 216 páginas | 13 €