JORGE ANDREU | La novela más reciente de Daniel Ruiz es toda ella un discurso más oral que escrito, aunque escrito de maravilla. El autor ha sabido hacer literario un lenguaje callejero, con formas en andaluz y vocabulario de clase baja, hasta convertir lo vulgar en un prodigio narrativo que se mantiene en el aire desde la primera hasta la última página. Qué digo, ya desde el título, Mosturito (Tusquets, 2024), hace gala de esa metátesis que tanto se produce en el habla coloquial de barrio.
Tal vez, en este sentido, su gran hallazgo sea el siguiente: quienes escuchen a Daniel Ruiz hablar en persona descubrirán que se trata de un hombre afable, con el acento sevillano que le corresponde y que no oculta, lo cual haría pensar en un principio que leyendo el libro escucharemos su voz. Pero no es así: la fluidez del discurso nos reproduce la voz del propio Periquillo, su protagonista, que se cuela por el oído y contagia su visión sesgada del mundo que recorre como un Lazarillo contemporáneo.
Mosturito es un chico de barrio con unos orígenes dolorosos, un padre maltratador y una madre muerta, un rostro desfigurado de nacimiento −o no−, y vive con su Tata, quizá el personaje más entrañable de todos por su manera de intentar que las cosas salgan adelante sin dejar de lado sus vicios. Bebedora y fumadora empedernida, la Tata defiende a su sobrino por encima de todo y acompaña sus andanzas con consejos, prometiendo un ideal de libertad que llegará en un futuro y se producirá frente al mar.
A lo largo de la novela asistimos, por tanto, a una trayectoria vital que abarca un periodo de la adolescencia de Mosturito en el que pasa de ser acosado por otro niños del colegio a convertirse en colega de unos adolescentes e, ingresado en un reformatorio de curas, se gana el respeto de los antiguos matones. Descampados, bloques de piso de barrio bajo, recreativos, atracciones de feria y quioscos son los escenarios principales de esta autobiografía que conduce a Pedro, o Periquillo, o a Mosturito, a reflexionar sobre sus orígenes, su condición de desgraciado y la supervivencia en un mundo hostil.
Cabe, no obstante, la posibilidad de que lectores no familiarizados con el habla andaluza sientan desconcierto al asomarse a estas páginas, aunque ciertamente el discurso cala conforme avanza la narración, hasta el punto de que esta suerte de morfología adaptativa se convierte en una de las piezas clave en el terreno que pisamos. Ya Fernando Navarro tanteó esta forma de escritura en su Malaventura (2022) y tuvo muy buena acogida. El caso de Daniel Ruiz llega mucho más lejos, hace de lo vulgar algo selecto y juega con las emociones del protagonista y las del lector al mismo tiempo. Tanto es así que la narración, el punto más logrado de la obra, se hace desde lo más profundo de los sentimientos de su protagonista, que cuando calla no deja de pensar y cuando no piensa habla de más. El lector se siente amigo del personaje. Y es que mucha gente podrá observar esa recreación de los años ochenta y experimentar con nostalgia eso de que cualquiera tiempo pasado fue mejor.
Mosturito (Tusquets, 2024) | Daniel Ruiz | 296 páginas | 19,90 euros