JORGE ANDREU | Hace tres años, con el cierre de su trilogía protagonizada por el periodista Rufo Batalla –Transbordo en Moscú (Seix Barral, 2021)–, Eduardo Mendoza decía que se retiraba de la literatura. Pero como todo jubilado que ha dedicado su vida a una actividad, al día siguiente se encontraba en tierra de nadie y quiso entretenerse. De ahí, como no podía ser menos, nació una nueva novela que llegó a principios de este año a las librerías: Tres enigmas para la Organización.
Sin la presión de la próxima entrega, el autor catalán se sienta a escribir y le sale un disparate nada menos que de cuatrocientas páginas. Y qué disparate, espontáneo y extravagante, con nueve detectives y tres casos en lugar de uno solo. La Organización, creada durante el Franquismo, ha vivido dando coletazos hasta nuestra época, en una Barcelona llena de turistas en la que se sitúa la novela. Compuesta por agentes secretos de nombres estrambóticos –Pocorrabo, Monososo, Buscabrega–, la Organización se dedica a resolver casos que la policía o la guardia civil, dada su ineficacia, es incapaz de resolver. Desde esta sátira sociopolítica, Mendoza monta un tinglado de acontecimientos que por inverosímiles terminan por cobrar sentido en el hilo común de la investigación: se trata de hallar las relaciones que hay entre un cuerpo que ha aparecido colgado en la habitación de un hotel, el dueño desaparecido de un yate de lujo y una empresa de conservas que no ha aumentado el precio de sus productos frente a otras marcas. ¿Qué tienen en común estos tres palos? La única relación estrecha es la que los agentes secretos de la Organización están dispuestos a delimitar.
Lo primero que llama la atención en la premisa inicial es esta falsa seriedad impuesta por el jefe del grupo ante un caso triple, algo digno de la mejor novela de detectives. Ahora bien, sabemos de antemano que la investigación va a pasar a segundo plano en cuanto los personajes empiecen a moverse por el terreno, dando lugar a una divertida serie de secuencias que, si bien tienen como hilo conductor el caso policial, cobran sentido por sí mismas en tanto que describen a una serie de personajes con vidas desgraciadas que tienen como aliciente su búsqueda de justicia a espaldas de la sociedad. Este ambiente cervantino, que impregna toda la narrativa de humor de Eduardo Mendoza, no deja de sorprender gracias al ingenio del autor, que no se corta a la hora de poner en voz de los personajes las mayores críticas a la sociedad del momento –da para la política, la economía, la religión, incluso la propia literatura en una disparatada conversación de uno de los personajes con la señora a la que cuida–, incluso en un lenguaje alejado de lo políticamente correcto.
Y es que detrás de la seriedad, o detrás de la comedia, hay un poso de personajes entrañables de ambas caras. No quisiera desvelar ningún momento de la trama porque la novela merece una lectura virgen, sin embargo, no me resisto a recordar una secuencia en la que uno de los personajes, al asistir a un centro de estética confundiéndolo con otro establecimiento, cede ante la simpatía de las empleadas y lo vemos haciéndose una manicura mientras relata sus desgracias. Esa risa trágica en el lector, que se repite para los nueve personajes a lo largo de la novela y que contrasta con la búsqueda de la solución al triple enigma, es sin duda uno de los aspectos más logrados de la novela.
Ante este resultado, cabe preguntarse: ¿debería cumplir su palabra y retirarse o tiene trama para rato? Eduardo Mendoza demuestra un dominio del oficio, de las técnicas y los tiempos en un pacto silencioso con el lector, que bien podría uno decantarse por la segunda opción. Y es que, sin estar a la altura de algunas de sus grandes novelas de humor –la desternillante Sin noticias de Gurb o El misterio de la cripta embrujada, sin ir más lejos–, Tres enigmas para la Organización bien funcionaría como un apéndice a sus obras completas. Un coletazo más –quién sabe si el último, visto lo visto– del narrador que pone a un «loco lúcido» sobre el tapete –como ha explicado Manuel J. Ramos Ortega en su libro sobre el escritor catalán (UCA, 2021)– y en esta ocasión lo pone en contacto con otros ocho locos igual de lúcidos. Porque «el nuevo», podríamos llamarlo protagonista si hiciéramos un análisis narratológico de esto, no es sino el que pone la mirada sobre el caso con la inocencia de la primera vez.
Así hay que afrontar esta lectura, como un detective salvaje que aún aprende el oficio de la búsqueda y que salta obstáculos improvisando conforme se acercan. Para reírse un rato, y ante la triste extravagancia del mundo que nos rodea, mejor cabe esperar que esta no sea la retirada, esta vez sí que sí, de Eduardo Mendoza.
Tres enigmas para la Organización (Seix Barral, 2024) | Eduardo Mendoza | 407 páginas | 21,90 euros