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Diario (impertinente) de a bordo

Asco

José Ángel Barrueco

Eutelequia, 2011

ISBN: 978-84-938256-9-0

176 páginas

15 €

Daniel Ruiz García

Todo aquel que esté barajando seriamente lo de hacer un crucero para estas vacaciones veraniegas, ahora que todavía sale un poco más económico, debería darse una vueltecita por las páginas de este libro. En él encontrará lo que no cuenta ningún touroperador ni ninguna agencia de viajes: una narración pormenorizada y rigurosa sobre la travesía en un crucero por el Adriático, que fuera de todo tinte aventurero o romántico resulta ser un paseo por el infierno. Más concretamente, por el infierno de la gula, del mal gusto y de las actitudes egoístas y dignas de repugnancia. De ahí el título de Asco, con el que el autor sintetiza expresivamente las vivencias más significativas de ese viaje por las raíces marítimas de Europa. Un viaje que se realiza a bordo del mismo buque, el Zenith, que curiosamente sirvió a David Foster Wallace como trabajo de campo para su memorable artículo Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, recurrente en el libro que aquí reseñamos.

Nótese que hablo de libro y no de novela. Sin ser una novela, tampoco es un libro de viajes, ni una guía, ni tampoco un reportaje o un ensayo al uso. Aunque de todo eso hay, no vaya a pensarse en que estamos ante un texto disperso, un puchero de párrafos o una adición de retales de ésas que de un tiempo acá se han puesto tan de moda, auspiciadas por el paraguas un tanto displicente de la postmodernidad literaria. El resultado es compacto, sustancial, y ello gracias a la voz narrativa de Barrueco, que cose muy bien toda la estructura y mantiene el fuste rígido en el estilo, ofreciéndonos un texto muy auténtico, por su carácter vivencial y porque la primera persona fija en todo momento el discurso, dejando muy claro que estamos ante un escrito testimonial y realista.

Además de un escritor muy competente (esto puede parecer una perogrullada, pero no: abundan los libros de escritores que no saben escribir), Barrueco es un autor especialmente dotado para el dibujo de personajes. En este caso habría que decir, más bien, para el retrato de personajes de carne y hueso, ya que en todo momento mantiene una posición de observador de una realidad muy –esto sí es de Perogrullo- real. El observador impertinente que no comulga con la fiesta, pero que se mantiene allí, bebiendo en silencio y tomando nota, en la tradición del escritor-observador flaubertiano.

Pertenece sin embargo Barrueco a ese género especial de retratistas con talento para la caricatura, y por este camino su prosa, normalmente fluida, alcanza cotas de fuerte expresividad que, con ánimo sincrético, le hace pensar a uno en los retratos maliciosos de Goya o en las viñetas hiperbólicas de Robert Crumb. También en esto del sincretismo, algunos de los personajes que atraviesan sus páginas parecen haberse escapado de La gran comilona de Marco Ferreri, o de las secuencias más desmesuradas de las películas de Terry Gilliam.

Lo peor, sin embargo, es pensar por un momento que Barrueco no ha sido exagerado. Y que esos personajes que retrata existen de verdad. Hay en este sentido momentos verdaderamente intensos, que mueven irresistiblemente a la hilaridad, como la anécdota de la turista que confunde Venecia con la Roma estival de Audrie Hepburn y Gregory Peck, cuando no a la repugnancia, como la crónica del concurso de bellezas femeninas (digna del mejor Bukowski).

Frente a esta visión implacable, con la que todos los lectores acabamos comulgando (nos hace sentir que estamos de su parte, nunca de parte del resto), Barrueco también muestra compasión por la otra mitad del barco, la tripulación, esto es, la masa trabajadora. En estas ocasiones, el autor muda la piel y se convierte en el compasivo Stevenson que viaja junto a los miserables trabajadores en El aprendiz de emigrante. La relación que mantiene con el trabajador asignado a su camarote, y la forma en que esta relación concluye a la finalización del crucero, es en sí mismo un relato minimalista de eco carveriano y gran potencia lírica. Esa dimensión poética se presenta de forma constante en la imagen del bebé que viaja con Barrueco y sus acompañantes, y que representa, en oposición a la masa abúlica y embrutecida, la inocencia, la pureza, lo bello, lo intocable. Este personaje-símbolo es de hecho el elemento que permite plantear un final abierto, que concluye con una pregunta: una especie de balcón con vistas a la esperanza.

Con esta obra arranca una trilogía que ya está bautizada (Angustia y Alumbramiento serán los siguientes títulos), y con la que Barrueco pretende rendir cuentas con su visión sobre la vida. El primer plato, asqueroso y a la vez sabroso, nos deja con algo de hambre, lo que no es malo: siempre es bueno conservar un poco de apetito al levantarse de la mesa. Para indigestiones pesadas, ya están los cruceros.

admin

2 comentarios

  1. A mi me aburrió. Ademas, es bastante moralista. Pero está bien escrita.
    Marga.

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