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Disculpe nuestra sinceridad

correo literario

MANOLO HARO | Un escritor en ciernes se levanta una mañana y redacta lo que será el final de una novela. El tiempo ha pasado despacio durante los tres años que ha estado robando tajadas a su mundo y a su imaginación para componer, por colocarle un nombre, Albor. Orgulloso, pero resentido aún con sus colegas –unos poemillas entregados como por casualidad y demolidos por críticas de tertulia malediciente lo llevaron al cuarto oscuro del resquemor– no se atreve a dar su última obra a los ojos de sus conocidos más cercanos. En la Varsovia de los años 60, con una crisis social y económica en ciernes, aparece Correo Literario en el semanario Życie Literackie, una tabla de salvación (o no) para el autor anónimo e imaginario de Albor. Allí una mujer que ronda la cuarentena, y que hemos de suponer atesora un bagaje de lecturas que le otorgan la rara condición de poder oficiar de crítica o consejera literaria, podría decirle algo a este artista si remitiera la novela a la redacción de la revista. Claro que, no estando el hombre para mucha guasa y menos aún para ironías, este servicio en el que Wislawa Szymborska, junto a su partenaire Wlodzimierz Maciag, contestaba cartas de todo el elenco posible de seres en torno a la creación literaria (tímidos, dudosos, pusilánimes, curiosos, sinvergüenzas, autores famosos embozados en las sábanas de la anonimia, etc.) habría sido el último tirón seco al nudo de la cuerda antes de colgarla en la viga.

Szymborska –lo cuenta ella misma en la entrevista que abre el volumen– intentaba que los aprendices de brujo reflexionaran y fueran críticos con su propia obra; los invitaba también a leer. En los veintiún años que se pasaron contestando a las cartas que recibían, se encontró con víctimas arquetípicas del poder narcótico de la fama literaria. Se puede pensar que existen evidentes muestra de crueldad en las páginas de Correo literario, pero el servicio social que dispensó en las dos décadas de su existencia fue de gran ayuda para tirios (pollos de la pluma sedientos de notoriedad) y para troyanos (lectores agradecidos del doloso escrutinio de bodrios).

Nórdica ofrece una inusitada muestra de crítica literaria, cargada, como se ha dicho, de ironía y de humor, producto de una mente tan brillante como la de la Nobel polaca. He aquí unos abalorios que anuncian el collar: “El talento literario no es un fenómeno de masas”; “le imploramos que nos envíe textos escritos de manera legible. […] Cuando eso suceda, pasaremos a valorar sus textos”; “en un noventa y cinco por ciento de los casos nuestro diagnóstico se ve confirmado: los textos que acompañan a la carta muestran esos mismos defectos. Sin embargo, los leemos con atención, porque el cinco por ciento restante deja lugar a la esperanza”; [a  una estudiante de filología], “el poema que ha escrito usted es agradable, cosa que a una persona enamorada por primera vez en la vida no le suele costar mucho trabajo. Todos los enamorados muestran una especie de talentillo temporal, pero, por desgracia, son raras las ocasiones, muy raras, en las que este resiste el parón sentimental. Ewa, nos parece mejor estudiar química”; “la falta de talento literario no es ninguna deshonra. Es algo que les sucede a muchas personas inteligentes, ilustradas, nobles y extraordinariamente dotadas en otros campos. Cuando decimos que un texto es malo, no pretendemos ofender a nadie ni quitarle la fe en el sentido de la existencia”; “no, nosotros no tenemos manuales para escribir novelas”; “si queremos que nos crean, seamos comedidos. Lloro tu ausencia con lágrimas de sangre. ¡Por favor, señor Zbigniew!; “a su grata pregunta sobre qué poeta se considera en la actualidad el más atractivo contestamos atentamente que sigue siendo Publius Ovidius Naso”; “pregunta usted si la vida tiene algún balor. El diccionario de ortografía contesta que no”; “pregunta usted qué opinión tenemos sobre Homero. Hasta ahora, la mejor posible. ¿Por? ¿Ha pasado algo?”

Wislawa Szymborska ya había leído bastante por aquel tiempo como para cazar plagios y dudosos pseudohomenajes. Despachaba expeditivamente, por poner un caso, a un natural de Gdansk que había copiado un capítulo de La montaña mágica con los nombres cambiados. Hemos de suponer el disfrute y la carcajada de los dos críticos a la hora de elaborar las respuestas, y de la intelligentsia polaca de la época leyendo y comentando estas ocurrencias.

Sobra decir que se pasa sobre este libro, Correo literario o cómo llegar a ser (o no llegar a ser escritor), tal como lo llamó la antóloga Teresa Walas en el año 2000 en Polonia, con cierta nostalgia por un mundo donde el humor y la ironía convivía armónicamente con la inocencia y la desfachatez, sin miedo alguno a la demanda. Imaginamos a una Szymborska, con la conciencia de la guerra aún cercana, deshaciéndose de la grisura de los días del hormigón soviético gracias a esta ventana. Desde ella tanteó de alguna manera el estado literario y moral de la República de la Letras de su país; desde ella pudo observar, de alguna manera también, qué se cernía sobre la imaginación de un pueblo que había perdido su esencia, llevada y traída de la mano de tiranías de diferente signo. Por aquel entonces esta mujer genial ya estaba escribiendo una obra poética de indudable humanidad. Lo que no sabíamos es que también enmendaba con humor e ironía la inocencia y la mediocridad que acechaban aquel mundo lejano. No sé si hoy se le disculparía tanta sinceridad.

Correo literario (Nórdica, 2018), de Wislawa Szymborska | 176 páginas | 17,50 euros | Traducción de Abel Murcia y Katarzyna Moloniewicz 

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