ILYA U. TOPPER | Hola Flo. Hola Fiodor. Hola Grunt. Hola Mmm. Hola Bloom. Y por supuesto, ¡hola Fritz!
Qué feliz estoy de volver a veros a todos. Espera, que me falta Teodora. Ah, ¿que no está porque aún no ha venido, decís? ¿Que ya vendrá? Genial. Que venga pronto. Que como tarde, iremos todos al infierno. A verla, digo.
Sois los mismos, no habéis cambiado nada. Claro, porque sois los de entonces, reunidos en pleno 2024 en vuestra burbuja de tiempo del año 2005 por ahí, de cuando nos conocimos. Andábais entonces por las páginas de un librito que llevaba vuestro nombre (Las criaturas de la tierra incierta), publicado por la prestigiosa Astiberri. Lo de la burbuja es un decir, porque probablemente, en la Tierra incierta el tiempo siempre tiene forma de burbuja; puedes morir en una historieta devorada por una flor o quedarte sin cabeza porque se te la come la luna, y estar vivo y coleando en la próxima. Quizás todos los tiempos aquí sean simultáneos. Como son simultáneas en el espacio el dibujo que Fritz, ese gato en pantalón corto y pipa en la boca, hace de vosotros sobre su lienzo en el caballete, y que acaba siendo tan real como quien hizo de modelo. O viceversa: acabais siendo tan irreales y frágiles como un dibujo en un papel. Lo siento por ti, Flo, pero Fritz se acaba de ir a bailar con tu imagen, no contigo. Y tú ten cuidado, Bloom, cuando poses para Fritz, porque ese gato no solo tiene lápices para dibujarte, también tiene una goma de borrar.
Mi historia favorita quizás sea cuando Fritz dibuja a un pájaro y ese pájaro se acaba escapando del cuadro. Habrá que atraparlo, volver a meterlo en el cuadro y… No, no puedo contar el final. Los relatos cortos de este libro apenas duran una página, a veces dos, pero hay que leerlos así, con su planteamiento, nudo y desenlace. Casi siempre inesperado. Y no solo porque Fiodor hace magia con su sombrero de copa.
Los amantes del cómic van a entender el nombre del gato Fritz como un homenaje al felino homónimo de Robert Crumb, y desde luego lo es. Pero no solo el trazo preciso y límpido del autor gaditano Ricardo Olivera, alias Fritz, está muy alejado de los clarooscuros del viñetista norteamericano, también lo es su universo. La Tierra incierta no es una reproducción del mundo actual sino su espejismo, un lugar donde todo es posible y nada es previsible, donde imaginación y realidad se trasmutan continuamente, donde un pájaro real te puede robar un pescado imaginado y cada uno es su propio doble. En mi crítica a la primera entrega, la de 2005, se me ocurrió citar como referencias de ese cosmos soñada a Stanislaw Lem y al Bosco; ahora pienso que podemos añadir a la galaxia del autoestopista de Douglas Adams. No sé si Ricardo ha leído a Lem ni a Adams, pero no importa: quizás todos hayan descubierto, cada uno por su cuenta, esa Tierra donde todo es incierto, salvo el humor.
Porque Espejismos de andar por casa es un libro divertido: la sorpresa hace sonreír. Y lo genial de esa sorpresa es que, como el resto de la historia, se cuenta sin palabras. Las viñetas son mudas, salvo una ocasional onomatopeya o nota musical. Hay mucho diálogo entre los personajes, pero se narra en imagen, gesto, mirada, no en palabras. Tal es el arte de Ricardo Olivera.
El pleno color de estas historietas da un toque de belleza añadido respecto a la primera entrega, que era en blanco y negro. También se agradece el formato mayor, en tamaño de libro. En inventiva, creatividad y caracterización de los personajes, quizás algunas de las mejores piezas estén en aquella edición de 2005. Aquí, el gato artista —que se llame Fritz, como el autor, lo digo yo, pero es bastante obvio— tiene un protagonismo algo extenso; no salen las escenas domésticas entre Grunt, el tipo de la cabeza minúscula y la maza enorme, y la resuelta Bloom con su rodillo de cocina (quizás aún no vivan juntos o ya se hayan vuelto a separar), no está aún Teodora en su infierno, y Mmm, el demonio con alas de ángel, pichilla y cara de bebé se acaba de enamorar de Flo. Pero los que amamos la Tierra incierta no querremos vivir sin tener ambos libros en la estantería. Aunque este tampoco tenga más de 48 páginas.
La pregunta que queda en el aire al terminar el libro es: ¿habrá tercera entrega? Ricardo Olivera (Cádiz, 1961) es un currante: desde que creó allá en los últimos años ochenta la revista Radio Ethiopia ha seguido pintando, dibujando y publicando: recordamos sus series de Bestiario gaditano, y la de No somos casi nada, en la mejor tradición de la viñeta satírica clásica (esta sí con palabras), publicada en periódicos, revistas diversas y en su blog Ethiopes: desde allí arroja sus dardos diarios contra las guerras, el militarismo, la robotización del mundo, la estupidez artificial. Humor político afilado y certero que muy bien podría estar en los grandes diarios de España, quizás el país que ha dado de sí a los mejores viñetistas políticas del mundo; aquellos capaces de hacer reflexionar en lugar de hacer panfleto. Fritz es uno de ellos.
Pero si bien admiro esta faceta del autor, que debería tener mucha mayor difusión fuera de la tierra cierta de Cádiz, no puedo evitar pensar que la inmortalidad se la dará esta fatamorgana que un día fue surgiendo por simple juego de una tierra incierta. Yo ya no puedo vivir sin Flo, Bloom, Fiodor, Grunt y Teodora. Por eso, apenas comprada y devorada esta entrega, estoy esperando ya la próxima. Si puede ser. Porque quizás de aquella época de finales de milenio ya no queden más esbozos que valga la pena publicar, y quizás el artista no pueda hacer revivir, un cuarto de siglo después, los volcanes de la imaginación que brotaron entonces de un desértico subsuelo para poblar de espejismos nuestra casa y lo que anda por ella. O si: en el universo de Fritz, todo es posible.
Un último apunte: la historia de amor entre Grunt y Flo que ilustra la portada, esa imagen en la que él le regala a ella una enorme flor, no sale en esta edición; creo que está en la de 2005. Yo me sé el final, pero no lo puedo contar. Acudan a librería. ·
Espejismos de andar por casa (El Churro Ilustrado, 2024) | Fritz (Ricardo Olivera) | 48 pág. | 15 €