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Doce años no son nada

Vecindad 1

JUAN CARLOS SIERRA | Desde 2006 no sabía nada de Luis Muñoz (Granada, 1966). Desde Querido silencio, para mí un poemario injustamente esquivado como Premio Nacional de Poesía aquel año, no había leído nada nuevo del poeta granadino. De hecho, el inequívoco rasgo silente de aquel título me venía funcionando como una suerte de premonición y, de paso, de orfandad.

Dadas las circunstancias, a uno le da por pensar que esto significa que Luis Muñoz ha decidido abandonar la poesía en todo lo alto, en el mejor momento de su trayectoria, en plena madurez, exactamente en el punto en que se corre el riesgo de empezar a repetirse. Bueno, vale, piensa uno, mejor dejar un cadáver de buen ver lírico que uno mustio, ajado, una parodia de uno mismo. Y uno se va haciendo a la idea de encontrárselo, si es que aún existe la justicia poética, en los libros de literatura de sus hijos o en las antologías futuras que cuenten lo más notable del periodo poético entre finales del siglo XX y la primera década del XXI.

Sin embargo, un día recorriendo las novedades en una librería cualquiera aparece el nombre del poeta granadino junto al sustantivo Vecindad envuelto en el inconfundible negro de Visor. De modo que aquí estabas, afortunadamente no te habías ido.

Y uno echa mano del libro con una sensación extraña, entre el entusiasmo del reencuentro con un amigo del que no sabes nada desde hace doce años y el temor a que el tiempo nos haya pasado factura, que no tengamos nada nuevo que contarnos, que las coordenadas del sentido del humor se hayan desencajado tras más de una década sin vernos o nos hayan dejado de emocionar las anécdotas que compartían nuestra intimidad. De modo que uno coge el poemario y va roturando su propio camino de lectura, su mapa de versos subrayados, de páginas dobladas, de equis del tesoro,..

A la altura de la página 27, la sensación de lectura es de un desasosiego que se mueve entre la constatación del dolor y la búsqueda de la felicidad, unas veces en el pasado, en la infancia –aunque en ella también se escondía el dolor-, otras en el presente, en esos detalles y escenas aparentemente insignificantes que nos asaltan en el discurrir diario de la vida. En la página 22, en el poema titulado ‘Fotomatón’, aparece por primera vez una composición eminentemente narrativa, clara y directa, que en cierto sentido rompe con el tono predominantemente menos figurativos de los poemas leídos hasta ahora, textos que además se empeñan en retorcer los límites del lenguaje, en indagar en las posibilidades connotativas o asociativas de las imágenes creadas. También, en este sentido, leo una composición titulada ‘Una señal con la mano’, donde se plantea la capacidad del arte -¿de la poesía?- para sugerir lo que no puede ser dicho o representado, para ir más allá de sus propios límites materiales. Este poema en concreto entronca con uno posterior, ‘Pipilotti Rist’, ya en la página 30, en el que surge otra vez esa mirada a otras formas de expresión artística que tratan de desbordar los límites de lo convencional.

Se aprecia, además, en los poemas leídos hasta aquí un gusto por la confrontación de contrarios como método compositivo para llegar al descubrimiento de nuevas realidades que quizá ya estaban ahí pero que no éramos capaces de desvelar por su aparente contradicción. En este sentido, llaman la atención ‘Cambio de naturaleza’, ‘Si necesitas un guía’ o ‘Exactamente igual’ –quizás este último el más evidente con un final contundente y decisivo: “Los viceversa vibran/ al cruzarse de lado”-.

Muy cerca, a la altura de la página 41, me asaltan otras evidencias que empiezan a dar sentido al título del libro, ya que aprecio con mayor intensidad esa mirada del poeta hacia lo cercano, lo próximo, pero no se trata de una mirada literal, sino interpretativa, simbólica. A veces aquí se hallan también espacios de paz en medio del dolor, como en ‘Hace bueno’, ‘Perdido y encontrado’ o ‘Cielo raso’, otro de los ejemplos narrativos –escasos- del poemario.

Levanto por un momento la mirada de Vecindad y vuelvo la vista a mis recuerdos de lectura de Luis Muñoz. Antes de Querido silencio, el poeta granadino había reunido toda su poesía publicada hasta entonces bajo un título tan poco lírico a priori como Limpiar pescado. No se trataba de una compilación sin más, sino de una revisión en toda regla de toda su poesía que consistió, como hace el buen pescadero con sus clientes, en limpiar de escamas, vísceras, raspas,… los poemas que Luis Muñoz había ido pescando desde 1991 en sus libros Septiembre, Manzanas amarillas, El apetito y Correspondencias; en definitiva, toda una labor de poda para decir lo esencial, lo imprescindible. En Querido silencio se hurgaba en esa herida que ya se pregonaba a voces en el título del poemario. Y ahora en Vecindad volvemos a esa búsqueda de la esencialidad, a la indagación en lo que no se puede decir o incluso en lo no dicho; o, avanzando un paso más allá, en la materialidad silenciosa de las herramientas de trabajo del artista como otra cara de esa expresividad esencial de la poesía.

Vuelvo a los versos otra vez y aprecio sobre la página 46 que se han colado otras inquietudes, de entre las cuales quizá la más interesante sea el amor –o algo parecido-. Y los poemas siguen dialogando con el dolor y la dicha, indagando en lo cotidiano en textos predominantemente breves, como fogonazos que ofrecen su luz sobre las zonas en penumbra de la cotidianidad. Constato llegando a la página 58 que cíclicamente vuelven las temáticas y los modos poéticos, aunque ahora, no sé porqué, me salta más a la vista la contorsión de la sintaxis de la que gusta Luis Muñoz en este libro. Me deslumbran, no obstante, algunos poemas como ‘Un pellizco en el estómago’ en la página 54, algunos de cuyos versos me sugieren incluso el título de una posible reseña -¿esta?-: “Mirar es recortable”. Sí, porque la vida no es continua, no hay una narratividad coherente, ordenada en causa y efecto, todo anda sincopado, inarmónico, buscando su encaje; quizá por eso la mejor manera de explicarse que tiene Luis Muñoz sea esta poesía que pone en práctica en Vecindad, esta poesía escueta, esencial, impersionista –si se me permite el término- con una carga muy leve de narración, solo la imprescindible.

Y vamos cerrando la primera parte, la más extensa, la denominada sin más UNO, concluyendo en el poema titulado ‘Por el interfono’ que la poesía “También sabe a un fruto nuevo/ con reminiscencias de otros” y proponiendo al lector en ‘Bajando sin pedalear’, el último texto de la serie, lo siguiente: “Toma la felicidad, cuando venga,/ como descanso, zona de carga,/ limpieza a fondo, costura,/ me digo”.

Bueno, hasta aquí el reencuentro, con algunas variaciones novedosas, con la línea poética más conocida de Luis Muñoz. A partir de este punto leemos a un poeta que trata de indagar nuevos caminos, en concreto la prosa poética cercana al aforismo –o viceversa- en la parte DOS y el poema extenso en la TRES. Si mi memoria no me falla, creo que es la primera vez que Luis Muñoz se aventura por estos caminos poéticos o, al menos, los hace públicos. No obstante, la coherencia del libro no sufre, aunque varíen en cierto sentido las formas.

En la segunda parte antes mencionada, se reúnen 28 fragamentos-fogonazos acerca de la búsqueda de lo que esconde la cotidianidad en su apariencia insulsa, la interpretación de lo que hay detrás, de su profundidad vivencial, existencial. Por su parte, la sección titulada simplemente TRES contempla y a la vez se inmiscuye en la vecindad al mediodía, en el ir y venir de la vida más próxima. Es el mercado, es la vida alrededor que bulle, es la oferta y la demanda de la vida, las gangas del mercadillo ambulante o del mercado de abastos y sus alrededores. Es, en definitiva, la vecindad que cantaba Gil de Biedma en su poema ‘Albada’; es el estar en lo social de la Generación del 50, pero con un discurso diferente, con una mirada actual y unos modos poéticos acordes con el momento que vivimos, como no podía ser de otra forma en un poeta exigente como Luis Muñoz. Un poeta que, como dicen los últimos versos de Vecindad, “Concilia llenar y vaciar,/ gira como una dinamo,/ hunde en la masa suave,/ como de mantequilla,/ su dolor no portátil./ Se descompone en puntos,/ posibilidades, roces,/ se amontona en la gente,/ escucha las imágenes./ Se vuelve del revés como una hoja,/ pero no se despide./ El tiempo de su tiempo,/ con lo breve que es, y lo mudable,/ parece fijo”.

Visto lo visto y leído lo leído, creo que ha merecido la pena esperar doce años.

 

Vecindad (Visor, 2018) | Luis Muñoz | 84 páginas | 12 euros

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