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Adolecer

ILYA U. TOPPER | En la cultura anglosajona y en la alemana existe todo un género conocido, en inglés, como de «Coming of Age», una expresión que solo los diccionarios y los despachos de abogados traducen como «mayoría de edad», mientras que en literatura y cine significa algo distinto: el momento en el que el adolescente o la adolescente adquiere, quizás de forma repentina, por un determinado suceso, un grado de madurez que lo convierte en adulto. Al menos a sus propios ojos.

Depende, claro. Recuerdo un relato de Naguib Mahfuz en el que un niño de apenas diez años, tras mil peripecias para cumplir con el recado de comprar un puñado de habas, concluye que ya se ha hecho mayor. Otros llegan a esta conclusión ya superados los veinte, y aún así prematuramente, como muestra el Retrato del artista adolescente de James Joyce. El héroe de Pabellón Nueve de Cirugía tiene quince años —o eso creo deducir—y es la edad típica, casi la misma que tiene Holden Caulfield, el del gran clásico del género, El guardián entre el centeno. Ambos libros tienen en común otro rasgo fundamental: la brevedad. Una novela larga no sirve para resaltar el episodio concreto (exceptuando desde luego La historia interminable), porque a lo largo de varias décadas, hacerse adulto es casi inevitable.

El episodio concreto siempre es un momento de dolor, pero para el narrador de Pabellón Nueve no es solo un asunto de dolerse de algo: es el dolor bruto, feo, físico, de una pierna infectada. Una rodilla casi incurable, por lo que al dolor en sí se añade el negro presagio de una posible amputación. El chaval lleva así siete años, por lo que obviamente, la nueva visita al médico, concretamente al pabellón pediátrico —sí: va aún a Pediatría, pero va solo, sin nadie que lo acompañe, eso ya es una forma de ser adulto antes de tiempo— no es exactamente el episodio en cuestión. Tampoco lo es la mala cara del médico al observar el avance de la enfermedad. Ni la pregunta de cómo ocultar a la madre —vive solo con ella— que las cosas no van bien. No. Como suele pasar, cuando uno tiene quince años, lo que hay por medio es una chica. Nüzhet.

Nüzhet es la hija del bajá, un lejano familiar medianamente rico que vive en un barrio ajardinado de Estambul y que está encantado de acoger unos días al narrador, considerado más o menos sobrino. Que es además muy amigo de Nüzhet, los dos se han criado prácticamente juntos. Aunque ella tiene cuatro años más de él. Es decir, debe de tener unos 19, calculo. Ya no es una niña; es una joven mujer. Y él tiene 15 y empieza a creerse un hombre. Ay.

Pasará, o pasará a medias, lo que tiene que pasar, o lo que tiene que pasar a medias a esa edad, y en esa difusa frontera que es la confianza de dos niños criados juntos, sin miedo a sentarse en la cama abrazados, y la extrañeza de saber que ya no son niños y que ahora una cama es otra cosa.

Pero no es eso lo que te hace mayor a los quince años. Lo que te hace mayor es que aparezca el doctor Ragip, apuesto, bien situado y en busca de novia. A Nüzhet no le gusta, no. Pero estamos en la Estambul de 1915, y en la Estambul de 1915, aún otomana, las niñas buenas se casan. No hablamos de una retroproyección; Peyami Safa (1899 — 1961), periodista y escritor, que forma parte de la movida intelectual de las primeras décadas de la República turca, publicó esa novela en 1930. Los tintes autobiográficos se le suponen: él pasó por el quirófano a partir de los ocho años, si bien era el brazo, no la pierna, lo que lo atormentaba.

A nosotros, lectores de otro siglo, habituados a ver la palabra «otomano» solo a través de la lente de pintores franceses soñadores de harenes, nos sorprenderá que una chica de 19 años otomana sea tan pizpireta, traviesa y entregada lectora de novelas francesas. De las serias, literarias, porque las de aventura y las policíacas son para su padre (el chico lee sobre todo Hamlet). Sí, es una Turquía, incluso una pre-Turquía —faltan aún siete años para que se funde el país— mucho más similar a la actual de lo que podíamos imaginar.

Por eso mismo, imaginamos, por representar la sociedad tal y como era, dibujarla a trazos rápidos sobre un centenar de páginas, aunque la mayoría rasgan como un bisturí sin precisión ni anestesia, un poco a ciegas, Pabellón Nueve fue una de las novelas más aclamadas de su época. Publicada a partir de noviembre de 1929 en el diario Cumhuriyet, fue con certeza una de las primeras impresas en caracteres latinos, ya que el alfabeto árabe había sido reemplazado por el latino en enero del mismo año. Según se lee, también fue la primera novela turca narrada en primera persona.

La obra marcó tendencia, no cabe duda. Recuperarla por fin en español un siglo después es con certeza una buena noticia para los amantes de la literatura: hay que conocer a los clásicos, y este es uno, si bien menor. Por otra parte, Turquía tiene muchos clásicos; y grandes novelas escritas también durante la segunda mitad del siglo XX. A veces cuesta sustraerse a la sensación de que el afán de abrir por fin el vasto y fascinante mundo de la literatura turca al español —y vamos muy, muy atrasados en ello— está guiado en cierta parte por la reflexión de que los muertos ya no cobran royalties. O que cobran un poco menos, porque ni en el caso de Safa, ni en el de Ahmed Hamdi Tanpinar (1901-1962) han transcurrido aún los 70 años preceptivos que convertirían sus obras en textos de dominio público. Ah, y ambas comparten otro rasgo: la traducción es de Rafael Carpintero, que siempre da gusto leer. Aunque nadie le quite a estas páginas el olor a cloroformo. Y aún estamos esperando al gran Aziz Nesin.

Pabellón Nueve de Cirugía (Caleidoscopio de Libros, 2024)| Peyami Safa | Traducción de Rafael Carpintero | 136 págs. | 18,46 €

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