
ROCÍO ROJAS-MARCOS | Que nos digan que una novela intenta explicar el tan manoseado sentido de la vida a estas alturas sería un motivo para no abrirla y pensar “otra más… ¿otra más?». Pero cuando el autor no pretende un apostolado, sino abrirnos un horizonte inmenso a partir de algo tan pequeño como la receta perfecta para hacer el relleno de los dorayakis, o el ruido que hacen las flores del almendro cuando las mece el viento, la cosa cambia. Y lo hace, no porque siendo snobs juguemos a que en el lejano oriente entienden mejor la importancia de la sencillez de la vida, sino porque cada palabra de esta novela escrita por el conocido autor japonés Durian Sukegawa nos hace respirar de un modo sosegado, sin urgencia ni angustia hasta acunarnos en el ritmo pautado por las palabras de Sentaro y la anciana Tokue.
Dorayaki narra una historia sencilla. Sentaro es el encargado de una pequeña tienda en la que solo vende estos típicos pasteles japoneses. Frente a la tienda hay un gran árbol de cerezo que cuando florece invade la tienda de flores, algunas incluso caen sobre ellos llevadas por el viento. Un día entra en la tienda la señora Tokue pidiendo trabajo. Sentaro le explica que no necesita ayuda, pero ella insiste en que debe probar su pasta de judías de relleno para los dorayakis antes de rechazarla. El verdadero problema de Sentaro para rechazarla es que la anciana tiene las manos muy deformadas, pero cuando prueba la pasta no le que da otra opción más que dejarla trabajar. Ahí comienza esa andadura hacia una nueva dimensión vital que se abre para estos dos protagonistas. Dos personas solitarias, cada una marcada por el drama de una vida que les ha dejado huellas profundas hasta físicamente, como ocurre con las manos de la anciana.
El silencio se hace dueño de las páginas de esta obra. Un silencio que empieza a llenarse de movimientos, sentimientos y confidencias. Un silencio en el que empieza a filtrarse un susurro de fondo sobre el que los dos protagonistas van a trenzar su vínculo hasta hacerlo indispensable para ambos. Además, a ellos se une Wakana, una chica adolescente que encuentra en el refugio de la tienda de dorayakis la tranquilidad que no logra hallar en su casa. Así, tres generaciones de una misma sociedad se cruzan para aprender cómo seguir hacia delante, cómo convertir en fortaleza los traumas pasados y presentes. Pero no en el sentido de esa famosa idea de resiliencia que al final no es más que “resiste lo que hay que tú puedes” sino en el sentido de “aprende que esas son tus cargas”, pero poco a poco se consigue vivir en tranquilidad con uno mismo y con los demás. Esa es al final la idea que atraviesa estas páginas. Un sentimiento sutil de fortaleza sustentado en la sencillez de cada momento, en la importancia de las cosas pequeñas para apreciar la belleza de nuestras vidas, a pesar de que a veces la realidad pueda ponerlo complicado. Ahí, el ejemplo de la señora Tokue será el espejo en el que podrán mirarse Sentaro y Wakana para darle la dimensión justa a sus problemas. Convencerse del sentido de la vida no significa que de repente todos los problemas se solucionen por arte de magia y a veces seguir adelante con el día a día puede resultar un desafía enorme. Sin embargo, yo he sido feliz, dejará escrito Tokue en una carta dirigida a sus dos amigos. No hay secretos ni formulas, simplemente hay que aprender a entender lo que tenemos, aquello que podemos cambiar y aceptar lo que no, y empeñarse en que ser feliz aprendiendo a hacer pasta de judías para rellenar dorayakis puede ser una manera tan buena como cualquier otra.
Dorayaki (Chai Editora, 2024) | Durian Sukegawa | 200 páginas |18’52€