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El aburrimiento de la burguesa

LUIS ANTONIO SIERRA | Desde hace unas cuantas décadas, sobre todo a raíz de la caída del muro de Berlín, la ideología neoliberal nos ha vendido con bastante éxito varias motos. Una de ellas – y posiblemente la que más predicamento ha tenido – es la de la pretendida pertenencia a la clase media o, en el peor de los casos, la creación en el individuo del deseo de ascender a la clase media. En su campaña por neutralizar la lucha de clases, los ideólogos neoconservadores y sus adláteres llevan décadas intentando desclasarnos, diciéndonos que pertenecer a la clase trabajadora – al proletariado – es de fracasados, que no nos podemos permitir ser unos pringados, que si tenemos unos pocos ahorros que nos permitan irnos al menos una vez de vacaciones al año, si podemos salir de vez en cuando a tomarnos unas cañas con los amigos, o si podemos permitirnos tener un coche, entonces somos clase media y, por lo tanto, nuestra consideración social aumenta, pero, sobre todo, este hecho nos permite distinguirnos y alejarnos socialmente de la chusma proletaria. Quienes han comprado este discurso parecen ignorar que, en realidad, la clase media – con sus subdivisiones internas – es un grupo social bastante reducido en número y directamente relacionado con la posesión de rentas. Los que nos vemos obligados a vender nuestra fuerza de trabajo por un salario, sea este el de un jornalero andaluz, el de un profesor de instituto o el de un abogado penalista contratado por un bufete de prestigio; todos nosotros, nos guste o no, somos proletarios, clase trabajadora – llámalo como quieras – pero nunca clase media. Si nuestra fuente de ingresos fundamental fueran las tierras, los pisos o las empresas que heredamos y/o vamos comprando y que nos dan unas rentas magníficas, entonces sí perteneceríamos a ese selecto grupo social. Todo lo demás que se argumente sobre la pertenencia a estas clases medias es discurso falsario, aunque sí muy efectivo si se trata de neutralizar posibles movimientos populares que exijan la redistribución de la riqueza o el cambio de sistema sociopolítico.

Entre los miembros de estas clases medias – o burguesas, según la terminología tradicional – se encontraba Monica Dickens, bisnieta del archiconocido y aclamadísimo Charles Dickens, y autora de Un par de manos. Doncella y cocinera en la Inglaterra de los años 30, novela que emana directamente de sus experiencias en el servicio doméstico como cocinera y doncella tal y como reza en el título. La pregunta que probablemente asalte a quien se acerque a esta obra sea por qué una mujer perteneciente a la burguesía inglesa y, consecuentemente, sin necesidad de ensuciarse las manos en un trabajo remunerado se pone al servicio de otros burgueses. La respuesta es simple: por aburrimiento. Obviamente, la autora no es tan explícita a la hora de justificar esta decisión, pero para eso estamos los lectores, para interpretar y esclarecer los mensajes disimulados con circunloquios o subterfugios porque, seamos claros, por muy Dickens que una sea, queda bastante mal decir abiertamente que se escoge este trabajo por pura diversión y con la seguridad de que se abandonará cuando aparezca el hartazgo por el empleo porque, en realidad, no lo necesita, porque solo es un experimento social – como gusta a algunos supuestos líderes de opinión nombrar a estos absurdos. La frivolidad con la que la Dickens asume el valor y la necesidad del trabajo puede resultar incluso insultante para quienes no tienen (tenemos) más remedio que arremangarse bien todos los días para llevar el jornal a casa, ya sea a través de un trabajo manual o intelectual.

De cualquier manera, esta novela también va de retratar las condiciones de trabajo de quienes estaban al servicio de la pequeña y mediana burguesía, de los abusos laborales – y en ocasiones de otra índole – que sufrían los trabajadores, de las relaciones que se instituían entre empleador y empleada, así como de las que se establecían entre quienes iban ofreciendo sus servicios de casa en casa: lecheros, panaderos, carniceros, etc. Entre estas últimas habría que destacar la naturaleza sincera de las mismas, cayendo la autora, con matices, en el estereotipo rousseauniano del buen salvaje. Además, salpimientan la novela personajes típicos de la tradición novelesca de la Big House tan de moda en la Inglaterra victoriana del siglo XIX, y que a día de hoy sigue teniendo muchos lectores y espectadores en las plataformas audiovisuales gracias a series como Downton Abbey. En Un par de manos estos personajes resultan redundantes, y volvemos a encontrarnos con la manipuladora y extremadamente seria ama de llaves, la cocinera recta y celosa de su trabajo, o las inocentes sirvientas desesperadas por encontrar novio, etc.

En definitiva, sin pretender compararla con su bisabuelo, no pensamos que Monica Dickens y la novela reseñada vayan a colocarse en el Parnaso literario británico junto con el bueno de Charles, pero al menos nos proporcionan material para una lectura entretenida y sin grandes pretensiones. De todas formas, sí que esta obra nos puede servir como pretexto para darle alguna vuelta a la sociedad de clases y los mecanismos que establecen entre ellas.

Un par de manos. Doncella y cocinera en la Inglaterra de los años 30 (Alba, 2022) | Monica Dickens |Traducción de Catalina Martínez Muñoz | 304 páginas | 22,50 euros.

admin

Un comentario

  1. Yo tengo una pregunta, a ver si alguien me la responde: si el autor del texto lleva razón y la clase media es la burguesía —los propietarios de tierras, empresas o pisos que dan rentas magníficas—, entonces ¿cuál es la clase alta? ¿Los dirigentes políticos, los aristócratas, la realeza, todos ellos juntos?

    Gracias. Buen texto, por cierto.

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