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El caleidoscopio de Dante

ILYA U. TOPPER |Allá donde se cruzan los caminos

donde el mar no se puede concebir

donde regresas siempre fugitivo.

O donde solo el mar se puede concebir, nada más, no hay otra vía, no hay otro futuro, donde el mar se ha convertido en la meta tan ubicua que ha dejado de ser mar, se ha convertido en camino, en vida, en cementerio, en muerte. Pongamos que hablo de Libia.

Pongamos que hablo de un libro llamado Libyan Crossroads. No se me asusten: el libro está en castellano (aunque si lo desean hay traducción inglesa también, pero eso es aparte). ¿Que por qué le han puesto título inglés? Quizás porque crossroads signifique mucho más que cruce de caminos: también describe el momento de tomar una decisión vital, un dilema de vida y muerte. Encrucijada.

Libia es encrucijada para cientos de miles de personas a los que no se les ha perdido nada en esta estrecha franja entre mar y desierto. Allí se cruzan sus caminos: desde Somalia, desde Sudán, desde Níger, Chad y Nigeria, desde Siria y Palestina acuden a un país que para muchos quizás solo sea playa, embarcadero, lanzadera para alcanzar las costas europeas. (No para todos: dos millones de inmigrantes vivían en Libia antes de la guerra civil, sin otra intención de buscarse honradamente la vida en este país inmensamente rico por su petróleo). Y allí pierden el camino: acaban en centros de internamiento, en manos de traficantes de esclavos o, con suerte, en una lancha destinada a hundirse a la vista de algún buque europeo caritativo.

Y en medio de esta encrucijada hay un chaval despeinado, con barba de muchos días y ojos casi ocultos bajo las cejas, alguien con pinta de acabar de salir de un secuestro del Daesh, como si dijéramos. Empuña una cámara. Y la cámara se convierte en caleidoscopio con los siete infiernos de Dante y arroja un cuadro de Brueghel.

Sí, mírenlo en la enciclopedia: Pieter Brueghel el Viejo, Triunfo de la muerte. Pero añádanle un claroscuro digno del mejor Caravaggio. Y unos ilusiones, reflejos, luces cruzadas, imprecisiones, un trampantojo. Algo que se reconoce sin verlo: ¿están estos chicos flotando en el aire o hay un barco? ¿son transparentes o aún tienen cuerpo? ¿van vestidos de oro o son mantas térmicas? ¿es un autobús o una cárcel? ¿Donde termina la realidad y empieza el espejismo? ¿Y cuál de las dos cosas es más real? No sé cómo el chaval es capaz de hacer eso con una cámara: crear pintura.

El chaval se llama Ricardo García Vilanova (Barcelona, 1971) y lleva 15 años en las guerras y calamidades de medio mundo, especialmente en las de Libia y Siria. Desde el primer momento, es decir desde 2011, hasta el día de hoy: lo vi volver de la frontera la semana pasada, tomar un autobús, los taxis salen muy caros, compañero. Y si a ustedes no les suena no es por falta de premios recogidos o fotos publicadas en los grandes medios internacionales, sino porque hace lo posible por pasar desapercibido. Tiene cero seguidores en su cuenta de Twitter. Por no figurar, no figura ni su nombre en la portada del libro. En el lomo sí. En letra fina. Hay que fijarse.

Pero si ustedes se fijan, se quedarán sin aliento. No se crean que aquí solo hay arte visual, aunque lo hay y a raudales. También hay mapas, gráficos, textos explicativos, breves entrevistas, perfiles: hay información. Libyan Crossroads es un fotolibro, sí, pero también es periodismo. Del mejor. He dicho arriba que Ricardo García Vilanova hace arte, pinta con la cámara, crea espejismos. Y es cierto. Pero ante todo y sobre todo, Ricardo García Vilanova es de los mejores reporteros visuales que tenemos. Dense el placer de bajar a la librería (si la librería está al otro lado del cierre perimetral, pueden hacer tiempo en el Avance de MSur): hay muchas encrucijadas en la vida, pero la pregunta de si vale la pena comprar este libro no es una de ellas.

The Libyan Crossroads (Blume, 2020) | Ricardo García Vilanova | 170 páginas | 35 euros

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