3

El cancionero místico de una gran poeta desconocida

VICTORIA LEÓN | Ana Ramírez de Arellano (Alcanadres, 1577 – Calahorra 1613) nació en una de las familias más importantes de su época y fue, según las noticias que nos han llegado, una mujer autodidacta que logró adquirir una importante cultura humanista. En 1601 ingresó en el convento carmelita de Calahorra, del que era abadesa la escritora Cecilia del Nacimiento, quien le descubrió la poesía mística de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz y ejerció un notable magisterio sobre ella. Murió a los treinta y seis años después de dejar al mundo unos poemas exquisitos que al mundo le han pasado casi desapercibidos durante cuatro siglos: diecinueve sonetos místicos (aunque, curiosamente, su poesía religiosa adopta la forma característica del cancionero amoroso, la colección de sonetos), que entregó como regalo de despedida a su maestra Cecilia del Nacimiento cuando esta dejaba Calahorra para volver a su Valladolid natal. Perdido aquel cuadernillo original hasta 1990, y conociéndose solo en una copia hecha por la dedicataria de los mismos, incluso llegaron a serle atribuidos a la propia Cecilia y como tales se editaron.

Hay que esperar hasta 1991 (cuando aparecieron en la revista Monte Carmelo) para ver impresas las composiciones como obra de Ana de la Trinidad tras el hallazgo del cuaderno. Y casi otros treinta años ha tardado en aparecer su primera edición crítica. Un notable y útil trabajo filológico (y subrayamos ese útil, pues pensamos que traer los textos del pasado a nuestro tiempo e insuflarles nueva vida es la verdadera y noble utilidad de la filología, cuyos fines tan a menudo se banalizan hoy). Solo echamos en falta una modernización más eficaz de la puntuación de los poemas y solo nos sobra un “desaparece” que debe ser “desparece” para evitar un verso hipermétrico, así como la errónea lectura hipométrica de un perfecto endecasílabo donde una aspiración procedente de /f/ latina (esta aún era común en la poesía de la época) ha pasado desapercibida al editor. La por lo demás impecable edición de los textos viene acompañada de un didáctico análisis detallado de los poemas y de un completo estudio de carácter general, casi una monografía sobre la autora y su obra, que los contextualiza de manera amena, desglosando minuciosamente la tópica mística y su simbología.

El editor compara la de Ana de la Trinidad con la poesía dolorida de Rosalía de Castro y Alfonsina Storni. Al parecer, su frágil salud física, unida a las consecuencias de un accidente sufrido cuando huía de su casa para ingresar en el convento carmelita contra la voluntad familiar, la hicieron vivir su corta existencia padeciendo dolores físicos continuos, que soportaba refugiándose en la oración y cultivando un misticismo que iba más allá de la literatura y se adentraba en su religiosidad y su forma de vida.

En lo literario, la poeta riojana toma claramente el modelo de la poesía mística establecido por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, a los que leyó con fruición y con los que compartió orden religiosa, pero vuelca en ellos su experiencia espiritual y psicológica, así como su propio talento y personalidad literaria, de una solidez que nadie esperaría encontrar en una casi completa desconocida para los manuales de historia de la literatura. Su lengua es tan sencilla y clásica como límpidas sus estructuras argumentativas y rítmicas. El orden de palabras es casi el conversacional. El tono, confesional e íntimo. Y su retórica, la justa.

“Bebo en un mar de sed donde me anego,/ que a los umbrales puesta el alma mía / del bien se desfallece la alegría / y a gozarle del todo nunca llego”.

La imaginería neoplátonica, la impronta petrarquista, el conceptismo provenzal, la paradoja mística y, en suma, el bagaje de la educación sentimental y espiritual del Occidente humanista son los esperables en su registro. Pero la poeta sabe llevarlos a su intimidad y dejar la huella de su sensibilidad honda y delicada (“Haré de mi dolor una represa / que no me entre resquicio de alegría”), que alcanza también cotas de intensidad memorables (“Muero por Ti de hambre y te me ausentas […] Traga en tu lleno todo mi vacío / para que así enriquezcas mi pobreza / quedándote en el corazón de asiento”). El resultado es una poesía de una sorprendente calidad y singularidad que hace sospechar que esos no fueron ni sus primeros ni sus únicos poemas, o que, si lo fueron, estaríamos ante un magnífico talento prematuramente malogrado. En todo caso, debemos celebrar y agradecer el descubrimiento de una gran poeta que esta edición pone al alcance de los lectores del siglo veintiuno. Si, como en aquellos heptasílabos de Borges, la meta es el olvido, podemos decir gracias a este libro que, después de cuatrocientos años, Ana Ramírez de Arellano no ha llegado todavía.

Reseña publicada con anterioridad a la revista Anáfora

Dolor humano, pasión divina. Sonetos (Los aciertos, 2020)| Sor Ana de la Trinidad | 168 Págs. | 16,50€ | Edición, introducción y notas de Jesús Cáseda

admin

3 comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *