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El capitalismo mata (II): esta vez en el mar

LUIS ANTONIO SIERRA | No pretendo frivolizar con un asunto como el de esta terrible pandemia que llevamos sufriendo durante más de un año y que se ha cobrado tantas víctimas, pero hay que decir que esta situación excepcional ha tenido un efecto positivo en el mundo del libro en cuanto al incremento de lectores y lecturas – al menos en nuestro país. Nuestras librerías han soportado mejor que otros sectores económicos la parálisis económica que ha traído el COVID-19 gracias, también, a que han utilizado de forma muy inteligente las tecnologías de la información a través de presentaciones virtuales de novedades, encuentros con editoriales, autores, etc. Gracias, precisamente, a uno de estos encuentros virtuales, promovido por la librería El Agente Secreto de Úbeda, llegó a mis oídos, primero, y a mis manos, después, el magnífico libro de Ian Urbina, Océanos sin ley. Viajes a través de la última frontera salvaje. La conversación entre José Torres, librero, y Enrique Maldonado, traductor del libro, activó al final de la charla unas ganas casi irrefrenables de leer este libro.

Al contrario que otras ocasiones en las que te “venden” un libro como algo excepcional y luego acabas bastante decepcionado porque no era para tanto, las expectativas creadas por la conversación virtual se confirmaron tras la lectura de Océanos sin ley. El libro es puro periodismo de investigación y, de ahí su narrativa directa, cruda, sin subterfugios ni rodeos innecesarios. Esta crudeza no le resta en absoluto calidad al resultado a pesar de llevar la dudosa etiqueta de best-seller que se destaca en la portada por motivos claramente comerciales. Pero, sin duda, lo más importante e interesante en este libro es lo que cuenta, que no es otra cosa que la impunidad más absoluta que existe en los mares de este planeta en los que empresas de diferente naturaleza actúan sin ética ni escrúpulos en pro del beneficio económico. Para conseguirlo, no dudan en esclavizar a sus iguales, en matarlos cuando ya no son necesarios o se vuelven incómodos, o en chantajear tanto a ellos como a sus familias. Salvando las distancias, muchos de los individuos que protagonizan varios capítulos del libro nos pueden recordar al despiadado Kurtz de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, si bien la diferencia entre el personaje de Conrad y los que retrata Urbina reside en el carácter nada prosaico de los segundos, los cuales atienden a las órdenes de empresas o estados para los que la declaración de los derechos humanos de la ONU y las legislaciones nacionales son poco más que papel mojado.

Dentro de este contexto de abuso y explotación, cabría una pregunta: ¿dónde están las leyes, las normas, las regulaciones que frenen todos estos despropósitos? Pues, entre otras cosas, ahí está el problema y es que no existen y cuando las hay, estas empresas y estados se las apañan para saltárselas de múltiples maneras. Además, casi inconscientemente se asume – dentro de un paradigma ideológico muy típico del pensamiento anglosajón, esto es, el de la frontera que hay que domesticar – el carácter salvaje de las inmensidades oceánicas que todavía no hemos sido capaces de dominar y, por lo tanto, permiten que se ponga en práctica ese dicho tan castizo de “ancha es Castilla”.

A pesar de este paisaje tan desolador, nos encontramos con gentes decentes que intentan poner un poco de cordura en todo este desaguisado. Son muy pocos los estados que, por una razón u otra, luchan contra este tipo de piratería económica. En su investigación Urbina nos menciona el pequeño Palaos, Tailandia o Australia. Pero ¿dónde están los demás? Ante esta atronadora ausencia, es decir, ante la interesada pasividad de muchos países, ante la desidia de otros o la inacción de algunos para evitar conflictos con vecinos económica y militarmente más poderosos, aparecen esas gentes decentes mencionadas más arriba quienes se articulan fundamentalmente en torno a organizaciones no gubernamentales. Como en la historia bíblica de David frente a Goliat, aquí está bastante claro quién encarna a quién, pero al contrario que en el Antiguo Testamento, el resultado del enfrentamiento no se decanta normalmente del lado del más débil. Aunque ONGs como Sea Sepherd o Greenpeace han salido victoriosas en ocasiones en sus enfrentamientos, sin embargo, estas victorias dentro de un mundo globalizado son pírricas. Son unas cuantas batallas ganadas – y muchas más perdidas – en una guerra más amplia y compleja que necesita la implicación de ejércitos más poderosos y globales para evitar la destrucción de nuestros océanos, lo cual, sea dicho de paso, y según las investigaciones científicas, estamos a un tris de que no haya vuelta atrás en este proceso de destrucción en aras de la economía y el consumo.

Por último, merece la pena mencionar un caso recogido por Urbina en el que se aprovecha la desregularización de los mares para salvar vidas. Nos referimos al Adelaide, un barco que hace escala en países en los que el aborto está penalizado. El equipo médico del Adelaide realiza estos abortos con todas las garantías sanitarias en aguas internacionales donde no llega la legislación de estos países contrarios a los derechos de las mujeres. Es triste que se tengan que utilizar estos procedimientos para salvar la vida de estas mujeres y garantizar su derecho a decidir sobre sus cuerpos, pero no todo va a ser miseria y tragedia en nuestros océanos. Al menos una noticia positiva entre tanta destrucción.

Océanos sin ley. Viajes a través de la última frontera salvaje (Capitán Swing, 2020) | Ian Urbina | Traducción de Enrique Maldonado | 648 páginas | 25,00 euros.

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