El padre / La madre. Las novelas de Patrick Melrose
Edward St. Aubyn
Mondadori, 2013 / Literatura Random House, 2014
ISBN: 978-84-397-2724-8 / 978-84-397-2883-2
399 / 392 páginas
23,90 € cada uno
Traducción de Cruz Rodríguez Juiz
Sara Mesa
“Creo que la muerte de mi madre es lo mejor que me ha pasado desde… bueno, desde que murió mi padre”. Patrick Melrose
¿Autoficción? Oh, dios, la moda continúa. Estamos rodeados de ‘alter egos’ (‘alteri nos’, para ser exactos), de reflexiones sobre la memoria y sobre la construcción de la identidad. Bueno, ¿y qué? El único peligro de una moda es que se escriba -nunca mejor dicho- a su dictado, que de pronto todo el mundo piense que su vida es digna de contarse en un libro o que no hay otra historia posible que la propia vida. Pero más allá de las modas, creo que es indiscutible que la fórmula, cuando funciona, funciona. De autoficción se ha hablado en muchos sitios recientemente, en mesas redondas y seminarios y revistas monográficas, así que este texto no pretende aportar nada al respecto, salvo tal vez recordar dos verdades de perogrullo: la primera que, desde el punto de vista literario, da igual si lo que se cuenta es o no real, o si contiene cierto grado de realidad -soy de las que piensa que toda escritura es autobiográfica-, porque de lo que se trata, al final, es de hablar de malos libros o buenos libros. A pesar de la carga de subjetividad que esto conlleva -y que asumo-, lo que pretendo decir es que lo verdaderamente sugestivo en esto de la autoficción es asistir al proceso mediante el cual la materia de una vida se transmuta en sustancia literaria. Si este proceso no se produce, si lo que se pretende es vomitar el pasado sin pasarlo por el tamiz del lenguaje literario, entonces es mejor ir al psicoanalista. Pero si existe el filtro de la literatura -ese procesado necesario-, el resultado de tamizar las tripas por el cedazo puede llegar a ser sensacional. La segunda verdad de perogrullo es que, reconozcámoslo, no todas las vidas son igual de interesantes. Que toda vida merece ser contada puede ser cierto, pero hay vidas y vidas, esto tampoco vamos a negarlo. En el caso de la que ahora nos ocupa, la del aristócrata londinense Edward St. Aubyn, lo de «interesante» se nos queda corto: su vida -la parte de su vida que cuenta en esta saga de novelas a través de su ‘alter ego’ Patrick Melrose- es terrorífica, insólita, fascinante y traumática, y por eso es un mérito enorme que el autor haya sabido novelarla echando mano de su innegable talento narrativo y poniendo distancia con el mejor antídoto posible: su humor socarrón y brillante. El humor es aquí, además, una tabla de salvación que le sirve al autor/narrador/personaje para escapar del terror que anida en el microcosmos familiar de estas cinco novelas (agrupadas en dos volúmenes, tres en El padre y dos en La madre), un ecosistema podrido de dinero, de esnobismo, de cinismo y de cosas peores.
Volviendo al asunto de la autoficción, cabe recordar que la saga de Patrick Melrose no puede insertarse en una moda, no solo porque nunca es moda lo que es auténtico, sino porque la primera novela del conjunto, Da igual, tiene ya más de veinte años. De hecho comenzó a ser escrita mucho antes aún, a finales de los ochenta, aunque el autor confiesa que era incapaz de terminarla debido a que, más que una experiencia terapéutica, estaba suponiendo revivir el trauma de un pasado con el que no era fácil reconciliarse. Porque, ya se va viendo, la vida de St. Aubyn es de película, de una película de terror psicológico cuya producción no sería precisamente barata. La aristocracia es lo que tiene: palacios y ‘châteaux’, jardines kilométricos, sofisticado vestuario, suntuosos banquetes, recepciones y fiestas. Y aunque el tema medular de estas novelas sea la familia y no la aristocracia, el hecho de que ambas realidades confluyan produce escalofríos. Sin embargo, ¿quién nos hizo creer que el nivel social, el bienestar económico o la cultura nos salvaban del mal?
Lo ideal -aunque no imprescindible- es leer estas novelas por orden, ya que narran los acontecimientos cronológicamente. En Da igual, la más estremecedora de todas, asistimos a un suceso que marcará el futuro del pequeño Patrick -que solo cuenta con cinco años de edad- y que consolida definitivamente su ambigua relación de odio -nunca bien gestionado- hacia sus progenitores: un padre pederasta, abusador, violento y cruel -la pura encarnación del mal, incluso desde un punto de vista filosófico- y una madre alcoholizada, ausente y con tendencias visionarias. En Malas noticias el joven Patrick, ya veinteañero, se ha convertido en un politoxicómano que necesita meterse lo que sea cada veinte minutos: el relato de una sola jornada de su vida se convierte en un angustioso descenso a las cloacas del sufrimiento, pero también al paraíso de la evasión y la huida. En Alguna esperanza, una celebración en la campiña inglesa se convierte en un delirante paseo de personajes ricos -riquísimos- y sucios -sucísimos- en el que también encontraremos a la princesa Margarita representando un no muy noble papel, mientras nuestro protagonista, que entra en la madurez más o menos desintoxicado, continúa su particular lucha contra el pasado.
Las dos novelas que completan la serie, Leche materna y Por fin, se centran en el declive de la madre, muy enferma ya y manipulada por chamanes y gurúes de la ‘new age’, que consiguen heredar bienes al mismo ritmo con que ella deshereda a sus descendientes. Patrick ya se ha casado, tiene dos hijos y parece haber alcanzado cierta estabilidad personal, pero el alcoholismo, la quiebra económica, la ansiedad, la depresión, la frustración sexual y la entrada en la cuarentena no lo tienen precisamente preparado para asistir al espectáculo del derrumbe y la muerte. “Estoy mal, aterrado, situado en el caos. Mi vida afectiva se precipita por todos lados hacia la falta de palabras (…) siento la debilidad de lo que controlo rodeado de la inmensidad de todo cuanto escapa a mi control. Es algo muy primitivo y muy potente. Me he quedado sin leña para la fogata que mantiene alejados a los animales salvajes, algo así. Pero también algo más confuso: los animales salvajes son una parte de mí, y van ganando. No puedo impedir que me destrocen sin destrozarlos, pero no puedo destrozarlos sin destruirme”.
La gran elección narrativa, para mí, es la de afrontar toda esta historia como el entomólogo que analiza a través de un microscopio la vida de una colonia de perversos insectos: en el relato de los hechos hay parsimonia, frialdad y cierto ánimo científico. El punto de vista va cambiando -aunque siempre vuelve a Patrick- e incluso seguimos el discurso mental de ciertos secundarios memorables -en especial el repulsivo Nicholas Pratt, aunque también el pequeño Robert, hijo de Patrick, que hereda su carácter y sus pesadillas-. Los diálogos son ágiles, incisivos, y con un puntito pedante que quizá a algunos no guste -a mí sí-, muy cercanos al mundo de Oscar Wilde o de Evelyn Waugh, autores con los que se le compara con frecuencia, aunque a mí me ha recordado también al de J.R. Ackerley. En cuanto al ritmo narrativo, la propuesta de St. Aubyn es sencillamente fascinante. Salvo en Leche materna, donde la acción transcurre durante un periodo temporal algo más amplio, cada una de las novelas ocupa un solo día, o unas pocas horas. Digamos que la vida de un hombre de cuarenta y pocos años -¡y no cualquier vida!- se narra a través del relato de unos cuantos días, y eso es bastante para desplegar todo un universo. La lectura seguida de la saga -recordemos que las novelas fueron publicadas entre 1992 y 2012- ofrece además el curioso efecto de formación de grandes elipsis. Con todo esto, creo no exagerar si afirmo que en todo taller de narrativa donde se afronte el tema de la estructura novelística deberían mencionarse estas cinco novelas, o más que las novelas en sí, el conjunto que forman. Su andamiaje no solo es original, sino que funciona a la perfección como motor de representación del gran tema de fondo: la violencia del poder ejercida dentro del átomo social por excelencia, esto es, la familia.
Al final, lo curioso es que la vida de Patrick, a pesar de sus terribles particularidades, nos ofrece multitud de reflexiones extrapolables a la vida en general de cualquier de nosotros. Por eso, quien busque en estos libros morbo o escándalo no lo encontrará. Aquí, a pesar de todo, por encima de todo, o incluso contra todo, se habla del paso del tiempo -desde una perspectiva muy proustiana, por cierto-; se habla del amor, la soledad, el duelo; se habla de la cultura y la apariencia de la cultura, del dinero, de la hipocresía social; se habla de eso tan complejo de ser hijos y de ser padres. Y creo que este es justo el resultado de haber usado el cedazo para filtrar las tripas, algo ante lo que siempre deberíamos quitarnos el sombrero, por su dificultad, por su honestidad. Con una historia como esta hubiera sido muy fácil hacer trampas, ponernos el nudo en la garganta y sacudirnos de emoción a la primera línea. Pero St. Aubyn no hace trampas: hace literatura. Así que desde aquí, desde este humilde blog, le hago una reverencia acorde con su título genealógico de alto linaje, no el que ostenta como aristócrata sino, por supuesto, el que ha ganado por derecho propio como escritor.
El Sr. St. Aubyn ha ganado (al menos) un nuevo comprador y lector de sus libros con su crítica, Señora Mesa.
Espero que te gusten, José. De verdad creo que leerlos es toda una experiencia. Besines
La verdad es que has conseguido que sienta el impulso de pillarlas ipso facto, se empieza con El padre, ¿no?
Sí, empieza con El Padre, cuando Patrick tiene cinco años. Esta entrevista está bastante bien, por cierto, para que te termine de picar el gusanillo:
http://elpais.com/elpais/2013/11/13/icon/1384346242_688692.html
Me atrae más la adultez y la relación con la madre “visionaria”, pero empezaré por donde corresponde 😉 Ya contaré. ¡Saludos!
En dos de las novelas de «El Padre» ya tienes a un Patrick adulto, y la madre también sale. Lo que pasa es que el volumen de «La Madre» se centra más en ella porque el padre ya había muerto mucho antes (se llevaban bastantes años). Pero como figuras novelescas no tienen desperdicio ninguno. Los secundarios también están increíbles.
¡Ya estaba convencidísimo! Por culpa del pjo inglés este voy a atrasar sine die de nuevo empezar a leerme entera La comedia humana 😉