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El charco

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Deudas vencidas

Recaredo Veredas

Salto de Página, 2014. Colección «Púrpura»

ISBN: 978-84-15065-96-8

176 páginas

14,90 €

 

 

 

Daniel Ruiz García

Confieso que con su primera novela, Recaredo Veredas me ha sorprendido. Porque, aunque la contraportada resultaba bastante incitadora, no lo era tanto el contexto de su publicación. Señalada como “otra novela de la crisis”, temía toparme entre sus páginas con algo demasiado solemne y denso, con un ejercicio de conciencia tortuoso con aroma de sermón. A las veinte páginas empecé a suspirar con alivio, aunque esa sensación duró poco: enseguida empecé a pasarlo verdaderamente bien, sonriendo como hacía tiempo que no lo hacía con un libro, y dejándome llevar por la prosa verborréica, excesiva y muchas veces brillante de Recaredo.

El planteamiento de partida resulta muy divertido: un recobrador de morosos decide contratar a un matón ruso para culminar los procesos de recobro más delicados y enquistados. Este personaje, que escribe el libro en forma de diario en primera persona, lleva una especie de doble vida, ya que si bien su actividad profesional está consagrada a servir al capital, en su vida más personal y doméstica practica la militancia más izquierdista, contribuyendo incluso con su propio sueldo al sostenimiento del Colectivo, un grupo que encabeza la élite intelectual de la joven izquierda española, donde destaca, por encima del resto, un tal Borja, pijo de extracción aristócrata que es hijo del propietario de uno de los mayores grupos editoriales de nuestro país. Para más martirio, además, Osmundo, que así se llama el personaje, tiene aspiraciones literarias, de manera que sueña con publicar una Gran Obra capaz de contener el «Zeitgeist» de su tiempo. Y además de todo eso, tiene serias sospechas de que su novia se siente atraída e incluso se la pega con el líder pijo del Colectivo.

A lo largo de sus crepitantes páginas, Recaredo acaba forjando a un personaje de fuerte cinismo, que particularmente me ha recordado al protagonista de La historia de mi mujer de Milán Füst, aquel célebre y desquiciado cornudo que en lugar de contar parecía desangrarse a borbotones a través de las palabras. Comparte con Füst el cinismo de la mirada, la mala leche, y también la tendencia al exceso, al chascarrillo, a la digresión. Lo que me lleva a apuntar el que considero, a la vez, el mayor acierto y el mayor peligro de esta novela: Osmundo es un personaje excesivo, con un punto desquiciante, y esa condición adquiere la forma literaria de la incontinencia. Si tenemos en cuenta este aspecto de partida todo lo que venga resultará no sólo disculpable, sino también agradecido: uno se ríe mucho con las “idas de olla” de Veredas, con las digresiones que a veces chapotean en el esperpento, con muchos de sus razonamientos hilarantes. Si no se transige desde el principio con este supuesto, el resultado del lector será distinto: le reprochará a Recaredo su falta de contención, la gratuidad de muchos pasajes y la impertinencia y el posible tono cargante de algunas de sus confidencias. Si me preguntan a mí, pertenezco al primer grupo de lectores. Frente a los amantes del bisturí, cada vez soy más defensor de la celulitis, porque en la literatura el ornamento importa y la línea recta no es siempre el mejor camino para llegar a la casa de las buenas lecturas, que son las que al final se recuerdan.

Deudas vencidas es una obra muy terapéutica. Pertenece a la tradición de Füst, que es también la tradición de Céline, o de Quevedo si nos ponemos estupendos: la de las novelas malvadas, esas novelas gamberras, brillantes y dotadas de ingenio que convierten la lectura en un chapoteo de cochino sobre un cenagal, donde el barro hediondo acaba repercutiendo sobre la tersura del cutis, léase conciencia. Se pasa muy buen rato en ese charco, y cuando toca salirse uno tiene la sensación de que hubiera estado allí muchas más horas, porque es un charco cojonudo. No estamos ante una novela de la crisis, sino ante un tratado bastante divertido -o desolador, según se mire- sobre la condición humana.

admin

6 comentarios

  1. Entiendo la reseña del Sr. Ruiz, pero yo pertenezco claramente al grupo de lectores que «Si no se transige desde el principio con este supuesto, el resultado del lector será distinto: le reprochará a Recaredo su falta de contención, la gratuidad de muchos pasajes y la impertinencia y el posible tono cargante de algunas de sus confidencias.» y me pareció uno de las peores novelas que no he terminado de leer de los últimos tiempos y me condolí sinceramente de los árboles talados para publicar esta cosa.

  2. Amigo Martínez Ros, ¡qué drástico eres! Yo también he leído la novela, y me divertí con ella y con sus excesos. Si le reprochara algo, más bien sería el trazo grueso con que despacha a los personajes secundarios, pero como la veo en la tradición de «El Lazarillo» (incluso con el tema de los cuernos «consentidos»), pienso que la caricatura podría ser pertinente, aunque yo hubiese preferido más «finura».

  3. A mí me parece que es una novela interesante, porque personalmente participo de ese desbarre, y porque acepté desde el inicio el «contrato de lectura» que proponía. Pero como comento, entiendo a los que le reprochan la falta de contención. A mí, ya digo, me ha gustado, y bastante, además.

  4. Bueno, es lo que tiene el humor;) Si entras en el juego, como parece que han entrado ustedes, estimados compañeros/as estadistas, pues te agrada; si no, como es mi caso, empiezas a sentir vergüenza ajena. Como si estuvieras viendo Annie Hall o Desmontando a Harry y, a continuación, pasaras a Para Roma con amor.

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