ANA BELÉN MARTÍNEZ | Son muchos los músicos que escriben su historia ya sea literal o metafóricamente. El director de orquesta Pablo Heras-Casado (Granada, 1977) ha hecho ambas cosas. La literal se titula A prueba de orquesta (Espasa, 2018), una autobiografía en la que cuenta el origen y desarrollo de su trayectoria profesional. La metafórica también forma parte de esas mismas páginas, en las que narra cómo se forja uno mismo su destino desde la disciplina, el arrojo y mucha, mucha pasión por aprender.
¿Para qué sirve un director de orquesta? ¿Qué hay detrás de esos movimientos de brazos que parecen los de un guardia de tráfico? ¿Cómo es el día a día dentro del mundillo de la clásica? ¿Es imprescindible usar batuta y frac para dirigir? ¿Qué sucede cuando un momento antes de salir al escenario, te salta una lentilla del ojo? A prueba de orquesta responde a estas y a otras dudas a lo largo de 30 capítulos que mezclan distintos espacios temporales: su vida en Granada, los años de estudio, los viajes con la orquesta, la preparación de las obras, los reconocimientos, el encuentro con los maestros que lo han marchado, tal es el caso de Harry Christophers y Pierre Boulez, y otras figuras relevantes del panorama musical como Plácido Domingo o Daniel Barenboim, entre otros.
Heras-Casado es un director de orquesta atípico por unas varias razones. En primer lugar, llama la atención que alguien tan joven se haya convertido en el director español más internacional y haya dirigido en los mejores teatros y orquestas del mundo. En segundo lugar, dirige con las manos, prescinde de la batuta y huye del frac. «La batuta no es más que una convención académica», aclara. Además, afirma que no se siente cómodo al usarla. En tercer lugar, impacta el esfuerzo continuo en el tiempo de este granadino y su férrea seguridad ante su objetivo desde muy temprana edad. Esfuerzo que ha conllevado no tener fines de semana o vivir años con tan solo una semana de vacaciones. «Me considero una persona disciplinada, eso sí, dentro mi propia anarquía».
Hijo de un policía y un ama de casa, Heras no olvida en ningún momento de dónde viene y el trabajo que supuso para sus padres hacerse con un piano y pagarlo “letra a letra”. Quizá por ello resulte todavía más admirable advertir el crescendo imparable de este maestro y aquello de que el talento se hace paso.
Pese a encontrarnos con alguna errata en el texto que olvidó el corrector (como la del año de nacimiento del propio Heras-Casado al que se le quitan 20 años de encima), la lectura de A prueba de orquesta resulta estimulante. Su lenguaje es cercano, accesible en contenidos y libre de cualquier prejuicio. En algunas de las anécdotas se refleja esa chispa pícara del sur que supone una manera de vivir y en este caso de contagiar entusiasmo por la música.
« ¿Qué ha hecho posible que, a lo largo de los siglos, hombres y mujeres sigan reuniéndose para tocar sus instrumentos bajo una misma luz, pero siempre en otro tiempo? », pregunta el maestro. La música, siempre la música.
A prueba de orquesta (Espasa, 2018) | Pablo Heras-Casado | 232 páginas | 19,90 euros