“Cuando tienes sobrepeso, en muchos sentidos tu cuerpo se convierte en un asunto de dominio público. Está constante y visiblemente expuesto. La gente proyecta en tu cuerpo diversas narrativas preconcebidas y no está en absoluto interesada en conocer la verdad de tu cuerpo, independientemente de cuál sea esta verdad”
CAROLINA EXTREMERA| Hace aproximadamente un mes tuve una gastroenteritis que me duró varios días. Cuando volví al trabajo, al explicarle a unas compañeras el motivo de mi ausencia, una de ellas me dijo: “míralo por el lado positivo, te habrá servido para perder peso”. Si yo tuviera un índice de masa corporal superior a 25, esta frase habría sido tremendamente maleducada pero, con mi 21.5, se convierte directamente en absurda. Meditemos un instante: la gente piensa que perder peso es algo que todo el mundo desea, independientemente de su talla. Todos hemos visto a esa persona tremendamente gorda que entra en el cine con un cubo gigante de palomitas y casi todos, yo la primera, la hemos reprobado en nuestro interior pensando que justo eso es lo que no necesita. Sin embargo, estoy bastante segura de que es muy raro que pensemos eso mismo de todas las personas que vemos fumar un cigarrillo o beber un cóctel, a pesar de que sabemos que ambas cosas son perjudiciales para la salud de cualquiera. ¿Qué pasa entonces cuando alguien está no solo gordo, sino extremadamente gordo? ¿Cómo es percibido? ¿Qué se siente cuando todo el mundo se ve capacitado para decirte lo que debes hacer porque se preocupa, supuestamente, por tu salud?
En su colección de ensayos Mala feminista (Capitán Swing, 2016) Roxane Gay reflexionaba cómo al militar en un movimiento con nombre, como el feminismo, inmediatamente se te exigen unos estándares de perfección moral imposibles de cumplir y cómo eres juzgada constantemente con ese rasero y planteaba cómo lidiar con la culpabilidad que te pueden generar tus propias contradicciones. En Hambre (Capitán Swing, 2018) volvemos a encontrar ese juicio ajeno que está siempre presente aunque desde una perspectiva menos irónica. Lo que era divertido y ligero en su libro anterior, en este se convierte en lapidario y dramático, no porque haya decidido cambiar arbitrariamente su tono, sino porque el tema lo merece.
Hambre es una radiografía de la gordura mostrada en toda su complejidad con el testimonio en primera persona de la autora, una mujer de considerable sobrepeso. En el primer capítulo, a modo de introducción, nos cuenta cómo fue violada en grupo con doce años, un arranque durísimo pero necesario para explicarnos que detrás de un gran sobrepeso siempre hay una razón más allá de la mera falta de voluntad. Después, en el resto de capítulos vemos cómo, a partir de ese instante, empezó a comer indiscriminadamente como una forma de convertir su cuerpo en una barrera lo suficientemente grande entre ella y el mundo. Dedica también otros capítulos a la incomodidad física que produce la gordura, a sus efectos en sus relaciones familiares, a cómo es percibida por otras personas y las veces que la han abordado para insultarla o para darle consejos no pedidos y, también, y esto es lo más interesante, a analizar el fenómeno del sobrepeso en la televisión y en la cultura popular. Nos cuenta su relación con la comida, con su propio cuerpo, con la cocina, con los extraños y con los conocidos y cómo todas las personas, indefectiblemente, ven primero un cuerpo gordo y, después a ella y, a veces, ni siquiera llegan a percibir que es una persona lo que hay debajo de toda esa carne.
Es un libro duro, lleno de confesiones y de dolor, una historia que no da al lector el descanso de poder decir que es un relato de superación, porque no lo es. Roxane Gay sigue estando gorda, gordísima, y no sabe si dejará de odiar su cuerpo algún día. En ese sentido, su narración al estilo de James Rhodes en la que no ahorra detalles de distintas relaciones de maltrato, es aún más valiente porque no hay cosa que la sociedad perdone menos que confesar que uno no ha superado las adversidades a base de tesón. Sin embargo, es una obra que hace pensar a todos, también a los que hemos juzgado a otros por no saber adelgazar, que nos hace ser más humanos y nos baja del púlpito al que nos habíamos subido para “preocuparnos por la salud” de los gordos. Y no solo es eso, nos muestra las dificultades, a veces cercanas a la discapacidad, con las que vive otra parte de la población que, sin embargo, no tiene los derechos de otros discapacitados porque son considerados culpables de su situación. Abajo dejo un párrafo que resume cómo se siente ella:
Odio la debilidad de ser capaz de controlar mi cuerpo. Odio cómo me siento en mi cuerpo. Odio cómo la gente ve mi cuerpo. Odio cómo se quedan mirándolo, cómo lo tratan y los comentarios que hacen sobre él. Odio equiparar mi valía personal al estado de mi cuerpo y lo difícil que es superar esta equiparación. Odio lo difícil que resulta aceptar las fragilidades humanas. Odio decepcionar a tantísimas mujeres cuando no consigo aceptar mi cuerpo en ninguna talla.
Y, si lo odia tanto, ¿por qué no adelgaza? Si usted ha pensando esto, es que no entiende nada. Lea el libro.
Hambre (Capitán Swing, 2018) | Roxane Gay | Traducción de Lucía Barahona | 288 págs. | 20€