JUAN CARLOS SIERRA | Es curioso cómo la vida se cruza con la literatura o cómo teje hilos fantásticamente azarosos con la literatura. Por motivos laborales, voy al teatro a ver una obra de la que he oído maravillas, que ha sido galardonada con el Premio Nazario Revelación 2020 en el Festival Cultura con Orgullo de Sevilla, que quienes la han visto dicen que es de una honestidad arrolladora y conmovedora, y con la que, además, mantengo una deuda pendiente porque desde su estreno he desaprovechado cada una de las oportunidades que se me han ofrecido para disfrutarla. Al fin la deuda queda saldada el 18 de mayo del corriente. Por cierto, a ver si con tanto preámbulo me voy a olvidar de lo esencial: estoy hablando de Perfecta, monólogo dramático escrito e interpretado por Manuela Alonso y dirigido por Sario Téllez. Esto sucede en el transcurso de mi lectura de otra obra premiada, la que ha obtenido el Biblioteca Breve 2023, la novela La educación física, de Rosario Villajos.
Que uno vaya al teatro y al mismo tiempo se encuentre inmerso en lecturas de cualquier naturaleza es un hecho común -¿o no tanto?- y nada extraordinario -o, al menos, no debería serlo, ¿verdad?-. Sin embargo, el azar operó en este caso para que esta coincidencia se sustanciara en algo más que en una anécdota sin mayor relevancia dentro del discurrir del ocio, el negocio, los intereses y los placeres de uno. Y es que mientras asistía en Perfecta a la representación desgarrada, sincera y dolorosa de un personaje femenino en conflicto con su cuerpo, no podía evitar acordarme de Catalina, la adolescente de dieciséis años protagonista de la novela de Villajos que no para de pelearse con su cuerpo en La educación física de una manera muy similar a como lo hace en su obra de teatro Manuela Alonso, es decir, desgarrada, sincera y dolorosamente.
Si continuamos con las coincidencias, habría que centrarse en los juegos semánticos de los dos títulos. Mientras que Perfecta plantea una ironía hiriente y cruel, en el caso de La educación física la polisemia del sintagma que da título al libro remite simultáneamente a una formación académica y existencial que coinciden cruel e hirientemente en el tiempo adolescente de Catalina. Pero hay detalles concomitantes de más enjundia.
No parece casualidad –o sí- que los personajes protagonistas sean mujeres y que los dos textos que las incluyen se centren esencialmente en la adolescencia, aunque la obra de teatro tiene un recorrido más extenso, ya que salta a la primera juventud y al ingreso en la edad adulta. Pero, centrándonos en la novela objeto de esta reseña, lo esencial más allá o más acá de juegos de palabras es que Catalina, la protagonista de La educación física, como muchas chicas en la España de principios de los noventa, dentro de una familia de marcado poso heteropatriarcal -en el peor sentido del término-, tocada también por la precariedad económica de sus padres y por la pervivencia de un sustrato nacionalcatólico en cuanto a lo moral, asiste a los cambios que experimenta su cuerpo con una mezcla de estupor, horror, curiosidad, asco, extrañeza,… Un cóctel que le marcará sus relaciones sociales y sentimentales, tan importantes en la adolescencia, hasta tal punto que en ocasiones se encontrará a un cuarto de hora de la exclusión, de la marginalidad o de algo muy parecido al acoso escolar, asunto éste último también tratado pero más explícitamente en la obra de Manuela Alonso. Habrá que plantearse como sociedad, por tanto, qué estamos haciendo con la presión ejercida sobre el cuerpo, especialmente si se trata del femenino y cada vez a edades más tempranas; a lo mejor tanto la obra de teatro como la novela de Villajos nos están enseñando un camino que no teníamos muy controlado y al que merece la pena prestar atención.
No estamos afirmando, no obstante, con este último comentario que la mayor virtud de la novela de Rosario Villajos sea su utilidad social; no se trata de fundamentar el mérito de La educación física en su posible labor pedagógica, porque no creo que sea esa la intención de su autora; o no solamente. Pero es algo que está ahí, que se queda rondando la conciencia del lector durante y tras la lectura de la novela. El compromiso de esta es, me temo, con la propia literatura, con las palabras y con la manera de ordenarlas.
En este sentido, creo que la arquitectura de La educación física es determinante, porque además contribuye a esa suerte de toque de atención a las conciencias ya mencionado. La novela se enmarca en una estructura sencilla, repetitiva, pero efectiva, ya que el lector se introduce al cabo de pocas páginas en su dinámica y, por tanto, no tiene más que dejarse atrapar por la trama o, mejor dicho, por las tramas que desarrolla una novela escrita en dos planos: el del suceso, pautado por las representación de un reloj que marca las horas y los minutos, y que se corresponde con lo que podríamos considerar los capítulos de la novela; y, por otro lado, la conversación de la protagonista, Catalina, con su cuerpo, con su pasado, con su familia, con sus recuerdos, es decir, consigo misma, una introspeccción que sostiene lo que está pasando en primer plano al tiempo que pone en evidencia sus porqués. Hemos dicho que se trata de una arquitectura narrativa sencilla, pero habría que matizar que solo lo parece, porque es fácil de detectar y de explicar, pero es tremendamente complicado mantener el equilibrio entre los dos planos descritos sin que se te vaya la mano y, en consecuencia, se te escape el lector. Ahí se encuentra, bajo mi perspectiva lectora, uno de los grandes aciertos de La educación física, ya que no se trata solo del marco que encuadra y adorna al lienzo, sino que lo completa y lo sostiene orgánicamente.
Se podrían mencionar más detalles del último Premio Biblioteca Breve, pero sería una traición al lector que se quiera acercar a él. Lo único que sí puedo afirmar es que, después del fiasco del concedido a Elvira Sastre, parece que se ha recuperado la senda prestigiosa y de calidad de un galardón como este. La educación física así lo demuestra, como ya lo hicieron en los años postpandemia sin mascarillas las novelas de Isaac Rosa y de Juan Manuel Gil. Que no decaiga.
La educación física (Seix Barral, 2023) | Rosario Villajos | 299 páginas | 19.90 euros | Premio Biblioteca Breve 2023