MANUEL MACHUCA | Hace veinte años, Maksim Makarov salió de su Rusia natal para venir a España. Se había enamorado del flamenco y, como buen enamorado, lo dejó todo para ir en busca, no de sus raíces, puesto que afortunadamente quién sabe dónde están, sino de uno de los lugares donde ese árbol frondoso emergió con más fuerza, Andalucía.
Su historia continúa hoy, cuando todavía no ha cumplido los cuarenta, aunque quizás ya no persiga las huellas de la música y en este momento, en el que aún continúa tratando de subsistir en un país que por una u otra causa le sigue negando vivir en la legalidad, su vocación artística haya virado hacia la literatura, primero como poeta y ahora como novelista.
El destino del poeta es la primera novela de Makarov. La historia parte de una imagen que el 2 de septiembre de 2015 nos impactó a todos, la del cadáver del niño Aylan Kurdi en la orilla de las costas de Turquía. Aquel niño vestido con su camiseta roja y su pantalón azul, con sus zapatitos aún puestos, removió nuestras conciencias durante aquel tiempo, e hizo que por unos días, cual oferta de Black Friday, nos sintiéramos movilizados y también avergonzados de pertenecer a la autodestructiva especie humana, que no cesa ningún día de recordarnos para qué nos ha servido eso que llamamos inteligencia.
Maksim Makarov traslada en su novela aquella desoladora imagen a las costas de Andalucía. Una mujer, que se disponía a pasear por la playa, divisa algo extraño en la orilla y ve a un niño africano tendido sobre la arena. Sin embargo, este, a diferencia del pequeño Aylan, aún vive. La mujer lo traslada al hospital y allí logran salvarle la vida y comienza la historia de Amets, sueño, deseo en euskera.
Leyendo la novela, mi primera reflexión es el indudable mérito y valentía del autor a la hora de escribir en una lengua que no es la materna, aprendida probablemente de una forma autodidacta o, al menos, precaria, al tener que dedicar cada día de estos veinte años a sobrevivir, no siempre en las mejores condiciones. Creo que es un acto de honestidad y valentía, como lo es firmar como inmigrante ilegal en un libro. Evidentemente, en términos literarios, condiciona la historia, ya que, cuando usamos una lengua aprendida, carecemos de los recursos que poseemos en nuestra lengua materna. Hay imágenes y términos que se repiten a lo largo de la novela, que se deberían haber evitado y que sin duda se habrían corregido con una lectura externa, pero, quién paga a un lector o un corrector con unas condiciones de vida en las que siempre existen interrogantes. En mi opinión, la historia hubiera ganado mucho más si en lugar de haberse escrito en tercera persona, hubiera habido un narrador en primera que justificara esto. No obstante, el libro está plagado de pensamientos y frases brillantes, o que al menos así se lo han parecido a quien firma, lo que nos habla mucho del mundo interior del escritor, que sin duda está detrás del protagonista. Amets, Makarov, el deseo de otra vida, el sueño.
Muchos de los personajes de la novela pertenecen al inframundo social de nuestras ciudades: emigrantes, antiguos compañeros del centro de internamiento de menores, gitanos chabolistas…Hay muchos simbolismos en una novela que, si bien, parece narrar la vida de Amets, en realidad está hablando y denuncia todo el sufrimiento y las vicisitudes por las que pasan quienes vienen a buscar una forma de vivir más digna y acaban encontrándose con una sociedad que les escupe, se aprovecha de ellos y que utiliza a las personas bienintencionadas que los ayudan como forma de lavarse la cara y la conciencia. Emigrantes que después de haber pasado ese exigente proceso de selección que en África marcan el desierto del Sáhara, los montes de Marruecos y el mar Mediterráneo, han de soportar un sinfín de humillaciones y abusos de los que es muy difícil salir con bien, cayendo muchos de ellos atrapados por nuestras redes del mal, siempre tan bien tejidas para evitar que nada escape a su control, y sumergidas para que nada se sepa. Para que luego nos cuenten lo duras que son las oposiciones.
Quizás los personajes sean un poco planos y con pocos matices. Pero quizás también no sea mejor como imagen de esos inmigrantes ilegales que no pueden sentir, que no pueden fallar, que no pueden salirse del carril si pretender aspirar a que algún día los aceptemos.
El destino del poeta es, sin duda, una novela interesante que hay que apreciar mirando al fondo de su escritura, más allá del texto escrito. No es un libro en el que podamos remitirnos única y exclusivamente al estilo literario, eso se lo dejamos a escritores blancos, occidentales y con DNI y pasaporte en vigor, que pueden llenar de matices poliédricos las personalidades de sus personajes. Aquí hay que rascar en el fondo y ver lo que a veces no se desea ver. Con el peligro de que el fantasma de Aylan Kurdi se nos aparezca de nuevo.
P.D.: Si algún lector puede ofrecerle un trabajo digno al escritor que le permita regularizar su situación, que contacte con nosotros.
El destino del poeta (Aliar Ediciones, 2022) | Maksim Makarov|142 páginas| 13,00 €