RAFAEL ROBLAS CARIDE | Está claro que, en estos tiempos que corren, Dios no está de moda. El brutal materialismo imperante en nuestra sociedad o la extrema atracción por el universo paralelo que ofrecen los avances tecnológicos pueden ser algunas de las causas que explican el fenómeno. Dios -o la religiosidad tradicional, al menos- ha sido engullido por el vértigo de lo inmediato y por la irreflexividad característica de esta era, que llaman de la posmodernidad. Sin embargo, este ateísmo sociocultural no es nuevo en la historia de la poesía española. Mucho menos tras la finalización de la guerra fratricida del 36, donde la presencia del tema religioso en la producción de determinados autores parece descenderlos con frecuencia a la categoría de poetas menores por la crítica que los estudia.
José Julio Cabanillas comparte en principio esta opinión y de ahí sus dudas acerca de que el tema de Dios pudiera rastrearse fácilmente en la obra de los poetas contemporáneos. Así lo expresa en el prólogo que abre la antología que hoy nos ocupa, tras explicar brevemente que dicha selección nace inspirada por la ya clásica Dios en la poesía actual de Ernestina Champourcín:
“El presente libro quiere ser su continuación. […] Lo propuesto por la colección Adonáis es recoger poemas de autores actuales, vivos. [Pero] vivimos en un tiempo de postsecularización. ¿Dónde vamos a encontrar a esos poetas? […] Habrá, a lo sumo, cuatro o cinco poetas que hayan tratado el tema de Dios…”
Sin embargo, tal y como continúa desarrollando el prologuista, a menudo la sorpresa hace saltar por los aires cualquier tipo de prejuicio. En este caso particular, los editores –el dúo formado por el propio José Julio Cabanillas y por Carmelo Guillén Acosta– experimentaron en sus propias carnes una suerte de multiplicación de panes y peces poéticos y aquella pesimista previsión inicial terminó ampliándose, tras el trabajo de campo, hasta alcanzar la nada despreciable suma de ¡los cuarenta y ocho autores! que finalmente conforman el volumen.
¿Quiénes son?, ¿quiénes son?, escucho por allá al fondo. No quiero alargar la espera con una maldad insana, pues comprendo que más de uno aguarde ansiosamente la relación de los antologados para pronunciarse sobre la valía de dicho trabajo, aun antes de profundizar en su análisis complementario. Ahí van, por orden riguroso de aparición, los nombres de los componentes tan lírica procesión: Gracia Aguilar, Javier Almuzara, Enrique Andrés Ruiz, Rocío Arana, Jorge de Arco, Manuel Ballesteros, Izara Batres, Jesús Beades, Alfonso Brezmes, José Julio Cabanillas, Luis E. Cauqui, Daniel Cotta, Jesús Cotta, Luis Alberto de Cuenca, Miguel D’Ors, José María Delgado, Mercedes Díaz Villarías, José Antonio Fernández Sánchez, Vicente Gallego, Federico Gallego Ripoll, Lutgardo García, Enrique García-Máiquez, Jaime García-Máiquez, Bárbara Grande Gil, Carmelo Guillén Acosta, José Gutiérrez, Gabriel Insausti, José Lupiáñez, Alejandro Martín Navarro, Julio Martínez Mesanza, José Mateos, Juan Meseguer, Mario Míguez, Jesús Montiel, José Manuel Mora Fandos, Carlos Javier Morales, Antonio Moreno, Inmaculada Moreno, Sergio Navarro, Antonio Praena, Mª Eugenia Reyes Lindo, José Antonio Sáez, Eloy Sánchez Rosillo, Pedro Sevilla, Rafael Adolfo Téllez, Andrés Trapiello, Beatriz Villacañas y Fernando de Villena.
Dicho lo cual, y ahora sí bien satisfecha la curiosidad del diletante lector, me explayaré apuntando mis impresiones particulares, que pueden resumirse en los siguientes puntos:
Punto uno.- Superficialmente, el elenco tan numeroso de poetas antologados puede dar la falsa impresión de ser el resultado de un exceso de generosidad por parte de los editores, entendiendo ésta como un defecto de rigor en la selección de los textos. Nada más lejos de la realidad, pues el conjunto de la obra resalta por el abigarramiento de estilos, formas, tonos, maneras de tratar el tema de Dios,… mas nunca se resiente por la calidad de los poemas elegidos. De este modo, está perfectamente legitimado el uso del dicho aquel que reza que “puede que no estén todos los que son, aunque sí son todos los que están”. O expresado más rotundamente: ningún poema sobra por malo. Acertada elección, pues, por parte de Cabanillas y de Guillén.
Punto dos.- Expuesto lo anterior, y teniendo en cuenta los límites cronológicos impuestos por los editores (poetas nacidos a partir de 1950) no faltará quien eche de menos –o de más- a tal o cual autor; a tal o cual poema. Es la salsa picante que condimenta toda antología que se precie. De este modo, no seré yo quien coarte un futuro debate crítico en torno a esta cuestión. Cualquier obra que requiera una selección subjetiva previa lo necesita. Cualquier repaso antológico se complementa y enriquece a su vez con las opiniones ajenas. No obstante, reitero mi felicitación al dúo editor ya que, tanto Cabanillas como Guillén Acosta han demostrado con su trabajo atesorar un indiscutible conocimiento del panorama poético contemporáneo y poseer un excelente gusto.
Punto tres.- Aparte de proporcionar una demostración empírica acerca del abundante material poético –de calidad- existente sobre el tema de Dios, la presente antología acierta en reunir a autores muy diferentes entre sí, conformando de este modo una rica polifonía que hace huir al libro de rígidos dogmatismos y ortodoxias. Dejando a un lado los distintos estilos y formas líricas de los antologados, a lo largo de las doscientas cuarenta páginas del volumen encontramos composiciones que parten bien desde la creencia más férrea, bien desde el descreimiento más absoluto. Aquí el poema de un católico practicante tradicional; allí la visión de la trascendencia que aporta el ateo irredento o el agnóstico convencido. Este aspecto misceláneo, dentro de su unidad temática, es la que propicia que el libro no busque un único receptor. Del mismo modo, este enfoque también es el que hace recapacitar que Dios y Nada pueden ser dos caras de la misma moneda. Una moneda que estamos empeñados en desterrar de este mundo posmoderno, tan falto de dimensión trascendente.
Punto cuatro.- Derivado de lo anterior, este punto cuarto incide en el uso práctico que puede hacerse del corpus antológico presentado. Así, del mismo modo que hemos anticipado que la antología carece de receptor unitario, la lectura de Dios en la poesía actual resiste tanto una lectura lineal, como una transversal o, incluso, una fragmentaria. La obra –y estos son sólo dos ejemplos concretos improvisados al paso- puede aprovecharse como documento testimonial de la etapa más reciente de nuestra poesía o, si se prefiere, igualmente podría adaptarse como una suerte de apoyo reflexivo sobre la trascendencia, esto es como una versión modernizada de Ars vivendi -¿o moriendi? de nuestro tiempo. Bien como libro de consulta; bien como devocionario, bien como libro de cabecera, bien como tradicional poemario que se lee desde el principio hasta el final…
Cuatro puntos subjetivísimos que, en suma, concluyen con una rotunda opinión: ya se hacía necesaria una antología así, independientemente de que Dios en la poesía actual surja o no al rebufo de la pionera entrega de la Champourcín. Si además está trabajada con la seriedad y el buen gusto a que acostumbran sus dos editores, el resultado final no puede menos que destacar por su excelencia, pese a que –y esto es insoslayable- nunca falten voces disonantes que cuestionen tal o cual falta.
Visto para sentencia y, para que no se diga, finalizo estas líneas con la mayor marca de subjetividad que se me ocurre, esto es con la transcripción de uno de los poemas del libro como propina. Vayan con Dios –nunca mejor dicho- y tengan aquí también, amados lectores, mi muy diminuta antología; que igualmente deseo que puedan disentir con mi particular criterio. Que de eso se trata.
DIOS MÍO
Dios mío, tú creaste el mundo a base
de números y letras. Tú conoces
la fórmula capaz de combinarlos
para que surjan cosas de la mezcla:
cordilleras, glaciares, laberintos,
sinfonías, pirámides, sonetos,
odios, amores, paces y batallas
catedrales, leopardos, unicornios…
Tú, que eres toda la mitología
que leí y olvidé, dame la mano,
guíame por los círculos del Hades
-donde no cabe ya ni un alfiler
y hace un calor de todos los demonios-
y enséñame las letras y los números
que, en su debida proporción, podrían
hacerme disfrutar de tu presencia,
que últimamente tanto echo de menos.
Luis Alberto de Cuenca.
Dios en la poesía actual. (Col. Adonáis, Ediciones Rialp, 2018) | Edición de José Julio Cabanillas y Carmelo Guillén Acosta | 240 páginas | 19 euros