RAFA CASTAÑO | Lo bueno de trabajar en una librería es que uno, gracias a las elecciones que hacen los clientes, a sus comentarios, a sus recomendaciones o rechazos, descubre con ellos nuevos nombres, nuevos libros. Manuel Arias Maldonado vino a Caótica a presentar el último de sus trabajos, Antropoceno (Taurus, 2018). Si estoy escribiendo una reseña sobre el mismo es porque sus comentarios, y muy especialmente la agilidad y erudición con que respondió a los comentarios del público, me deslumbraron. Poco después un amigo me dijo que leyera sus columnas en Revista de Libros. Ahora soy yo el que se lo dice a ustedes.
A Arias Maldonado no lo conocía. Lo mismo me pasó con Mark Fisher. Me quise documentar, claro. Y exagerando un poco, lo único que podría reprochársele al anterior libro del profesor malagueño, La democracia sentimental (Página Indómita, 2016) es el dequeísmo de la página 224. Su repaso a los grandes autores e ideas del liberalismo clásico, así como de su evolución en otros autores y tiempos, es una lectura exhaustiva, quizás difícil en ciertos tramos, pero provechosa y rara, rara como lo son los libros que inundan de autores sus páginas sin aturdir al lector. Hay ciertos autores que dignifican a quien los lee, que hacen con él lo que hace un buen maestro con sus alumnos: los hace mejores personas, mejores ciudadanos, no sólo por lo que dicen sino porque la sencillez con la que lo dicen lanza el más importante de los mensajes: mucha de la palabrería asociada a las ciencias sociales, que tanto ahuyenta al lector medio, no es sino la manera que tienen ciertos gremios y clases para proteger su estatus.
Leí Antropoceno tras terminar La democracia sentimental, y quizás me equivoqué al hacerlo. Si este era, por longitud y ambición, un libro importante, aquel no deja tan buen sabor de boca al cerrarlo: era complicado mantener el nivel. Este es un libro más modesto: su autor aclara nada más empezar que su principal objetivo es llevar al lector español, con este volumen, todo lo que el mundo anglosajón lleva debatiendo y publicando durante años sobre el Antropoceno*, un concepto cuya principal función sería alertarnos de las amenazas y augurios que nos brinda nuestro tiempo: el momento en el que hemos dejado tantas huellas sobre la superficie y los sistemas de regulación de nuestro planeta que debemos inaugurar una nueva era geológica apenas 11.700 años después del inicio de la anterior, el Holoceno. El neologismo llevaba rodando por los círculos científicos desde los años ochenta, y algunas de las ideas que lo sustentan aparecieron por primera vez en el siglo XVIII, pero es ahora cuando se ha terminado de asentar en la conciencia pública. Cuando es demasiado tarde, dirían algunos.
La principal virtud del libro, y de cualquier texto de Arias Maldonado, es que abarca y estudia todas las dudas y objeciones enfrentadas a sus tesis. Y a pesar de que normalmente las refuta, lo hace con rigor y respeto, sin alzar la voz, sin tribalismos. (A eso debemos añadirle que los intereses del autor, pese a su especialización, no se reducen a las ciencias sociales: no faltan las alusiones al cine o la literatura. Eso hace más entretenido el trayecto.)
Lo que fortalece las propuestas del autor es que, atendiendo al catastrofismo de ciertas tendencias —especialmente al ecologismo canónico; Roy Scranton escribió: «Estamos jodidos. Las únicas preguntas pendientes son cuándo y cuánto»—, se centra en señalar la principal ventaja de esta recién nacida era: su potencial para cambiar nuestra forma de ver y transformar el mundo. Porque, como explica más adelante: «Igual que el creyente pascaliano apostaba por la existencia divina, al tratarse de la única posibilidad de acceder a la salvación, exista o no, nuestro curso de acción más lógico —la maximización de nuestras oportunidades— es actuar como si algún tipo de reorganización social pudiera revertir el calentamiento o mitigar sus efectos. Cualquier otra apuesta carece de sentido».
Carece de sentido, añadirían sus críticos, porque Arias Maldonado se obceca en defender el capitalismo como único sistema viable para la organización de nuestras sociedades (el autor dedica varias páginas a refutar la lógica del binomio «capitalismo-desastre», no se preocupen; basta acordarse de lo que hizo la sovietísima URSS con el Mar de Aral. Además, como escribe él mismo: «En la feliz expresión de Frederick Buell, el ecologismo habría pasado de ser un credo apocalíptico a normalizarse como estilo de vida. En lugar de abjurar del capitalismo, ahora compramos quinoa y conducimos coches híbridos»).
Sin duda, para potenciar el uso que daremos al concepto que titula el libro, es fundamental establecer el origen de nuestros problemas; parafraseando al Vargas Llosa de Conversación en la Catedral, ¿en qué momento se jodió el planeta? Arias Maldonado nos plantea que el comienzo «habrá sido menos puntual que acumulativo, asincrónico y prolongado», pero que resulta «aconsejable escoger un marcador tardío» para que pensemos que estamos, como dice un amigo mío, en el lomo. Es decir, para que pensemos que aún podemos hacer algo por nuestras vidas. Que aún podemos hacer algo, pero sin que la culpa nos abrume: «No podemos pensar en el Antropoceno como una época exclusivamente humana: somos sus principales inductores, pero no sus únicos actores». Porque, dice el autor, hay también erupciones volcánicas, impactos de meteoritos, movimientos tectónicos. Y porque, sobre todo, la naturaleza como ente inmaculado no existe desde que existimos nosotros, porque somos así, porque estamos hechos para adaptarnos y al hacerlo transformamos el entorno.
Ahí está, según el malagueño, la gran oportunidad: «El fin de la naturaleza y la hibridación socionatural se configuran como las bases sobre las que poder formular una concepción posnatural de la naturaleza coherente con la llegada del Antropoceno». Esto es, para que nos entendamos, como cuando mis padres me decían que la limpieza era tarea de todos porque todos vivíamos en la misma casa; igual que muchos adolescentes se han escudado en el binomio «casa-bed&breakfast» para pasar de todo, corremos el riesgo de olvidar nuestra responsabilidad en el cuidado de nuestro planeta.
Una vez nos percatemos de todo esto, citando a Emma Marris, «surgirá un pensamiento hasta ahora impensable, excitante y revitalizador: podemos crear más naturaleza, podemos hacer que las cosas en la Tierra sean mejores, no solo menos malas». Como es natural —nunca mejor dicho— el trascendentalismo norteamericano de Henry Hedge, Thoreau y compañía lo rechazaría por «infiel» a la pureza de un sistema que habría que preservar a toda costa. (Y recordemos que Thoreau es hoy un superventas).
Quizás aquí, en esa responsabilidad moderada, radica el punto débil del libro. Arias Maldonado insiste en que los seres humanos han hecho posibles los procesos de cambio del sistema planetario, pero «no los han controlado ni desencadenado de forma deliberada». Pero cuando un niño pequeño rompe algo, no se le reprende por haberlo roto queriendo, sino por no haber tenido más cuidado. Como he dicho antes, Arias Maldonado se preocupa por matizar este planteamiento, en el que muchos encontrarán una excusa perfecta para no rendir cuentas a nadie ni nada. La respuesta del malagueño, no obstante, es clara: «La crítica del dominio [humano de la naturaleza] no puede preceder al dominio». Y así, si los grandes movimientos por los derechos de las minorías nacen en sociedades prósperas porque cuando no hay dinero en nuestra cuenta la principal preocupación suele ser que vuelva a haberlo, sólo ahora, después de haber transformado el entorno en nuestro largo camino, es posible pensar en lo que hemos hecho y actuar en consecuencia.
¿Debemos volver por tanto a una sociedad premoderna, preindustrial? Para Arias Maldonado esta es una aspiración irrealizable: «La estrategia más realista consistirá en […] proteger el máximo número posible de especies y hábitats compatibles con una sostenibilidad que, a su vez, permita el razonable desarrollo humano bajo las nuevas condiciones planetarias». Y refuerza su idea, como tiene por costumbre, con las de otros pensadores, como el liberalismo verde de Marcel Wissenburg o la «cláusula lockeana«, que estipula que sólo podremos apropiarnos de bienes naturales si el resto de la gente seguirá pudiendo disponer de la misma cantidad y calidad de la que nosotros hemos disfrutado. Queda mucho trabajo por hacer, parece.
Estamos aún empezando, se podría decir, y quizás, como ocurría en parte en La democracia sentimental, Arias Maldonado es mucho más eficaz en su descripción del estado de la cuestión que en sus prescripciones. (Hay autores hábiles en observar y torpes a la hora de predecir: el fotógrafo Joan Fontcuberta estaba convencido de que los móviles con cámara iban a ser un fracaso comercial). Pero casi al final del libro hay una cita de Jeremy Davies que me sirve para contestarles y, de alguna manera, contestarme a mí mismo: «El Antropoceno suministra un marco para que comprendamos la catástrofe ecológica moderna, no una prescripción para resolverla. Constituye un modo de ver, no un manifiesto». En un tiempo de prisas y posverdades, huir de manifiestos y radicales voluntarismos es nadar a contracorriente. Y eso, finalmente, es lo que me convence.
* Pueden también comprar en las librerías Antropoceno, de Antonio Aguilera (Utopía, 2018) y El Antropoceno, de Valentí Rull (Catarata, 2018).
Antropoceno. La política en la era humana (Taurus, 2018), de Manuel Arias Maldonado | 256 páginas | 18,90 euros
Esta frase de la reseña es una joya que no debemos olvidar nunca los escritores, como tampoco los editores, críticos, libreros y demás prescriptores:
«Hay ciertos autores que dignifican a quien los lee, que hacen con él lo que hace un buen maestro con sus alumnos: los hace mejores personas, mejores ciudadanos, no sólo por lo que dicen sino porque la sencillez con la que lo dicen lanza el más importante de los mensajes: mucha de la palabrería asociada a las ciencias sociales, que tanto ahuyenta al lector medio, no es sino la manera que tienen ciertos gremios y clases para proteger su estatus».
Y así ocurre con esta crítica que adivino coherente con la función tan pedagógica como apasionante del autor de ‘Antropoceno’.
Yo no lo he leído aún, pero por lo que nos cuenta Rafa Castaño en esta iluminadora reseña, me siento muy cercano a sus planteamientos. Sólo me chirría el asunto de tratar el Capitalismo de forma unívoca o monolítica, pues conviene diferenciar de modo radical el capitalismo que intenta producir lo más posible con los menores recursos y mayores beneficios -abusando de las personas y la Naturaleza sin ningún escrúpulo ni regla social- del libre mercado responsable ( el nuestro de la UE, por ejemplo) y protector de lo más vulnerable en términos humanos o ecológicos.
Utópico sería seguir planteando que el marxismo político implica una ecología responsable. Además de la tragedia del mar de Aral, tenemos muchos ejemplos soviéticos, chinos y cubanos como para seguir teniendo manga ancha con el capitalismo salvaje de Estado que es lo que ha supuesto el leninismo-maoísmo.
No quiero hacer un comentario político, sin embargo, aunque sí es mi deseo apoyar la tesis de Arias Maldonado en cuanto a que la evolución de la conducta pública en esta era del Antropoceno debe proyectarse según los modelos socio-económicos y políticos en los que nos desenvolvemos, tanto en el primer mundo como en el resto, basados en la sostenibilidad, la recuperación y el respeto. Ni la derecha capitalista ni la izquierda recalcitrante (el PC chino, por ejemplo) están por la labor de asumir los retos inmediatos de un ecologismo militante, con conciencia. Pero la gran mayoría sí lo estamos y debemos hacernos oír. Yo suelo poner como ejemplo, en este tema de la destrucción del entorno, lo ocurrido en Suecia y Noruega, desde los bosques arrasados por la lluvia ácida de la primera mitad del siglo XX. a la regeneración ejemplar posterior. El ser humano ha creado, regenerado y preservado también mucha Naturaleza y lo sigue haciendo. Esto, que es una realidad en la Europa en la que vivimos en muchos sectores, nos debe servir de estímulo y ejemplo para continuar en este camino.
Felicidades, Rafa Castaño. Leeré el libro.
Gracias por tu comentario, Ignacio. Es razonable que te chirríe ese tratamiento monolítico del capitalismo al que aludes, porque mi reseña, aunque lo pretendía, no hace mención al tratamiento, también ponderado, que Arias Maldonado dedica a esos sistemas y actitudes tan distintos entre sí: el capitalismo salvaje (paradójicamente salvaje, en el contexto de nuestra relación con el medio ambiente) y el capitalismo responsable. Un saludo.