JUAN CARLOS SIERRA | Siempre que me he acercado a la poesía de Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959) me ha asaltado la misma impresión, la de encontrarme ante un escritor que escribe desde el exilio, pero desde un exilio interior. Me explico. El protagonista poético de sus versos está pero no está, observa la vida alrededor como si no la habitara y habitándola al mismo tiempo, reconoce su condición de flâneur, de observador confundido entre la multitud consciente de una individualidad que paradójicamente lo acerca al lector, a quien, por cierto, no le cuesta demasiado trabajo reconocerse en los versos del poeta donostiarra por el tono realista del conjunto de su obra. Se trata, como decía antes, de un exilio interior, de una voz poética dentro, con y entre la multitud que recorre la vida –sus calles, sus parques, sus paseos, sus bares…- pero desde un particular sentimiento que se halla en ese terreno incierto entre la pertenencia y la extrañeza; en cualquier caso, quizá el único lugar desde donde la poesía alcanza su sentido más hondo y auténtico, alejada de la voz engolada de los poetas profetas que miran por encima del hombro al lector, como si este fuera un ser inferior que les debiera algo.
Con el poemario Mientras me alejo, última entrega hasta la fecha de Karmelo C. Irribarren, la sensación de exilio alcanza un nuevo matiz o una nueva perspectiva que hunde sus raíces en la constatación del paso el tiempo dentro la dialéctica simbólica de las estaciones del año: la llegada del otoño y del invierno en la vida de quien habla en estos versos. El hedonismo del verano queda lejos, incluso remoto y algo extraterrestre en el poema «Bar de playa’, y ahora la mirada se estremece con el viento fresco del otoño, se humedece con la melancolía invernal de los días de lluvia y las noches imperceptiblemente van ganando la partida a las horas de sol. Ya no es posible interpretar, por ejemplo, una sonrisa como una historia de amor en ciernes, según el poema «Extraordinario», el primer texto del libro, porque –ya lo sabemos- el paisaje ha variado irremediablemente con el transcurrir de los años
Esta mirada recorre todos los ámbitos de la vida en poemas espejo, textos que se contemplan y se complementan desde diferentes páginas del libro, versos que según avanza la lectura de Mientras me alejo van lanzando hilos semánticos y temáticos construyendo un discurso coherente por debajo de una sucesión de poemas aparentemente inconexos.
Prácticamente ningún asunto escapa a esta red poemática, porque nada le es ajeno a este flâneur que atiende a la vida que pasa por delante de él. De cualquier insignificante objeto o suceso Karmelo C. Iribarren saca petróleo revelando un significado inesperado: unas gafas de sol en lugar de esconder exponen la vulnerabilidad de quien las lleva, una madre joven en un parque no es necesariamente sinónimo de plenitud y felicidad, las arrugas y el fracaso han perdido su prestigio, las sombras plantean serios problemas de convivencia, la poesía ya no se encuentra donde siempre estuvo… y el amor en las madrugadas tranquilas de los domingos de lluvia invernal se ha convertido en el único refugio para este tiempo de derrota.
A la vez, al poemario lo recorre de parte a parte, unas veces de forma explícita y otras casi sin alzar la voz, un discurso que no se muerde la lengua, quizá precisamente por la constatación de que poco a poco el personaje poético se va alejando, despidiendo. Es el momento de dejarse de tonterías, incluso en poesía: para Karmelo C. Iribarren es tarde ya para lirismos más o menos cursis y es la hora de llamar a las cosas por su nombre, de exiliarse de cierto tipo de poéticas del disimulo. Por eso creo que el mejor poema que encarna esta nueva actitud y que ningún lector ha de perderse para empaparse del tono de Mientras me alejo es «Más allá de la lírica», que en su intención de decir la verdad a secas, también la del amor –que no es más que deseo-, engarza en un nuevo juego de espejos con el poema que cierra el conjunto, «Un mal ejemplo»: “Exiliado en mi interior,/ nunca en venta/ ni besando la mano de nadie,/ arrastro mi minúscula épica/ -por unas calles/ que ni siquiera son ya mis calles-/ y me voy alejando”.
Esperemos que este alejamiento solo sea una suerte de despedida hasta la próxima, de emplazamiento hasta el siguiente libro de poemas, en el que será interesante comprobar dónde desemboca este caudal del exilio dentro del exilio que aporta el tiempo acumulado en la poesía de Karmelo C. Iribarren.
Mientras me alejo (Visor, 2017), de Karmelo C. Iribarren | 86 páginas | 12 euros | Prólogo de Luis Alberto de Cuenca