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El final es un principio en este festín literario

9788423349913JUAN CARLOS SIERRAHay libros, me refiero especialmente a los clásicos, cuyo final conocemos antes de empezar a leerlos, porque unos aguafiestas llamados profesores de literatura de instituto se encargaron de desvelárnoslo, en el caso de que tuviéramos la santa paciencia de atender a sus peroratas. A pesar de todo, hemos leído –e incluso releído– La Celestina, El Lazarillo, El Quijote, La Odisea, La Regenta o Madame Bovary. Se conocen, no obstante, algunos casos más flagrantes de eso que ahora se denomina ‘spoiler’ y cuyos responsables son los propios escritores: no nos ha importado leer novelas cuyo título ya desbarataba cualquier traca final, como aquella Crónica de una muerte anunciada de García Márquez. Y es que a lo mejor no es tan importante el final del viaje como el mientras tanto, como dijo Cavafis, a no ser que se trate de novedades y la editorial, gran conocedora de los usos y costumbres literarios del común de los mortales, se lo haya jugado todo a la carta final del último capítulo.

Así que me temo que me voy a abstener de empezar esta reseña sobre la última novela de Felipe Benítez Reyes El azar y viceversa por el final, sostén para el conjunto de la obra, no porque el libro no sea aún un clásico –que lo será– o porque el título anticipe algo –¿o sí?–, sino porque no desearía ningún perjuicio físico o de otra índole si me cruzara por la calle con algún lector incondicional del escritor roteño o, peor, con algún editor airado, pero, sobre todo, por no convertirme en ese aguafiestas que desvela al lector el giro necesario de las últimas páginas de El azar y viceversa. Solo adelantaré que, a diferencia de otros finales forzados, previsibles, destartalados o inverosímiles, la nueva novela de Benítez Reyes termina como tiene que terminar y gracias a eso el conjunto de la novela adquiere toda su coherencia narrativa. Porque según va el lector adentrándose en este festín literario que nos ha preparado Benítez Reyes, uno llega a preguntarse hacia dónde se dirige, qué le espera al final del relato de la vida de Antonio Jesús Escribano Rangel –sucesivamente Antoñito, el Rányer, Padilla, Jesús o Toni–, puesto que intuye página a página los peligros que acechan a un relato como este. Todas esas sombras se disipan en las últimas páginas y entonces la novela alcanza un nuevo y definitivo vuelo, una coherencia y un sentido que, insisto, no voy a desvelar.

Puesto que hemos empezado esta reseña hablando de clásicos, resulta forzado citar a propósito de El azar y viceversa su entronque directo con toda una tradición literaria originariamente española como es la picaresca, y más concretamente con El Lazarillo de Tormes. Se podría afirmar que Benítez Reyes adopta los elementos esenciales del género picaresco, pero los adapta a sus intereses narrativos. No se trata, pues, de una copia fiel, sino de barajar los naipes de la tradición para conseguir una nueva y sorprendente jugada. Así, la primera persona narrativa predomina, como en la picaresca, pero se introduce en un par de ocasiones la tercera para apalear al narcisismo de nuestra época –esa cosa tan extraña y tan estúpida que es hablar de uno mismo en tercera persona–; la continuada, exasperante y no siempre afortunada búsqueda de un empleo –de amo, que diría Lázaro de Tormes, o de un trabajo basura, que diríamos nosotros– propone una mirada refutadora del relato histórico idealizado de la Transición para poner el dedo en la llaga de la vida en provincias y más allá; el «vuestra merced» de Lázaro necesariamente se convierte en el «usted» de Antonio, Antoñito, el Rányer, Padilla, Jesús y, finalmente, Toni, pero ya no se trata de la fórmula de cortesía de una carta con aspiraciones a pliego de descargo en un juicio, sino de un informe rebosante de generosidad literaria que no busca absolución alguna.

Y así podríamos analizar una a una las herramientas narrativas heredadas de la picaresca y remedadas por Felipe Benítez Reyes, pero eso desbordaría la sensatez en una reseña de estas características. En cualquier caso, sí que me gustaría reparar en la relevancia del azar, elemento fundamental de la novela como queda claro desde el mismo título, y en lo autobiográfico. Independientemente del engarce histórico, de las contextualizaciones políticas, socioeconómicas y geográficas de los diferentes momentos de la novela, la vida de Antonio, Antoñito, el Rányer, Padilla, Jesús y, finalmente, Toni podría decirse que contiene los rasgos esenciales de cualquier vida, en cualquier época y en cualquier posición social, que no es otra que lo arbitrario, lo incontrolable, lo incoherente, el tiralíneas de un demiurgo bipolar que juega a dibujar nuestra vida bajo el criterio de su antojo enfermo. Y qué mejor técnica narrativa para tratar este asunto que la autobiografía, ese género tan novedoso últimamente en nuestras letras patrias y tan arraigado, sin embargo, en nuestra tradición literaria; desde la verdad supuesta del relato autobiográfico, reforzada en el caso de El azar y viceversa por una estructura narrativa tan picaresca –y tan cervantina, si atendemos a ese final del que no me atrevo a hablar–, la verosimilitud se arraiga mejor a pesar de la naturaleza casi inverosímil de los acontecimientos que conforman la vida narrada. Claro, que esto tampoco es una garantía suficiente y el protagonista sabe bien de esta materia, ya que es lector de Bernal Díaz del Castillo, el de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, aquel que contando lo que vio en aquellas tierras extrañas inventa más que los que la trataron solo de oídas. Y es que en la novelística de Felipe Benítez Reyes las cosas son una cosa y la contraria –y viceversa–, lo verdadero parece falso –y viceversa–, las certezas tienen pies de barro –y viceversa– y la verdad de la vida se fundamenta en El azar y viceversa.

Si con todo lo dicho hasta ahora alguien no estuviera convencido aún de coger algo de dinero o la tarjeta de crédito y acercarse a la librería más cercana para hacerse con un ejemplar de la última novela de Benítez Reyes –porque creo que a las bibliotecas municipales, según los presupuestos que manejan últimamente, no habrá llegado–, lanzo mis dos últimos argumentos que tienen que ver más que nada con el puro y duro placer, quizá lo único que nos salva de ese azar incontrolable –valga el pleonasmo– que es la vida. Si uno conoce la obra del escritor roteño sabrá de su buena mano para crear personajes míticos, imborrables, como Walter Arias; pues bien, Antonio Jesús Escribano Rangel –Antonio, Antoñito, el Rányer, Padilla, Jesús y, finalmente, Toni– pertenece a esa misma estirpe. Y, finalmente, para legos y expertos, para vírgenes y resabiados, para niños y niñas de todas las edades, El azar y viceversa es un festín lingüístico, un carrusel estético, un carnaval literario, la celebración de una prosa de altísima calidad, ágil, rica, zigzagueante, abracadábrica, desbordante, sorprendente,… y, sobre todo, divertidísima; pero de un humor con el que, como en el clásico picaresco, a veces se nos congela la sonrisa, especialmente cuando nos acercamos a ese final que me está costando tanto no desvelar.

El azar y viceversa (Destino, 2016), de Felipe Benítez Reyes | 508 páginas | 21 €

admin

4 comentarios

  1. He leído (perdón, re-leído) esta novela novela de Felipe Benítez Reyes. No merece la pena escribir tres lugares comunes sobre ella cuando la excelente crítica de Juan Carlos Sierra no hiciera una disección que yo podría rubricar si tuviera su talento crítico. Cuando un poeta extraordinario como FBR transita por los espacios más abiertos de la narrativa, como el hace, pueden pasar dos cosas, o que el poeta se transmute en un coñazo lírico, o que se acepte las estructuras de su nueva situación y habite en ellas desde su poético interior, valga la cursilería, se adapte como lo hicieron ciertos animales prehistóricos, y desde ese nuevo armazón nos siga deslumbrado con una épica narrativa, como apunta el crítico, más digna de otros siglos. Todo lo que he leído de este autor en prosa me ha gustado. Pero desde su «El amo del mundo» no me ha llegado ese perfume agridulce que dejan tras su lectura las llamadas «obras mayores». En este caso, considero además que es la mayor de este autor, que ha sido capaz de lidiar 10 años 10 con esa empresa de locos que es tratar de crear un universo con retales de otros: Rota, Cádiz, Sevilla, Rota, como el círculo vicioso que se cierra sin que vaya a ser yo tampoco quien cuente su magnífico y sorprendente final, cuyo guiño arranca en el principio, al menos para mi, y no diré más. Sólo señalar los momentos mágicos de la construcción en Sevilla de ese personaje secundario y sinvergüenza que es ese político del pelotazo y el todo vale, el momento más emocionante y tierno del autor (y de otro personaje, claro) ante la cría de unos jonkies que venden por las aceras de Cádiz tuercas usadas, probablemente el final de secuencia más bello de toda la novela, todo lo que acontece alrededor del chiscón gaditano, que al parecer también frecuentaba Fernando Quiñones, lo cual le honra, al tugurio, claro, Me gusta todo lo que tiene que ver con la travesía roteña. Y además la envidio sanamente (si es que es posible tal paradoja), porque hay que ver lo que bien que se follaba en la generación que siguió a la mía de tanto oremus y tanto beato. En definitiva, me gusta el cariño conque pinta a sus buenos y la sutil tripera conque despelleja a sus malos, que además son los mios, los nuestros. Y que en su personaje desdoblado haya tanto de él, y que sin caer en facilones eufemismos autobiográficos, sea la deconstrucción del prisma de un FBR en primer grado. Mi conclusión: corran a comprar «El azar y viceversa». Tomándolo con calma, tienes una semana de gozo asegurado, con la mejor literatura, esa que ya casi nadie escribe, al menos en mis barrios.

  2. Escrito a vuelapluma y a medianoche, el texto anterior contiene algunos gazapos de edición. Bien que lo siento.

  3. Retiro todo lo dicho y que el webmáster lo sustituya por el comentario de Juan Ramón Iborra.

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