0

El frío de la esposa del escritor

InviernoCAROLINA EXTREMERA | La biografía de Thomas Hardy que Claire Tomalin publicó en 2006 recoge un intercambio de palabras que tuvo lugar entre Emma Hardy, la esposa del escritor, y Florence Dugdale, en el que la señora Hardy pone de manifiesto el asombroso parecido de su marido con el Dr. Crippen, un hombre que asesinó a su mujer y fue sentenciado a morir en la horca en 1910. Añadió después que no se sorprendería si algún día la encontraban a ella muerta en el sótano. Esta charla la refirió Florence Dugdale por carta a una amiga suya tres años antes de la muerte de Emma Hardy, tras la cual se convirtió ella en esposa del novelista y poeta. Es difícil no ver en esta anécdota un símbolo de la forma de vida que ambas llevaron junto al escritor. No es un secreto que Thomas Hardy era un hombre egoísta que para escribir solía obviar las necesidades de todos los que lo rodeaban –a veces también las suyas propias– ni que su forma de tratar a su segunda esposa fue cuanto menos brusca y despreciativa. Tampoco es un secreto que en sus novelas las mujeres son presentadas como fuertes, independientes y muchas veces víctimas de una sociedad injusta que no valoraba sus talentos ni comprendía sus necesidades. Pocos escritores de la época fueron capaces de atreverse a apostar por el género femenino como lo hizo él.

Es este hombre con sus contradicciones el que encontramos en Invierno. Estamos en 1924 y Thomas Hardy lleva casado con su segunda esposa, treinta y nueve años más joven que él, desde 1914. Aunque ya no escribe novelas y ha decidido volcarse en la poesía, se va a realizar una adaptación al teatro de Tess de los D’Ubervilles y una joven actriz amateur, Gertrude Butler, aparece en la vida de los Hardy. Para él, es la encarnación perfecta de Tess y de la belleza femenina, mientras que para ella es una intrusa que despierta sus celos.

Con este punto de partida, Christopher Nicholson nos presenta en el primer capítulo al escritor y sus obsesiones en una tercera persona con un tono muy similar al que utiliza el propio Hardy en sus novelas, aproximándose al personaje primero desde la descripción del campo que rodea su casa y después a sus pensamientos, pasando antes por su indumentaria. Este primer capítulo podría ser el comienzo del clásico libro que narra la pasión de un hombre anciano por una joven. Qué original, ¿verdad? Sin embargo, en el segundo, pasamos a la primera persona y el autor decide dotar de voz a Florence, la esposa. Ahí cambia totalmente el estilo, cambiando al flujo de pensamiento interior donde empatizamos con ella. “A diferencia de mi marido, no tengo mi propio estudio. Trabajo en un rincón del comedor, en un pequeño escritorio de castaño”.

Como personaje, la voz de Florence es muy interesante en cuanto a que muestra sus debilidades, sus obsesiones, su hipocondría y sus celos. No es una persona fácil de retratar. En todas las biografías de Thomas Hardy su segunda esposa aparece en una doble vertiente de víctima y de persona insoportable que desarrolló un carácter muy complejo en los últimos años de su vida. Nicholson intenta hacernos ver el origen de su desdicha pero también nos sitúa a veces en la posición de estar hastiados de sus quejas. Aunque hay en Invierno una clara defensa de la esposa del escritor, no se nos permite tampoco apegarnos demasiado a ella. Particularmente me ha llamado la atención la cruzada que mantiene durante todo el libro contra los enormes árboles que rodean su casa, que la asfixian, que no dejan pasar la luz y que ella ve como causantes de una posible enfermedad. Su marido, por supuesto, los encuentra magníficos. Como contrapunto del matrimonio, encontramos que, en un momento dado, también se nos muestra el punto de vista de Gertrude Butler, donde ampliamos y encajamos las piezas del puzzle que forma con los Hardy. Es Thomas el único que es abordado de forma omnisciente, como si estuviera tan distante en el firmamento que no fuese lícito tomar la palabra en su nombre.

El gran defecto de esta novela, quizá, es que no es fácil interesarse por ella a no ser que uno sea aficionado a Thomas Hardy o se sienta atraído por los libros biográficos en general. Sus grandes logros, sin embargo, además de la excelente labor de documentación, son la multitud de voces, el homenaje al lenguaje y la escritura de Hardy y el papel tan importante que juega el clima, que se erige en el trasunto de todas las incomodidades que la pareja tiene que soportar, ese invierno que se mete en los huesos de ella y que representa los últimos años de la vida de él. “Me despierto con los pies helados. Hace frío en la habitación, y me abruma la perspectiva del día que me espera: un día como todos los demás, un día de archivar papeles y responder correspondencia, de bregar para entrar en calor y desear estar en otra parte. Al momento me pongo a hablar conmigo misma. ¡Mira cómo están los cristales de las ventanas por dentro, cubiertos de escarcha!”.

Una pequeña advertencia si se deciden a leer Invierno. Lean antes algo de Hardy, si es posible, Tess la de los D’Ubervilles, y apreciarán los guiños en el lenguaje que hace el autor. Además, si por un casual no saben el final de Tess y pretenden leerla en algún momento –o ver la adaptación que hizo la BBC– cuidado porque aquí se lo van a contar todo.

Invierno (Gatopardo, 2017), de Christopher Nicholson |250 páginas | 19,95 euros | Traducción de Catalina Martínez Muñoz

 

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *