JUAN CARLOS SIERRA | Eduardo Galeano pensaba que el fútbol es lo más importante de entre las cosas sin importancia. Esta definición, algo vaga y juguetona, invita a proponer diferentes e incluso dispares interpretaciones sobre qué es el fútbol, cuáles son esas cosas importantes y en qué consiste exactamente la trascendencia de este deporte. Con estos mimbres y esta ambigüedad, me atrevo a adelantar una tesis: en la dinámica del juego –del fútbol en este caso– y según todos recordamos de nuestra infancia, lo único que existe es el propio juego en sí, su microcosmos, su perímetro, sus reglas y, por supuesto, sus victorias o sus derrotas; todo lo demás, mientras tanto, queda en un aparte, suspendido, aplazado, cancelado en un limbo del que solo se sale cuando ha terminado la partida –o el partido–. Así que el fútbol es lo más importante mientras sucede, mientras se juega, mientras estamos en el estadio o delante de la pantalla de televisión, mientras peleamos por que no nos quiten el balón o por quitarlo, por que no nos marquen un gol o por marcarlo. Una vez que el árbitro pita el final del partido, el juego se diluye en eso que llamamos vida, el espacio de las cosas realmente importantes de las que hablaba Galeano. O esto, al menos, es lo que creo que quería decir el escritor uruguayo.
En cierto sentido, Pablo Santiago Chiquero (Valenzuela, Córdoba, 1981) recoge con matices esta visión del fútbol y de la vida en su debut literario, los cuentos que componen Once goles y la vida mientras. En este libro vida y fútbol no siempre ni necesariamente recorren líneas paralelas o sucesivas, no son puntos y seguido, sino que conviven en una sintaxis compleja, compuesta, llena de subordinadas y coordinadas, incluso yuxtapuestas, porque tanto la vida como el fútbol no se reconocen en los enunciados simples.
El autor cordobés entrecruza hábilmente momentos inolvidables del fútbol, goles decisivos, con capítulos igualmente decisivos de las vidas que nos ofrece en sus once relatos. Evidentemente, Pablo Santiago Chiquero sabe de fútbol, pero en este libro demuestra que sobre todo conoce los recovecos de la vida, esas cosas realmente importantes –otra vez Galeano–: sus dolores, sus miserias, sus soledades, sus decepciones, sus héroes caídos, pero también sus gestos de grandeza, de ternura, de compasión, de cariño,…
En muchos de los relatos de Once goles y la vida mientras la infancia se alza, explícita o implícitamente, como protagonista: el nieto que le narra al abuelo maltrecho por una caída un gol inenarrable de Butragueño, el veterano de las Malvinas que sueña en primera persona de su niñez el gol de Maradona a Inglaterra en México 86, los hermanos que tras muchos años sin verse, mientras Iniesta hace historia, juegan al fútbol en la casa del padre como cuando eran niños, el adolescente que aprende en propias carnes la importancia de la humildad en un gol de Guardiola o el niño que sigue adorando a sus ídolos –a su padre y a Cantoná–, a pesar de sus meteduras de pata. Este binomio compuesto por el fútbol y la infancia –incluso la adolescencia– funciona literariamente, porque en la vida, al menos cuando uno solo sabe conjugar el verbo jugar, este deporte es una de las cosas más importantes. El lugar del fútbol es la infancia y, salvo en frecuentes casos patológicos, el adulto que somos, para reconciliarse consigo mismo y con la vida cuando vienen mal dadas, necesita rescatar las sensaciones de un gol espectacular, divino, legendario, casual o excéntrico.
Tanto estos relatos, que huelen a barro y rodillas raspadas, como el resto están escritos con sobriedad y corrección. No se trata de literatura efectista en su retórica o en su arquitectura, porque el autor no la necesita, ya que lo narrado contiene la suficiente fuerza y verdad como para pensar en empeorarlo con giros rocambolescos o florituras seudoliterarias. Además, salvo en «Un gol para la eternidad», se respira cercanía y cotidianidad, que encajan perfectamente con el tono y el estilo elegidos por Pablo Santiago Chiquero para su libro –o viceversa–: sus personajes recorren las avenidas de nuestras ciudades y las calles de nuestros pueblos, viven en casas de renta media y dejan huellas de café o de cerveza en las barras de los bares, bajan de las oficinas de seguros a los barrios más humildes o hablan el mismo idioma que la mayoría de nosotros –ya sea español con acento argentino o inglés–.
Escribir sobre fútbol no es fácil, como cualquiera puede comprobar si se acerca a los cientos de páginas diarias –o de horas de radio y televisión– que giran en torno a este deporte: lenguaje hiperbólico, metáforas bélicas, primera persona del plural inclusiva y excluyente, exabruptos gratuitos derivados de fidelidades ciegas, moral de juguete entre el bien y el mal,… –muy cercanos, por cierto, a las maneras de algunos políticos y de sus voceros mediáticos- Para escribir sobre este deporte y sobre la vida Pablo Santiago Chiquero demuestra en Once goles y la vida mientras que no es necesario este estilo artificioso y esta moral infantiloide con fecha de caducidad. Para escribir sobre las cosas importantes y perdurar en la memoria y en la sensibilidad de los lectores, no hay que situarse en la torre de marfil de un palco o en las cabinas de prensa, sino comprar una entrada barata o colarse en el estadio cuando abren las puertas, oler el césped y poner oído a las conversaciones a pie de grada, donde realmente suceden las cosas importantes del fútbol y de la vida. [Publicado en Los Diablos Azules]
Once goles y la vida mientras (Maclein y Parker, 2016) de Pablo Santiago Chiquero | 174 páginas | 15 €