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El futuro no es un lugar seguro

Uno de los libros que leyó Luke reavivó su idea de comprar una parcelita comunitaria y vivir de lo que le diera la tierra. Me pregunté por qué me había propuesto matrimonio si la sociedad estaba al borde del colapso, pero no formulé la pregunta en voz alta.

CAROLINA EXTREMERA | Los adolescentes de los noventa ya éramos adultos en julio de 2008. Ya vivíamos solos, con nuestras parejas, con nuestras hijas, con animales, lejos de las casas de nuestros padres. Sin embargo, de repente, una voz lejana en la televisión, un telediario al que no estábamos prestando atención mientras comíamos algo que no habían cocinado nuestras madres, mientras realizábamos tareas que requerían el uso del Excel, nos devolvió a+ nuestros trece, catorce años, a otros telediarios también escuchados sin entusiasmo que pronunciaban el mismo nombre: Radovan Karadžić. Subimos el volumen para poder atender mejor y sí, nos impactó ver cómo había estado camuflado como médico alternativo durante años hasta su detención, pero en realidad lo que nos estaba pasando es que nuestras mentes, programadas por los sonidos y las palabras, habían vuelto durante unos instantes a lo que nosotros, en la lejanía y en la despreocupación, llamábamos guerra. Lo ignorábamos todo sobre ella y aún así hablábamos, o nos hablaban, y se esperaba de nosotros unos sentimientos y una gravedad que no podíamos sino solo aparentar, porque en nuestros cuerpos adolescentes la vida nos llamaba. Se esperaba, sobre todo, que no nos quejásemos por nada, puesto que en otro lugar, en la misma Europa, otras personas estaban mucho peor.

La protagonista de Asylum Road, Anya, creció durante el asedio de Sarajevo en los noventa y huyó de niña al Reino Unido. Sus conocidos, así como su prometido, tienen una visión de lo que ocurrió en los Balcanes muy parecida a la nuestra y recitan datos muchas veces inexactos como si hablasen de una guerra que estudiaron hace tiempo y que han olvidado al terminar el examen. “¿Es aquel que … eh… que declararon culpable en La Haya? Ella siguió masticando, con la mirada fija en Luke. Fue el año pasado, ¿no? El que se hacía pasar por terapeuta. O lo fue, al principio, pero luego… El curandero new age, me refiero, o… no…”. En un momento dado, durante una boda, su compañero de mesa insiste en conocer el tema y se empeña en hablar de ello. “Detecté en su discurso el tono con el que me topaba a menudo por aquella época. Aquel caos jamás se desataría en su isla, pero en los Balcanes era inevitable”. Anya, por su parte, arrastra una ansiedad imborrable.

Al comienzo de la novela, ella y su novio viajan a Francia por el túnel del Canal de la Mancha. En seguida se nota la incomodidad de una joven que no soporta los túneles, que está pendiente de las reacciones de su pareja, temiendo siempre una tormenta. Sabemos en las primeras páginas que sigue sin aprobar el examen de conducir a los treinta y un años, que no deja de dar vueltas a una tesis que no parece ir a terminar.

En esas vacaciones, él le pide matrimonio y, para anunciarlo a sus parientes, primero viajan a Devon, donde está la familia de él, una zona de votantes a favor del brexit. Aunque la situación es tirante e incómoda como lo es siempre en una visita a unos futuros suegros con ciertas ideologías políticas, Anya consigue mantenerse en cierto nivel de tranquilidad. Es después, cuando viajan a Sarajevo para ver a los padres de ella, cuando empezamos a intuir – pero solo a intuir – lo que ella ha estado guardando dentro. Hay mucho de simbólico en lo que se narra en terreno balcánico, como la pérdida de sus objetos personales antes de aterrizar y la indefensión que esto le provoca – frente a la falta de empatía de su prometido, que no comprende sus reacciones – o una carretera que, simplemente, termina en un precipicio sin avisos y, por supuesto, el alzheimer de su madre, que confunde el tiempo presente con el de los años del asedio. De vuelta en Londres, la ansiedad y las emociones reprimidas empiezan realmente a pasar factura y nos damos cuenta de que tratar de pasar página simplemente olvidando no es tan sencillo.

A pesar del tema, no es un libro que cueste leer ni que destaque por su dureza. Precisamente porque su protagonista evita constantemente recordar las situaciones traumáticas, se nos ahorran muchas imágenes inquietantes. Sospecho que Sudjic no pretende en ningún momento sacarnos de nuestra sensación de lejanía con respecto a los Balcanes. Tiene ciertos toques de humor y también una trama que invita a seguir. Más que una narración de la guerra es una disección de los sentimientos de ansiedad y disociación que quedan en los refugiados aunque consigan salvarse y establecerse en otros países, esa angustia de no sentirse nunca seguros, de temer el futuro, de acumular cosas inútiles. Para nosotros, ahora, podría ser una advertencia de cómo tratarlos cuando lleguen.

Puede resultar complicado, durante la lectura de la novela, empatizar con Anya, con sus reacciones, con su manera de paralizarse ante las dificultades o con sus malas decisiones. Creo que esa es la intención de la autora, mostrarnos que nosotros no podemos ponernos en su lugar. Efectivamente, nosotros no perdimos nuestras casas ni a nuestros familiares, ni tuvimos que esperar muy quietos en el suelo. Solamente recordamos las voces monocordes de los corresponsales.

El conducía y yo no tenía carnet, cierto, pero en realidad era yo la que guiaba. Recuerdo mi obcecación con el felices-para-siempre. Ahora me hace gracia pensar que me lo planteaba como un lugar físico al final de un largo camino. Un lugar donde deshacer el equipaje, tumbarme y no tener que moverme más, donde el futuro sería el final.

Asylum Road (Alpha Decay, 2021) |Olivia Sudjic|Traducción de Regina López Muñoz| 224 págs. | 19.90€

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