2020
Javier Moreno
Lengua de Trapo, 2013
ISBN: 978-84-8381-132-0
262 páginas
19 €
Fran G. Matute
Confieso que me lanzo a leer 2020 de Javier Moreno por una sola razón: veo en la contraportada que varios de los personajes de la novela trabajan para PricewaterhouseCoopers, empresa en la que presté mis servicios durante cerca de diez años. Una vez comprobado que Javier Moreno no tiene ni puñetera idea de lo que se hace en PwC (aunque no le culpo, porque después de tanto tiempo ni yo mismo tuve muy claro qué es lo que se hacía allí dentro) a uno no le queda más remedio que aceptar que: 1) dado que la novela transcurre en el año 2020, ha de asumirse que PwC ha dejado de ser -entre otras cosas- una firma multinacional de auditoría para convertirse en una especie de banco de inversión, o 2) que el hecho de que salga PwC en la novela responde a una mera cuestión plástica, esto es, que a Javier Moreno le ha gustado ese nombre tan largo y tan anglosajón y además ha visto que su sede en España está en una de las Cuatro Torres que domina el horizonte financiero madrileño y simplemente se ha encaprichado con la imagen, sin pararse a pensar en mucho más.
Esta cuestión podrá parecer baladí desde el punto de vista estrictamente literario, pues la ficción lo absorbe todo y más en esta suerte de distopía cortoplacista que Javier Moreno ha ideado. Pero no debería pasar, a mi juicio, desapercibida cuando el texto se presenta como una especie de “novela de tesis” sobre los estragos que ha causado la crisis económica que todavía estamos padeciendo. Se le presupone, pues, que a la hora de analizar la realidad circundante, el autor debe conocer en profundidad los elementos que han configurado el citado desastre macroeconómico. Javier Moreno habla en 2020 de cotizaciones, de apalancamientos, de swaps, de ‘traders’, de titulizaciones hipotecarias y se atreve, incluso, a desmenuzar su funcionamiento. No pretende hacerlo, lógicamente, desde un punto de vista técnico. Pero hay una pretensión de conocimiento suficiente de estos términos financieros y bursátiles como para ponerlos en solfa. Cuando la materia de fondo de una novela es así de sensible y de compleja y de pretenciosa (¡la crisis!), considero que debe exigirse al texto cierta coherencia interna para que el discurso no caiga en saco roto. Al margen de lo anterior, debe reconocérsele a 2020 una intencionalidad y una poética propia. Que ambas se complementen o no, depende del prisma con el que leamos la novela.
Se puede partir de la idea de que, como se ha apuntado anteriormente, 2020 no es más que un conjunto de reflexiones, bastante atinadas, sobre el mundo en el que vivimos. Una novela en la que apenas hay acción. Que cuenta con unos pocos personajes anodinos -parece que todos hablan y piensan igual- que se relacionan escasamente entre sí. Si acaso cuatro o cinco sujetos perdidos en el espacio que se tocan de forma tangencial y cuyas acciones giran siempre en torno a una gran figura, Bruno Gowan, que es quizás la gran creación de la novela, la que mejor unifica ese afán por “sentar cátedra” con la voluntad literaria que se le pretende a esta obra. Javier Moreno construye a este Gowan como si de un demiurgo de la destrucción se tratara. Un gurú de las finanzas fascinado por el panorama desolador que indirectamente ha creado. Un esteta, un samurai de los negocios, que sería capaz de impartir él solo un MBA a través de la poesía del desconcierto. Gowan, meditabundo, observando de noche el ‘skyline’ de Madrid, sus jets privados abandonados en la T4 y, de fondo, esa aberración que será Eurovegas… Imaginamos así a Gowan como si fuera Galactus, el engullidor de mundos. Y esta es una imagen potente.
Si Gowan ejemplifica mejor que nadie la vacuidad del modelo capitalista que ha terminado imperando en nuestra era, su hija Josefina vendría a representar el consumismo exacerbado en el que nos hemos todos acostumbrado a vivir. Esa frialdad con la que gastamos dinero, para calmar necesidades no necesitadas, se transmite al propio texto. Pues las reflexiones de Javier Moreno terminan resultando tan frías como la materia sobre la que escribe. Y de ahí surgen metáforas que cosifican nuestros comportamientos de consumo: IKEA, Bambi, las tiendas de los chinos, esa grieta en la pared… son todo “símbolos” de los que se nutre Javier Moreno para plasmar el ‘state of the art’ de la actual crisis. Pero la cuestión de fondo es que si se accede a interpretar la novela bajo las premisas antes expuestas, mucho me temo que habría que calificar esta obra de fallida. Pues mientras la poética, atrevida, está ahí y queda bien reflejada en el texto, la intencionalidad de la misma se quedaría en, eso, una mera intención. Estaríamos ante una novela “pompa”, que compartiría la misma esencia que las burbujas inmobiliarias o financieras que el propio texto quiere denunciar. Porque junto a la prosa eficiente y su interesante estructura caleidoscópica lo que al final terminamos percibiendo en 2020 son un puñado de ideas revestidas de una trascendencia que tampoco tienen. Nos encontraríamos con un texto elocuentemente construido que no termina de aportar gran cosa al lector.
Pero creo que existe otra forma de leer esta novela. Una que, a pesar de dejar al aire algunas de sus costuras, resulta más satisfactoria en su conjunto. Quizás sea necesario despojarse de esa idea de «tesina» a la que parece que remite la seriedad de la propuesta que anuncia 2020. Y esto puede hacerse si se valida uno de los grandes errores que, a mi juicio, tiene la novela: que el propio Javier Moreno se introduzca en ella, en un juego metaliterario manido hasta la extenuación. No obstante, aunque el hecho en sí haga desmerecer, literariamente hablando, el conjunto de la obra, la irrupción del propio autor en su texto permite asumir la siguiente premisa: no es 2020 una novela que pretenda pontificar sobre la crisis desde las alturas sino que lo que viene a ofrecer es, en esencia, una versión personalísima del ciudadano de a pie. De ese que simpatizó con los “indignados” pero que se quedó en casa sin hacer nada. De ese que, como sujeto pasivo, dejó que todo esto pasara por culpa de su pasotismo. La del ciudadano que se lamenta por su cobardía, por haber dado por supuesto todo lo que de pequeño le vendieron y no ha luchado lo suficiente por ello. Porque la crisis que plantea Javier Moreno en esta novela parece que termina remitiendo a una crisis de valores. Como si el autor se empeñara en recordar que detrás del sistema lo que hay son personas de carne y hueso y que ambos conceptos -sistema e individuos- comparten las mismas imperfecciones. Puede ser, por tanto, 2020 un ‘mea culpa’ en toda regla. Como en esa carta, desoladora por las verdades como puños que contiene, que el Javier Moreno profesor de matemáticas lee a sus alumnos en su despedida, en un gesto con el que parece querer pedir perdón a las generaciones venideras.
De tal forma que si se enfocara la novela así, no como una crítica inocua al “sistema” sino como un acto de expiación que hace el propio autor frente a la generalidad, el texto funcionaría de forma más eficiente y eso al margen de algún que otro pecadillo estilístico (por ejemplo, esa tendencia a “fosterwallaceniarse” que muestran algunos pasajes…) que se le cuela al autor de vez en cuando. Sólo así, reconociendo nuestros errores en el pasado, nuestros errores como individuos, podremos afrontar ese futuro que muchos dimos por garantizado y que, hoy día, es más desolador que nunca. Porque el año 2020 que plantea Javier Moreno no es nada «futurista». Es como un presente extendido, pero más ruinoso. Ruinas que, a la vista de las previsiones agoreras que nos lanzan los supuestos «expertos» en la materia (aquí, sí, PwC, por ejemplo), no terminan de resultar tan ajenas. De hecho, si tenemos que hacer caso a las señales, es justo reconocer que en el 2020 de Javier Moreno no se celebraban los Juegos Olímpicos en Madrid y este es un vaticinio que ya se ha cumplido. Espero, sinceramente, que el autor se equivoque en el resto de sus predicciones.
Una reseña magnífica, perfectamente argumentada. Creo que voy a pedirle matrimonio a este crítico.
Seguramente le diga que no, querido Paul, porque mi corazón ya está ocupado, pero gracias por las flores…
O sea, que el libro es un poquito bueno pero también un poquito malo, ¿no?
Dejémoslo en que para que la novela no te parezca una pérdida de tiempo hay que poner un poquito de tu parte… Cuesta encontrar en el texto momentos de verdadero disfrute literario.
Que maravilla, que forma de analizar el temario.
Pues a mí me da la sensación de que al crítico le entra agua en la barca por una grieta que de arañazo «baladí» pasa a herida mortal.
A mí 2020 me gustó. Va construyendo, con el mármol de una prosa muy cuidada y la solidez de los planos de un arquitecto, un edificio que, al tiempo que crece en la ficción, se pudre en la realidad del lector.
Me cuesta creer que haya quien, tras leerlo, se quede con la sensación de haber perdido el tiempo. A mí, desde luego, no me pasó.
Gracias Galibea, por tu comentario.
Creo que, indirectamente, tú das las claves de mi juicio sobre la novela al referirte a ella como edificio, al escritor como arquitecto y a la prosa como un mármol tallado. Y tienes razón. Eso es justo lo que transmite «2020». Se trata, al final, de una construcción funcional, fría y aséptica ejecutada por un técnico. Una hermosa fachada, quizás, pero hueco por dentro. Yo le he tenido que meter al edificio algo de mobiliario, para que pareciera la cosa un poco más habitable. Pero aún así, el piso se me ha quedado muy desangelado…