Al principio de manera sigilosa, como un autor secreto y minoritario y luego, a partir de cierto punto, rodeado de premios y aclamaciones, Vila-Matas ha ido construyendo un mundo propio, autónomo y personalísimo: un paisaje incierto e irónico en el que todo aparece impregnado de densas referencias cinematográficas y librescas y se repiten una serie de temas –la orfandad, el doble, el nihilismo- que se encarnan en unos personajes muchas veces a la fuga, pero que no suelen olvidar en el viaje su sentido del humor.
No obstante, en sus últimas entregas de narrativa –Doctor Pasavento, los relatos de Exploradores del abismo– se apreciaba un cierto cansancio y repetición, como si los materiales con los que ha ido construyendo su singular obra empezaran a dar muestras de agotamiento, tras joyas como Historia abreviada de la literatura portátil, París no se acaba nunca, Bartleby y compañía y tantas otras… Lo que es un motivo más para alegrarnos porque en esta magnífica Dublinesca (coincidiendo, por otra parte, con su aireado cambio de editorial) consigue una completa renovación del universo vilamatiano, sin dejar de ser fiel por eso a sus más llamativas obsesiones. El protagonista, Samuel Riba, es un antiguo editor abrumado por su progresiva vejez que identifica con la decadencia del modelo literario que ha sostenido hasta la obligada venta de su negocio (un personaje en el que -¿por qué vamos a negarlo?- resulta complicado no ver la sombra de Barral o, incluso, de Herralde; y más tras la noticia de la venta de Anagrama). Ahora, sin apenas ocupación y a punto de ser olvidado con todos, decide viajar a Dublín, a la patria de sus adorados Joyce y Beckett, en compañía de algunos amigos (en los que podemos ver, si nos apetece, enmascarados, a otros escritores españoles) para celebrar allí un íntimo funeral por la Galaxia Gutemberg… La sombra monumental del Ulises acompaña las andanzas de Riba, al que Vila-Matas dota de una conmovedora dimensión humana (solitario, luchando contra su adicción al alcohol, viviendo esa particular suerte de incomunicación de las parejas con su esposa, que se acaba de convertir al budismo) que tal vez echábamos de menos en obras anteriores. En este caso, lo cultural y lo existencial se encuentran perfectamente imbricados y nos ofrecen una de las mejores novelas que hemos tenido la suerte de leer en mucho, mucho tiempo.
Señores/as, el mejor Vila-Matas está de vuelta. Merece la pena brindar por ello.