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El hijo del diablo

malditodesdelacunaDANIEL RUIZ GARCÍA | William Burroughs acabó sus días consolidado como un icono de la modernidad. Entre los 80 y 90, no hubo moderno que se preciara de serlo que no se retratara con el autor de El almuerzo desnudo: Warhol, la Velvet Underground, PJ Harvey, Bowie, Cobain, Stipe, Patti Smith… La peregrinación a su casa en Kansas se convirtió durante esos años en una especie de camino santo, y la recompensa, como la vela a la virgen del Pilar, era la foto. Consecuentemente, Burroughs es hoy uno de los ejemplos más notorios de escritor sobreexpuesto, con una imagen pública absolutamente esquilmada por todas las formas de expresión artística posibles, y con un legado más simbólico que realmente literario. La «simpatía por el diablo» de los Stones, revitalizada por fenómenos como el punk o el grunge, germinó con fuerza entre los creadores en lengua inglesa de ambas décadas, transformando el malditismo en marchamo de autenticidad. Burroughs era auténtico por novelas como Yonki, pero era aún más auténtico por haberse cargado a su mujer de un disparo, totalmente colocado, mientras jugaban al juego de la manzana intentando emular a Guillermo Tell.

Antes del disparo, y mucho antes de los oropeles y el loor a santidad maldita, William Burroughs, ya entonces un heroinómano confeso, había tenido un hijo con su mujer, Joan Vollmer, adicta al alcohol y las anfetaminas. Ese hijo sería William Burroughs Jr., un niño enfermizo, estigmatizado físicamente por las adicciones de sus padres, y socialmente por la sombra apabullante del representante más desequilibrado de la Beat Generation, a quien más que el sexo con mujeres o con hombres le interesaba sobre todo el universo lisérgico y la experimentación con todo tipo de drogas. De este modo es como llegó a la técnica ‘cut-up’, también llamado el cortapega, un hallazgo más que discutible a tenor de los resultados de algunos libros de Burroughs, que resultan verdaderamente insostenibles, pero que ejerció una potente influencia sobre numerosos artistas, especialmente músicos, como la mencionada Patti Smith o Ian Curtis (desde Argentina, Julio Cortázar ya venía haciendo ‘cut-ups’ en novelas como 62 Modelo para armar o El libro de Manuel, aunque sin tanto ruido, pero también con discutibles resultados). El pequeño Burroughs creció, pues, haciendo frente a sus problemas físicos y separado de sus padres, ya que el vate sagrado del Underground vivía ajeno a la infancia de su hijo, totalmente sumido en sus adicciones. Pero muy rápido el Burroughs Jr. quiso ponerse al día, trabajando a marchas forzadas para fabricarse su propia leyenda, que quiso componer, cómo no, a base de drogas, alcohol y literatura. El niño pronto se ganó cierta fama de joven talento. Arropado por egregios santones de la Beat Generation, y muy especialmente por Allen Ginsberg (de hecho, su padrino), escribió un primer libro, autobiográfico, Speed, que fue recibido con alborozo por la crítica. En Burroughs Jr., los críticos reconocieron al último autor beat, el que cerraba el círculo de los autores norteamericanos de la generación de Kerouac y compañía. El estilo del pequeño Burroughs no desdecía aquel diagnóstico: en muchos momentos, uno parecía estar leyendo al mismísimo Kerouac, o incluso a su propio padre. También la pose: uno de los testimonios del libro que nos ocupa reflexiona sobre el hecho de que Burroughs Jr. emulaba a Gregory Corso hasta en la forma de fumar o de andar. A su dipsomanía, para completar la estampa de maldito, el pequeño Burroughs unió un infortunio, con el que en cierto modo se alineaba con su padre: con quince años, por accidente, disparó a su mejor amigo, y huyó despavorido creyendo que había muerto. Esto provocó el inicio de los desequilibrios mentales en la personalidad de Burroughs Jr., con el correspondiente paso por distintos centros de salud mental. Dichos desequilibrios, que contagian de manera genuina su prosa (muchas veces da la sensación de estar leyendo a un demente), lo acompañarían hasta el final de su corta vida.

Su segunda novela, Kentucky Ham, se publica mientras Burroughs Jr. sigue cuesta abajo en su proceso de destrucción personal. Sus problemas genéticos se suman a su incontrolable dipsomanía derivando en una cirrosis que precisa un trasplante de hígado. A partir de ese momento, con 29 años, la vida se convierte en un aplazamiento diario de la muerte, que el pequeño Burroughs precipita al no renunciar al alcohol. Burroughs Jr. se convierte en una especie de monstruo, que siente asco de sí mismo. Una herida supurante y nunca cerrada en el estómago le recuerda en cada momento la cercanía del fin, y el hijo del autor de Queer se entrega, decadente, sórdido, demente, a la celebración anticipada de su propia defunción. Finalmente, con una tercera novela iniciada, Pakriti Junction, muere a los 34 años, en condiciones de semi-indigencia.

Maldito desde la cuna recoge, a modo de collage, diversos fragmentos recuperados de la novela inacabada, así como fragmentos de las dos novelas anteriores y cartas y testimonios tanto del propio Burroughs Jr. como de las personas que mantuvieron contacto con él hasta los últimos días. Resultan muy interesantes los testimonios de Ginsberg, pero lo más interesantes son los intercambios epistolares entre padre e hijo. Dichas cartas evidencian cierta sensación de culpa de Burroughs en relación con su hijo, así como el carácter caprichoso de Burroughs Jr. Continuamente, el hijo pide dinero al padre, y el padre ofrece dinero y consejos no solicitados. En general, más allá de los desbarres espídicos del pequeño Burroughs y de su fastidioso gusto por retorcer la sintaxis, se percibe mucho amor del hijo hacia el padre, y también resentimiento, un resentimiento que es casi siempre velado, salvo en una de las cartas en la que un colérico Burroughs Jr. acusa a su padre (por no remitirle el dinero que solicita para un coche) de ser la causa de todos sus males. En general, es un libro muy triste, casi diría enfermizo, doloroso por su potencia para mostrar la paulatina decadencia de un hombre consumido por la sombra de su padre. El autor, David Ohle, quien fue ayudado en el proceso por el propio Burroughs padre, logra armar un libro que se lee como una narración diacrónica, con momentos de gran intensidad y un final que no por anunciado resulta menos impactante.

El libro llega hasta nosotros gracias al buen criterio de una joven y prometedora editorial, Dirty Works, y gracias a la talentosa traducción de Javier Lucini, que ha sabido trasladar certeramente al español los textos nada sencillos de Burroughs Jr., reproduciendo incluso los errores ortográficos y sintácticos de muchas de sus cartas.

Maldito desde la cuna. La vida corta e infeliz de William S. Burroughs Jr. (Dirty Works, 2015), de William S. Burroughs Jr. | 304 páginas | 21,50 € | Traducción de Javier Lucini | Edición de David Ohle

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