EDUARDO CRUZ ACILLONA | Del pianista de jazz Bill Evans se ha dicho ya casi de todo. Y en la mayor parte de los casos, auténticas maravillas. No en vano, fue el compositor que abrió el jazz a nuevos ritmos más allá de sus raíces africanas dándole un toque más cool y abriéndolo a músicos de diferentes registros y procedencias, consiguiendo nuevas y originales estructuras melódicas. Otro de sus hallazgos fue el de la creación de tríos jazzísticos en los que el piano era referente protagonista. En ese ámbito, el detonante de su escalada a la fama internacional fue la creación del Bill Evans Trio, con él mismo al piano, Paul Motian a la batería y Scott La Faro al contrabajo. La grabación del disco en directo Sunday at the Village Vanguard elevó al grupo a los altares del jazz considerándolo como referente indiscutible para numerosos músicos de la época.
Pocos años después, La Faro fallece en un accidente de coche. Es tal la pena que padece Bill Evans por la pérdida de su amigo que, a pesar de estar en lo más alto del escalafón jazzístico mundial, entra en una profunda depresión que le lleva a comportarse de manera errática hasta desaparecer del todo de la escena pública. Ya nada será lo mismo.
Y es precisamente de esos primeros momentos, de esas primeras semanas, de lo que trata esta novela. Y se hace desde un punto de vista original, huyendo de la biografía clásica y, como si de un trío de jazz se tratara, se aborda la figura destrozada del compositor desde la visión de su hermano, de su madre y de su padre, en tres capítulos consecutivos en el tiempo de una belleza, de un dolor y de un amor difícilmente superables.
Owen Martell, que ya había deslumbrado a la crítica con sus dos primeras novelas, escritas en galés, cambia de registro y escribe en inglés esta suerte de original biografía que no solamente nos habla del músico sino también de su entorno más cercano, de cómo la muerte afecta a la persona y de cómo esa situación contagia también al entorno más cercano por muy alejado en la distancia que se encuentre éste.
Los tres primeros capítulos se centran en la perspectiva más humana de los familiares del músico, con una sensibilidad y un ritmo propios de los tríos que formó Evans, donde cada instrumento, cada familiar, tiene un peso específico y diferenciado en la melodía, en la historia, para completar una composición final uniforme, de conjunto, armoniosa y equilibrada, íntima y redonda, como cualquiera de las obras firmadas por el grupo. En ese sentido, el hermano podría representar al contrabajo, profundo, grave, siempre acompañando, siempre de fondo, sustentando la melodía; la madre sería el piano, capaz de asumir lo más grave y lo más agudo, llena de matices y siempre al servicio de la melodía general; y, por último, el padre podría representar a la batería, rudo en sus gestos, machacón en sus costumbres, poco dado a la ternura pero imprescindible para marcar el ritmo sentimental de la familia.
Es una novela a la que alguien le ha reprochado no hablar de jazz, ya que de un músico de jazz se trata. No es cierto. Hay un cuarto capítulo final, que cierra la historia, cuando Bill Evans, después de los cuidados familiares, regresa a su piso de Nueva York y, en su soledad, se sienta de nuevo al piano, después de tanto tiempo, como quien se sienta con un viejo amigo al que abandonó sin dar explicación. Se sienta al piano y sucede toda una lección de música que Owen Martell nos cuenta con la exquisitez y la delicadeza propia de alguien que ama la música, transmitiendo un sentimiento de afectividad hacia el personaje difícil de superar. Lean:
“Bill lleva la punta del dedo anular de su mano derecha hasta el fa sostenido, en el eslabón entre el fa y el sol, y repite el gesto con calma, deliberadamente. Presiona por fin la nota negra para oír su brillo suave. Considerándola, sintiéndola, dejando que cante en algún lugar en la distancia. Le ofrece un re complementario con el dedo anular de su mano izquierda y vuelve a tocar esa combinación una segunda vez, antes de moverse al fa y al do sostenido”.
La novela se abre con una cita del trompetista y compositor de jazz Miles Davis, que dice: “No toques lo que está, toca lo que no está”. Eso es precisamente lo que ha hecho Owen Martell con la figura de Bill Evans. Ha creado un retrato humano de Bill Evans que no existía y que está a la altura de su calidad como compositor. Ya que acaba 2019 puedo afirmar que es una de las mejores novelas que he leído este año.
Intervalo (Editorial Entre Ambos, 2019) | Owen Martell | Traducción a cargo de Júlia Ibarz | 224 págs. | 18€