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El hombre indirecto

Trilogía de la espera. Zama, El silenciero y Los suicidas

Antonio Di Benedetto

El Aleph, 2011

ISBN: 978-84-7669-984-3

503 páginas

25 €

Prólogo de Juan José Saer

Epílogo de Sergio Chejfec

Sara Mesa

Llego tarde, incomprensiblemente, a la obra de Antonio Di Benedetto, pero enseguida me convierto en incondicional. La lectura de la Trilogía de la espera, que ha editado en 2011 El Aleph, y que incluye las tres novelas más representativas del autor (Zama, El silenciero y Los suicidas), me ha llevado de inmediato a devorar los cuentos de este escritor de culto, el Sensini de Bolaño, olvidado durante mucho tiempo y que ahora empieza a recuperarse y a ocupar, todavía débilmente, el lugar que merece.

Di Benedetto (Mendoza, 1922 – Buenos Aires, 1986) pertenece a ese grupo de escritores argentinos represaliados por la dictadura, aquellos que, tras la inmensa sombra de Borges y Cortázar, empezamos ahora a leer, como ha sucedido con Haroldo Conti (editado recientemente por Bartleby), Rodolfo Walsh (por 451 Editores y Veintisiete Letras) o Daniel Moyano (por Tropo Editores).

Pero Di Benedetto, además, es inmenso de una manera única. Lo es en la medida en que su obra tiene una perfección estilística fuera de lo común, un lenguaje afilado, conciso, extremadamente flexible y eficaz, que apunta a cuestiones existenciales que conciernen, y mucho, al ser humano. Y lo hace siempre despojado de solemnidad y de retórica, con un extrañamiento del lenguaje -frases cortas, neologismos, hipérbatos violentos, elipsis, usos anómalos- para el cual yo no he encontrado antecedentes, y no soy la única. Juan José Saer, otro de los grandes escritores argentinos que ahora empieza a recuperarse, en su prólogo al libro expresa: “Si en los textos de Di Benedetto ciertos temas son afines a los del existencialismo (los espectros de Kierkegaard, de Schopenhauer y de Camus atraviesan de tanto en tanto el fondo del escenario) la prosa que los distribuye discretamente en la página no tiene ni precursores ni epígonos”.

Su originalidad tiene mucho que ver con su cualidad de indirecto, que asume el propio narrador de El silenciero: “… porque yo soy indirecto (…). Lo cual en nada lastima la honestidad y es simplemente mi método”. Esto se traduce no solo en la manera de describir -acciones, personajes, reflexiones- siempre de modo lateral, escogiendo un ángulo inusual, infrecuentado, sino también en que cada palabra nunca dice lo que parece decir, y siempre esconde algo. Lo indirecto para desembocar en lo directo, o el dedo en la llaga, aunque no lo veamos: lo indirecto en las novelas de Di Benedetto nos señala el destino terrible de un ser humano acorralado, que gira y gira buscando -o esperando- una salida. Literatura del absurdo, pero del absurdo real que nos rodea.

Las novelas han sido editadas como una trilogía, aunque el autor nunca las concibió como tal. Ricardo Piglia ha dicho que su unidad proviene de la voz del narrador, siempre en primera persona, que muta de una a otra, como si se disfrazara. Es claro que hay una unidad temática, también formal, aunque con diferentes matices en cada caso.

Zama, de 1956, es para muchos su mejor novela. En ella se describe la decadencia del imperio español en Uruguay, a finales del XVIII, de la mano de Diego de Zama, funcionario colonial varado en Asunción a la espera de su esposa, de su paga, de un traslado. La novela histórica es marco para una reflexión sobre el sentido de la espera, la atemporalidad, la parálisis de la vida. No faltan situaciones y personajes que nos recuerdan a Beckett (Esperando a Godot) y a Kafka (personajes funcionariales como un tal Manuel Fernández, que escribe una obra a escondidas de la que nunca sabemos nada), y el propio protagonista ha sido comparado con el Giovanni Drogo de Buzatti en El desierto de los tártaros. Memorables son los episodios de la cacería del rebelde Vicuña Porto, el principio de la obra (el mono muerto, entreverado entre unos palos en el agua, que va y viene sin salida) y el final (“No morir aún”).

El silenciero, de 1964, continúa explorando la vida del hombre acosado, sitiado en este caso por el ruido. Sin duda, hay mucho humor en esta novela, un humor peculiar, a veces angustioso. El protagonista, que vive solo con su sufrida madre, lleva a cabo todo tipo de accciones -legales e ilegales- y varias mudanzas para huir de los ruidos de la ciudad, que parecen perseguirle empecinados (talleres, altavoces, mercadillos, radios), hasta el punto de que él mismo, al llegar a una nueva casa, y como cumpliendo un destino ineludible, lo primero que hace es buscar el ruido que habrá de combatir. Esta novela también nos regala otro personaje mágico, surreal: el oficinista Besarión, que se embarca en viajes misteriosos para llevar a cabo misiones secretas de una Organización sin nombre.

En Los suicidas, de 1969, el marco es una investigación periodística, de tintes casi policíacos. El destino, también en este caso, pesa como una losa sobre la conciencia del narrador, desde el inicio mismo de la novela: “Mi padre se quitó la vida un viernes por la tarde. Tenía 33 años. El cuarto viernes del mes próximo yo tendré la misma edad”. Con las fotos de unos suicidas en sus manos, el encargo de un jefe que jamás se define, y la ayuda de varias mujeres a cual más extravagante, el protagonista emprende una búsqueda que será, en el fondo, una lucha contra su propio destino. El final, como siempre, tiene una carga fuertemente simbólica.

Las tres novelas juntas ofrecen al lector una interpretación del papel del ser humano en el mundo, un desafío que nos apela muy directamente a pesar de lo indirecto de la exposición. Literatura extraordinaria para describir un mundo ordinario, el mundo de la ciudad -la actual y la de la colonia-, de los ruidos, del trabajo, la lucha, los amores furtivos, el destino, la espera.

Como decía Fogwill, no es necesario que la grandeza de un escritor argentino esté condicionada por el hecho de haber pasado por las infamias de la dictadura, pero yo no puedo evitar pensar en la dureza de la vida de este enorme escritor, torturado por el régimen de Videla hasta dejarlo convertido por siempre en una sombra, ignorado por sus contemporáneos, subsistiendo solo gracias a insignificantes premios literarios locales, y pienso en qué injusta es la gloria literaria cuando llega tan tarde, y pienso que quizá una buena manera, no de remediar pero sí de suavizar esta injusticia, podría ser leerlo ahora que podemos, dejarnos sorprender por su mundo, paladearlo, y después, en la medida de nuestras posibilidades, compartirlo con otros, para que la voz corra, para, como decía Zama, “no morir aún”.

admin

9 comentarios

  1. Excelente reseña, Sara. Imposible comenzar de mejor manera: marcas un nuevo estándar. Un abrazo y a seguir!

  2. Hola Sara:

    Me gustó la reseña.

    Yo me puse a buscar estos tres libros, y a leerlos, unos pocos meses antes de que los reeditara El Aleph (movido por el cuento Sensini de Bolaño) y en ese momento sentí que había hecho un gran descubrimiento, en esas ediciones de Alfaguara de los años 70, y en los libros editados en Argentina que llegan acá.

    Ha sido una gran noticia esta reedición de El Aleph.

    saludos

  3. Llevado por David Pérez Vega llegué a este extraordinario autor. Cada día que pasa mi deuda con él aumenta.
    Ahora, ni más ni menos que el grandísimo Hipólito G. Navarro me ha recomendado los cuentos de Caballo en el salitral. Este es uno de sus autores preferidos. En breve recibiré el libro. Estoy impaciente por leer sus cuentos.

    Un saludo.

  4. Gracias a todos por vuestros comentarios.
    Di Benedetto es un autor que merece todos estos entusiasmos, y más.
    ¡Saludos!

  5. Reseña para disfrutar leyéndola y para ponerse tras la pista de Di Benedetto. Gracias por el cuidado y el amor puesto a estas líneas. Celebro tu llegada.

  6. Tremendamente interesante, la verdad. Me uno: enhorabuena, Sara. Saludos.

    Don CalcetínRelleno

  7. ¡Qué estreno tan brillante en Estado Crítico, Sara! Dan ganas de dejar todo lo que uno esté haciendo y salir a la librería más cercana a pillarse el libro.

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