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El Horatio Alger de la contracultura

El escritor gonzo. Cartas de aprendizaje y madurez

Hunter S. Thompson

Anagrama, 2012. Colección «Panorama de Narrativas»

ISBN: 978-84-339-7834-9

520 páginas

24,90 €

Traducción de Antonio-Prometeo Moya Valle

Fran G. Matute

La figura de Hunter S. Thompson viene reivindicándose efusivamente en los últimos años y lo hace en todos los formatos imaginables. The Gonzo Tapes (2008) -un ‘box set’ de cinco cedés que recoge grabaciones realizadas, grabadora en mano, entre 1965 y 1975-, el documental Gonzo; The life and work of Dr. Gonzo (Alex Gibney, 2008),  la novela gráfica Gonzo: A Graphic Biography of Hunter S. Thompson (2010) de Will Bingley y Anthony Hope Smith (de reciente publicación por la editorial 451 editores), el estreno de Los diarios del ron (Bruce Robinson, 2011) y ahora nos llegan traducidas estas cartas de madurez y aprendizaje bajo el título El escritor gonzo.


“Gonzo” es aquí la palabra clave: un concepto acuñado para describir el periodismo que facturaba a finales de los 60 y principios de los 70 el bueno de Hunter y que ha terminado identificado con el lado más salvaje y libertario de su obra cuando en teoría debería utilizarse para referenciar su trabajo más serio y reflexivo. Porque tras leer esta correspondencia no nos cabe la menor duda de que el vocablo “gonzo” debe ir inexorablemente unido a la palabra “periodismo”. Hunter S. Thompson fue un cronista excelso. Un articulista incisivo, ácido (nunca mejor dicho), irreverente, inclasificable, independiente en definitiva. Y esa autonomía le sirvió para mostrar lo peor y lo más interesante de una América que le dolía en lo más profundo de su ser.


Qué duda cabe que el legado más reconocible de Hunter S. Thompson hoy día es la versión más estrafalaria de ese personaje llamado Dr. Gonzo que difícilmente puede disociarse de su yo verdadero. Pero si bien es cierto que Hunter era así de esquizoide las veinticuatro horas del día, la publicación de estas cartas nos reconcilia con la profundidad y seriedad de su trabajo. Es por este motivo que considero que El escritor gonzo es la mejor forma de conocer tanto al autor como el compromiso de éste con su obra. Es una suerte de autobiografía producida por un escritor intenso pero comprometido, que en su afán por describir el ocaso del Sueño Americano terminó por convertirse en uno de los pocos que lo alcanzó. No deja de resultar curioso que uno de los iconos de Thompson fuera Horatio Alger, escritor norteamericano de novelas de consumo de finales del siglo XIX que terminó por representar  en su obra, mejor que nadie, las infinitas posibilidades que ofrecía el ya citado Sueño Americano. Y es que no deja de resultar fascinante, insistimos, que alguien con la filosofía vital de Hunter S. Thompson haya podido subsistir en una sociedad moderna como no fuera la de los Estados Unidos.

Así que estas cartas, que fueron publicadas originariamente en 1997 y 2000 en dos volúmenes independientes -el primero, recogiendo el período de formación entre 1955 a 1965, y el segundo, del 68 al 76, en lo que podríamos llamar su etapa de madurez-, y que han sido editadas de forma brillante por Douglas Brinkley, son el verdadero legado literario de Hunter S. Thompson, su gran obra inacabada e inacabable.


Al margen de la importancia relativa que puedan tener hoy día sus obras clásicas como Los ángeles del infierno (1965) o Miedo y asco en Las Vegas (1971), entendemos que es la mera existencia de un escritor como el Dr. Gonzo lo que da valor a su obra. Y precisamente por la idiosincrasia del autor nos fascina doblemente reconocer en su correspondencia privada al Thompson de carne y hueso (esa carta paternalista a un chico de ocho años obsesionado con Los Ángeles del Infierno), frustrado por ser novelista (su eterna e infructuosa lucha por colocar a las editoriales sus obras de ficción), políticamente activo y asqueado a partes iguales (sus batallas dialécticas con los presidentes Nixon y L. B. Johnson o su apoyo incondicional a Jimmy Carter, por no hablar de sus flirteos con el Freak Power) y obsesionado con el dinero, en una relación tormentosa que sustenta buena parte de los grandes momentos de evasión que ofrecen estas cartas tan formativas como entretenidas.


Luego están, por supuesto, los grandes nombres de la cultura: intercambios epistolares con Tom Wolfe, Kurt Vonnegut Jr., William J. Kennedy, George V. Higgins (al que en realidad le pide asesoramiento legal), Nelson Algren, Bob Rafelson, William Faulkner,… que terminan por ser más anecdóticos que otra cosa si bien sirven para completar el fresco vital de un Hunter S. Thompson interesado por conocer y relacionarse, desde el aislamiento de su rancho en Woody Creek, con lo que estaba verdaderamente pasando en el mundo.


Culto, viajado, hombre de familia (a su manera). Estos bien podrían ser atributos asociables al viejo Hunter, una vez leídas sus cartas. Pero sabemos que lo anterior no vende. Y es mejor recordar al pobre diablo como aquel escritor psicótico que se empeñó en organizar su funeral de tal forma que se construyera un cañón gigante y se esparcieran sus cenizas en su finca de Colorado mientras sus amigos y allegados celebraban la fiesta de su suicidio. Resulta que el refranero español tiene un dicho que define a este autor a la perfección. Hunter S. Thompson: genio y figura hasta la sepultura. 

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