ANTONIO RIVERO TARAVILLO | En cualquier conflicto bélico hay mercaderes, vendedores de armas, industriales que se ponen las botas y obtienen pingües beneficios. Por el contrario, están quienes se calzan otras botas (si las tienen, que a menudo no disponen del mejor calzado): son los que la pringan, sin oficio ni beneficio los más de ellos, la clase de tropa que pone sobre el tapete la sangre con la que se amasan los grandes negocios y que en tiempos de paz, si es que gana las guerras, comprueba frotándose los ojos que nada o muy poco ha conseguido. Hay, además, entre unos y otros, quienes se buscan la vida y no forman parte del selecto club de los beneficiados ni del ejército de peones que va dando de comer a los primeros. También procuran su provecho, pero no en campo abierto sino mediante la intriga, el espionaje y las acciones poco confesables en la retaguardia. De uno de estos tipos trata Falcó, el protagonista de la última novela de Arturo Pérez Reverte.
Mercenario de las acciones encubiertas, este Falcó se ve enrolado en una operación tan arriesgada como importante: el rescate en la prisión de Alicante de José Antonio Primo de Rivera, encerrado desde antes de la catástrofe de la Guerra Civil. Este planea elípticamente sobre la mayor parte de la novela, pero no dice esta boca es mía, no deja aparecer su figura admiradísima y muy detestada por ninguna de las páginas. Pérez-Reverte se basa aquí en intentos reales y documentados de sacar de entre rejas al jefe nacional de la Falange, pero hace ficción con esta tentativa en particular, que amolda a la personalidad del agente Falcó, quien recibe órdenes de un almirante con el que tiene la relación típica entre tantos jefes y subalternos en la industria de los servicios secretos. Cínico, de vuelta de todo, sin ideología, no es aquí Falcó 007, pero se le parece bastante aunque uno se lo imagine más jugando a las siete y media en una timba cuartelera o de cuartelillo que enredado en una partida de póquer en el casino de Montecarlo (aunque al final, todo sea dicho, aparece el de Coímbra y se presagia el de Biarritz). Hay una mujer cortada a su medida, una espía que lo amó, o no, y también un coche que aunque no sea un Aston Martin hace lo que puede.
La novela funciona con gran efectividad, y delinea un personaje atractivo, que se mueve como pez en el agua en situaciones difíciles: un pez escurridizo, astuto, fuerte, espinoso. No ahorra momentos duros el autor a la hora de describir interrogatorios, quiere decirse torturas, en los dos bandos enfrentados de rojos y fascistas, que no son siempre lo uno ni lo otro. También le da a la manivela de las escenas eróticas, algo pasadas de rosca. Hay descreimiento en el narrador, como en su personaje. Quizá también contagiado de este, su estilo sea seco, cortante, sin floripondios pero también sin la más mínima flor retórica. Llama, en efecto, poderosamente la atención que no haya ni una sola imagen o metáfora en todo el libro, que esté absolutamente ausente –como José Antonio, que dijo sin embargo que a los pueblos no los habían movido nunca más que los poetas– el lenguaje figurado.
Se lee con facilidad Falcó, se disfruta, porque Pérez-Reverte maneja bien el suspense. Ello compensa el esquematismo de algunos personajes, de ciertas descripciones algo prolijas que acaso sean indicaciones para el futuro guión cinematográfico, o de serie, que está pidiendo la novela. El tipo que se enseñorea de la cubierta, con gabardina y sombrero y en la pose canónica de encender un cigarrillo a lo Bogart, no es quien mejor puede ilustrar unas escenas situadas en la España de 1936, pero la pista está en el texto de contracubierta, que declara que el espía tendrá también como escenario temporal los años cuarenta. Es decir, que acabada la serie del capitán Alatriste, habrá nuevas narraciones sobre Falcó. Lo confirma la penúltima página, donde se lee que este será requerido para otras operaciones ahora de alcance internacional, con implicación de alemanes, italianos y rusos.
Para ser un libro de aventuras, de serie B, una ‘pulp fiction’ de toda la vida, a Falcó le sobra el cartoné. Y aunque marcha muy bien, y alcanza el objetivo y rinde la plaza del lector, tomándolo prisionero, más que de infantería es a ratos pedestre. Ya que José Antonio lamentablemente no pudo escapar de la cárcel y fue fusilado, aquí la única evasión no está en la trama sino en el entretenimiento –mantenido hasta el final– que depara la novela.
Falcó (Alfaguara, 2016) de Arturo Pérez-Reverte | 296 páginas | 19,90 €
Es un libro ligero, discreto, de escasa profundidad, construido con una literatura que recurre a lo típico, y a la ausencia de grandes recursos. Prosa de calidad discutible, y memorable. Muy flojo.