El pequeño Roger Wolfe

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Luz en la arena

Roger Wolfe

Zut, 2013

ISBN: 978-84-695-8873-4

392 páginas

19,50 €

 

 

 

Juan Carlos Sierra

Roger Wolfe inicia con Luz en la arena la primera etapa de unas memorias -o algo parecido- que llevarán por título Las cosas que un hombre ha hecho. Y como hay que empezar por el principio, en este volumen inaugural se abordan los recuerdos de infancia, que se extienden fundamentalmente desde el traslado de la familia Wolfe a la costa alicantina desde su Inglaterra natal hasta la finalización de la EGB del protagonista y narrador de estas memorias.

A lo largo de las casi cuatrocientas páginas de las que consta este volumen transitan relaciones familiares, episodios escolares en un colegio de jesuitas, disputas, riñas y descalabros -aunque también amistades que soportarán de manera diversa el paso de los años-, visitas de «ilustres» personajes relacionados con la familia Wolfe -en su mayoría británicos-, celebraciones, olores y sabores de la cocina materna,… La mayoría de las anécdotas relatadas por Roger Wolfe en Luz en la arena resultan tan gustosas que, por una parte, sería algo prolijo detallarlas y, por otra, si me detuviera a mencionar tan solo unas cuantas, caería en algo muy parecido a una traición hacia el lector que quiera acercarse a este libro, por lo que me abstendré de hacerlo.

No obstante, lo que sí se puede adelantar sin perjudicar a nadie, ni al libro ni al lector, es el sentido que sobre la infancia destilan todas estas peripecias vitales de los primeros años del autor vistos desde la atalaya de la cincuentena. Sin caer en el tópico del «paraíso perdido» ni en esa retórica de la inocencia también perdida por la contaminación del mundo de los adultos, Roger Wolfe fija su mirada en algo que se pasa por alto en muchos de los relatos -biográficos o no- sobre la infancia, esa vivencia particular del tiempo que poseen los niños. Así lo explica el autor en la página 132 de Luz en la arena: “La infancia es el flujo perpetuo; la infancia es la duración. (…) Los días, en la niñez, también eran eternos. Era como flotar en una nebulosa en la que no existía principio ni fin. ¿Reminiscencias, recientísimas aún, del líquido amniótico? Es posible”. Solo por esta constatación ya merece la pena detenerse en este libro.

No sé muy bien qué mueve a un escritor a escarbar en los años transcurridos y menos, en este caso, cuáles han sido las motivaciones exactas de Roger Wolfe para hacerlo. En cuanto al lector que se acerca a las autobiografías de sus autores de cabecera se le supone cierto interés paleontológico, una suerte de indagación imprescindible en los orígenes vitales de una obra que admira. Sin embargo, para los interesados en la genealogía de la escritura de Roger Wolfe no hay aquí muchas pistas, salvo una avidez lectora que raya lo enfermizo y unos cuantos libros, especialmente los de Guillermo Brown, que en algún sentido marcaron ciertos rasgos de personalidad contestataria y rebelde del autor desde su más tierna infancia.

En cuanto a la prosa en que están escritas estas memorias, se puede decir que se detectan vasos comunicantes con la poesía del escritor anglo-español. En Luz en la arena aparece el Wolfe más de andar por casa, más directo, frente al más lírico, que trata de cuidar especialmente la adjetivación. No obstante, hay veces que precisamente esa propensión adjetivadora deviene, por exceso, en un abuso del calificativo que convierte a su prosa en un artefacto rocoso que hace avanzar la lectura a trompicones.

Salvando este escollo aquí y allá, Luz en la arena se antoja un libro necesario para los interesados en la génesis de la personalidad de Roger Wolfe, si es verdad que esta se forja principalmente durante la infancia, y una imprescindible puerta de entrada a futuros volúmenes en los que se espera que por fin aparezcan las raíces que soportan su personalísima obra. Quizá en el segundo volumen, presumiblemente dedicado a la adolescencia y juventud, haya más suerte en este sentido.

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