Miguel Ángel Muñoz
Alcalá Grupo Editorial, 2009
ISBN: 978-84-96806-91-7
145 páginas.
14,90 euros.
Jesús Cotta
Se trata de una novela bien escrita y muy bien estructurada, con un final al que se podía haber llegado de muchas otras maneras y por eso está uno desconcertado desde el principio sin saber a dónde nos va a llevar el autor. Uno intuye que algo gordo y feo va a pasar, pero no sabe qué. Y, en efecto, ocurre y es entonces cuando uno comprende el título de la novela y se encuentra además con una sorpresa visual que no es habitual en las novelas, pero que le añade un toque interesante y por el que felicito al autor.
Ninguno de los personajes me cae especialmente simpático, salvo el anciano y, al principio, el protagonista, pero a medida que este, con su voz inquietante, me ha ido refiriendo retazos de su vida, he comenzado a verlo como un tipo peligroso y desagradable y, a pesar de ello, es el más interesante de la novela. Rodeado de personas seguras de sí mismas o triunfadoras, va de un sitio a otro como un juguete de las olas y sólo sabe tomar las riendas de su vida destruyendo algo. Es lo que vulgarmente se conoce como un gilipollas, un resentido que esperaba mucho del mundo y de los demás y se creía con derecho a muchas cosas y entonces se siente herido porque los demás se lo montan mejor que él. Si los demás juegan a veces sucio para triunfar, él acaba jugando sucio para fracasar más aún. No es la suya una gran historia, pero ella lo ha convertido en un tipo peligroso. Y siendo la suya una actitud moral despreciable, no he podido dejar de escucharlo página tras página, porque yo, el lector, sabía que, mientras que los demás personajes lo ven como alguien anodino, yo era el único que conocía de veras el volcán que él es por dentro. Lo sabía mejor que él mismo.
Desde luego, no es una novela para levantar el ánimo y es una pena que en esta posmodernidad abunde tanto la literatura pesimista. Pero, no todo va a ser reír. Y además agradezco al autor el haber surtido en mí el efecto increíble de hacerme entender por fin al malo sin justificarlo un ápice.
De vez en cuando viene bien asomarse a las cloacas interiores, sobre todo si es de la pluma de Miguel Ángel Muñoz.
Esta obra, en fin, me ha sumergido en los abismos de un corazón herido por el despecho que al final acaba atentando contra la alegría y la inocencia. Y por eso me ha dejado tocado. ¿O no es despreciable ese tipo de gente que, por sentirse víctima, acaba siendo verdugo? Así se fraguan los terroristas.
Bravo, Jesús
Ese bravo me ha sonado a gloria.