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El precio de la modernidad

 

la vida modernaLEONOR RUIZ | No todos los libros son cualquier libro. Llegó de Granada nuevo, plastificado, con su portada rugosa, la insignia editorial elegantemente camuflada (descubran ustedes dónde) y un olor por el que merece la pena sentirse en trance por un rato.

Zelda Sayre murió a los cuarenta y siete años durante el incendio del último hospital mental —de los varios— que habitó. Había nacido en Alabama en 1900. Fue bailarina, pintora, escritora y toda una celebridad de los felices 20 (la primera flapper de Estados Unidos, la denominó su marido). Ingeniosa, rebelde, desinhibida, hiperactiva, disciplinada… Los que la conocieron decían que se expresaba con la naturalidad de un niño. Se casó con Scott Fitzgerald, con quien pasó quince años viviendo en hoteles. Ambos, Zelda y Scott, parecieron sucumbir a la vorágine desatada por su fama y sus talentos. El alcohol y los desequilibrios los destruyeron.

Como escritora, Zelda publicó una única novela (Save Me The Waltz), once cuentos, una obra de teatro (Scandalabra) y once artículos. Son estos últimos, escritos entre 1922 y 1934 para revistas como Esquire o Metropolitan, los que reúne este volumen de La vida moderna, juntos en cuidada edición (Miguel Ángel Martínez-Cabeza a cargo) por primera vez en lengua española. Acompañando a los textos, aparecen, además, dibujos, pinturas y materiales de diversa índole plástica (la mayoría de ellos sin fechar en origen) pertenecientes a la obra de Zelda, así como fotografías del álbum familiar de los Fitzgerald.

Abre la compilación una reseña del libro de Scott Hermosos y malditos, que Zelda recomienda por motivos más bien prosaicos, sin desaprovechar la ocasión de resaltar los plagios de su esposo («el señor Fitzgerald parece creer que el plagio empieza en casa»), correspondientes a las cartas y diarios de Zelda que el escritor, supuestamente, utilizaba a su antojo.

‘Panegírico a las modernas’ y ‘¿Qué fue de las modernas?’ incluyen valiosas reflexiones sobre las mujeres y los cambios de la época. Por ejemplo: «el grito más fuerte contra la modernidad es que ha vuelto cínicas a las jóvenes del país». O: «La mejor moderna es reticente en lo emocional y valiente en lo moral. Siempre sabes lo que piensa, pero se reserva los sentimientos para sí». Sin embargo, no sabemos el lugar exacto en el que la autora quiere situarse. No hay una opinión explícita respecto a estas transformaciones sociales o una clara toma de partido salvo desde la ironía distante.

Algunos textos son muy breves (el quinto, ‘Desayuno’, se despacha en diez líneas). Otros, como ‘Polvos y pintura’, hablan de la importancia para el progreso y el ánimo de un país de los adornos (entiéndase por ello el encanto femenino) y el maquillaje. ‘Al volver la vista ocho años atrás’ es quizá el artículo de mayor hondura: «los días [durante la guerra] eran tan intensos que cada año cumplido parecía un siglo añadido a la experiencia emocional».

‘Acompaña al señor…’ podría considerarse un informe detallado aunque sucinto del periplo hotelero de los Fitzgerald entre 1920 y 1934. Para terminar con ‘Se subasta…’, inventario de los lotes de objetos acumulados en las cajas de mudanza familiar, una vez el matrimonio se despide de la vida errante.

¿Qué es la vida moderna? ¿Descaro, dispersión, frivolidades? «Uno cambia mucho más las palabras que lo que tienen que decir», dice la autora. A Zelda Fitzgerald hay que leerla entre líneas; más allá de su imagen; y de la imagen de su imagen. Cómo le hubiera gustado Instagram a Zelda Sayre.

La vida moderna (Abada Editores, 2019) | Zelda Fitzgerald | 139 páginas | 12 euros | Traducción y edición de Miguel Ángel Martínez-Cabeza

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