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El producto Murakami

De qué hablo cuando hablo de escribirALEJANDRO LUQUE | Las pasiones que despierta la narrativa de Haruki Murakami solo pueden compararse con el fervor de sus detractores. Sorprende comprobar, por ejemplo, cómo cada año las redes sociales se llenan de mensajes celebrando la no concesión del Premio Nobel al escritor japonés, acompañados con las correspondientes invectivas y menosprecios a su obra. Este libro no permitirá dilucidar quién tiene razón, si los turiferarios o los críticos, pero sí cómo encaja Murakami tan vehementes reacciones.

Después de publicar con éxito De qué hablo cuando hablo de correr, una serie de reflexiones sobre su afición a las carreras de larga distancia, el escritor se propone hablar de esa otra prueba de resistencia que es hacer novelas. Una práctica que, según nos dice —y no es el primero—, tiene mucho de ejercicio físico, casi deportivo, aunque la verdadera meta quede muy lejos, y solo sea posible atisbarla al cabo de los años, quizá al final de una vida.

El volumen, que tiene más de confesión autobiográfica que de taller de escritura creativa, por más que se desgranen algunas recetas prácticas, repasa los inicios de Murakami, la cadena de casualidades que hizo de él una joven promesa literaria, la relativa importancia que da a los premios literarios, su idea de la originalidad, la importancia de su faena como traductor y las conexiones de la escritura con la música, el respaldo de su esposa como primera lectora, su disciplina de escribir diez páginas diarias –ni una más, ni una menos– la elección de los temas o el dibujo de los personajes.

Sin embargo, muy pronto vemos que, si —como se atribuye a Larra— escribir en España es llorar, escribir en Japón se parece a algo así como pedir perdón. Murakami no deja pasar una ocasión para disculparse por todo, no sabemos si para apaciguar a sus feroces enemigos o por el íntimo arrepentimiento que le produce el haber tenido alguna vez la osadía de hacerse novelista.

Así, y aunque en todo ello haya mucho de formalidad, pide perdón por ser demasiado individualista, por no empeñarse en vincular sus libros a una responsabilidad social, por no haber ido a la guerra ni a los safaris como Hemingway, por no haber tenido buena sintonía con algunos correctores, por haber estado en desacuerdo con opiniones de sus lectores, por haber contado desde el principio con el beneplácito de éstos, por no congeniar con la crítica, por escribir como escribe y no poder hacerlo mejor, por ganar dinero con ello, por no poder hacer disfrutar a todo el mundo con sus historias…

Sí, buena parte del contenido de De qué hablo cuando hablo de escribir es un mea culpa. No obstante, y dejando a un lado la cortesía y la humildad típicamente niponas, el modo en que Murakami demuestra haber combatido y superado sus complejos y sus vicisitudes contribuye a definir muy bien cómo ha sido su forja de escritor. Y en la última parte del libro, en mi opinión la más interesante por inusual en este tipo de libros, también desvela algunas claves de su proyección internacional —traductores, editoriales, agentes, promoción— que ayudan a entender mejor, si no al escritor, sí al producto Murakami.

Porque el autor de Tokio blues pide perdón por todo, menos por haberlo intentado con determinación, con fe en sí mismo, con una voluntad inquebrantable para seguir, para reponerse ante las zancadillas de la crítica especializada. Con mucho de ese espíritu solitario y de superación que tiene el corredor de fondo que cohabita en la misma piel que el escritor superventas, tan amado y odiado a la vez.

Publicado en revista Mercurio

De qué hablo cuando hablo de escribir (Tusquets, 2017), de Haruki Murakami | 304 páginas | 19,90 euros | Traducción de Fernando Cordobés y Yoko Ogihara

admin

5 comentarios

  1. Para mi Murakami es único ;crea unas extrañas atmósferas; sus personajes solitarios e indivialistas conectan conmigo ;le encantan las orejas femeninas como también los gatos;sus historías inacabadas son reales como todo la vida, en cambio la fragilidad temporal es una fantasía que muchos experimentamos.
    ¿ por qué ese odio por su obra? Pues, porque cabalga sus mundos de palabras.

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