0

El punto de vista, chaval, el maldito punto de vista

JUAN CARLOS SIERRA | En la página 101 de Trigo limpio –Premio Biblioteca Breve 2021-, la última novela de Juan Manuel Gil (Almería, 1979),hay una conversación relevante entre el narrador , que se dedica a eso de escribir novelas -¡qué casualidad!-, y su representante. Dice así:

– ¿Tú quién te crees que eres? ¿Javier Marías?

– Muñoz Molina.

– ¿Qué?

– Que prefiero ser Muñoz Molina.

– Tú no estás bien, ¿verdad?

Independientemente de las preferencias literarias del narrador, que, aunque no venga al caso, suscribo y comparto; aparte del deficiente estado de salud mental de este que la última afirmación del representante quiere subrayar, la mención a Antonio Muñoz Molina se antoja, por aquello de los azares de la literatura y su mercado, totalmente pertinente en estos momentos, porque tanto en Trigo limpio como en El miedo de los niños, la última novela del escritor ubetense, se indaga en ese supuesto paraíso perdido que es la infancia. Por cierto, abro aquí un excurso rápido: ¡ojo al melón que parece haberse abierto últimamente en la narrativa patria con esto de utilizar la infancia como materia prima narrativa de primer orden!

Pero volvamos a nuestro análisis. Si digo supuesto, y añado presunto, es porque en la infancia no es oro todo lo que reluce, porque la memoria a veces se deja engatusar por la nostalgia y porque esa época de la vida también alberga terrores, pesadillas y traumas, normalmente provocados por los adultos, que es necesario que salgan a la luz narrativa, como ocurre en estas dos obras.

Tanto en la novela de Juan Manuel Gil como en el relato lago de Muñoz Molina hay que esperar al desenlace para entender qué está pasando realmente, es necesario dejarse llevar hasta el giro final, hasta el cambio de perspectiva del narrador motivado por un agente externo que se inmiscuye en la trama, que se cuela en el relato de forma azarosa, como si el mismísimo Paul Auster estuviera susurrándoles a ambos autores desde el fondo de la pantalla del ordenador o de la página en blanco. En cualquier caso, los elementos externos no aparecen forzados, no chirrían, sino que se integran perfectamente en el esquema narrativo. Tanto es así en el caso de Trigo limpio, la obra que nos ocupa aquí, que este intruso se convierte en juez y parte, en motor del ejercicio narrativo, en pieza determinante para el giro necesario de la novela, para el cambio del punto de vista narrativo y lector. Porque aquí tenemos una de las claves de la novela del autor almeriense. “¡El punto de vista, chaval, el maldito punto de vista”, se lee en la tercera página de la novela y más adelante, en la página 345, eso mismo le espetará al narrador Simón, ese personaje que surge ‘austerianamente’ en un momento dado del proceso de escritura para darle un revolcón definitivo y determinante al relato, al lector y, de paso, al narrador.

Dejando a un lado la temática nuclear de Trigo limpio, debemos destacar que la novela, que es una obra multigénero (novela policíaca, novela de formación, novela de la memoria, autoficción,…), se describe a sí misma según se va escribiendo, o ese es al menos el artificio que utiliza Juan Manuel Gil para hablar de la literatura desde dentro de la misma literatura. Aparte de las intertextualidades libremente adaptadas, como queda explicado en la ‘Nota del Autor’ (página 389), Trigo limpio es un manual de estilo en sí mismo, un curso acelerado y acertado de creación narrativa, un taller de escritura ajeno a los tópicos, una apuesta teórica que se hace praxis narrativa sin despeinarse, sin que rechinen sus engranajes. Algo así como metaliteratura; algo así como Señales de humo o La cadena trófica de Rafael Reig, cada uno a su manera. Esta es la apuesta novelística de Juan Manuel Gil, coherentemente ejecutada, con la que no necesariamente todo lector va a estar de acuerdo, por supuesto, pero ya nos han dicho que todo se reduce “al punto de vista, chaval, el maldito punto de vista”; en este caso, el de Juan Manuel Gil como arquitecto narrativo.

Trigo limpio, esta novela multiforme, esta novela de novelas, se convierte, pues, en un cruce de caminos o en un tránsito de pasadizos reales y metafóricos entre la realidad y la ficción construidos con fragmentos de memoria de la infancia que, como ya hemos comentado, desembocan en un giro de guion inesperado gracias al cambio de perspectiva. En esta construcción narrativa de historias que se cruzan y se alimentan llama poderosamente la atención el manejo que hace Juan Manuel Gil del diálogo. Este, como en Pío Baroja, fluye de forma natural, verosímil y autosuficiente, sin puntos de apoyo, sin necesidad de indicaciones sobre el tono, la intención, el ritmo, el gesto,… que puedan ayudar al lector a construirse una imagen de la situación dialógica. Como todo lo que tiene apariencia de naturalidad, esta forma de presentar el diálogo guarda detrás un largo proceso de aprendizaje, que probablemente comenzara en Mi padre y yo. Un western, esa rareza que publicó Juan Manuel Gil en 2012; como todo lo que parece fácil, a estos diálogos los sostiene un intenso y acertado trabajo de construcción, de limpieza y de pulido, del que no todo narrador sale tan bien parado como le ocurre a Juan Manuel Gil en esta novela.

Y como complemento ajustado y pertinente, a veces incluido en estos diálogos y otras en el aparataje puramente narrativo, nos encontramos en Trigo limpio un fino, destilado, agudo, punzante e inteligente sentido del humor que sostiene durante gran parte de la narración la sonrisa del lector y a veces la desborda en carcajada.

Trigo limpio no es una novela fácil en cuanto a su devenir cronológico, tampoco lo es en lo relativo al desarrollo de su trama. El asunto que trata nos puede hacer bola, ya sea por sus condimentos nostálgicos o por lo nauseabundo del giro argumental. Menos mal que de vez en cuando se puede uno reír. Además, si todo esto no fuera suficiente, se inmiscuye la propia literatura dentro de la literatura (o viceversa), lo que para algunos lectores puede resultar algo engorroso e innecesario. Todos estos ingredientes exigen, por lo tanto, un lector atento, alerta, nada complaciente. Así que habrá quien decline la invitación a su lectura que he pretendido que sea esta reseña. Pero no pasa nada. Como ya sabemos, todo depende del punto de vista, chaval, del maldito punto de vista.

Trigo limpio (Seix Barral, 2021) | Juan Manuel Gil | 392 páginas | 20 euros

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *