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El Roto no tiene Facebook

EGM26920.jpgCamarón que se duerme se lo lleva la corriente de opinión

El Roto

Reservoir Books, 2012

ISBN: 9-7884-3972-612-8

110 páginas

8,95 €

Ilya U. Topper

En los años noventa, yo trabajaba en una oficina de Madrid que distaba de mi casa lo que dura un periódico. Cada mañana compraba El País en el kiosco, atravesaba los torniquetes, me metía en el vagón y -Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal- fui leyendo las 12 páginas dedicadas a Internacional. Luego, ya ojeando el andén por si llegaba mi parada, leía Forges y El Roto. Y si quedaba tiempo, un rápido vistazo a los titulares de Nacional.

Si no quedaba tiempo, porque el vagón no permitía desplegar el periódico durante el viaje, abría únicamente la página de Forges. Y me desternillaba de risa, normalmente. Luego la de El Roto. Y se me cortaba la risa de un golpe seco. Como a la mandíbula.

Hay quien encaja las viñetas de los diarios en la categoría Humor. Viendo El Roto, uno entiende que no tiene nada que ver. Los dibujos de Andrés Rábago no tienen ni puta gracia. O la misma que tiene un puñetazo al plexo solar que también te puede dar la risa floja. O cortártela, si te estabas riendo de alguien. Noquearte o despertarte. O ambas cosas a la vez. Más de una vez me pasaba que me leía páginas y páginas sobre los enormes peligros de, digamos, la gripe aviar. Una terrible pandemia que ya se había llegado a cobrar tres víctimas y media en Lejano Oriente. A razón de lo cual, la OMS recomendaba tomar medidas, los aeropuertos cancelaban vuelos y los gobiernos, pongo por caso el español, gastaban medio presupuesto anual en adquirir vacunas. Tras varios reportajes a cinco columnas llegabas a El Roto y veías su propuesta del día: dos personas inclinados sobre una mesa con mandos, ruedecitas, botones, y una pantalla en la que se dibujaban ciertas curvas. Dice uno: «Cuidado. La gente empieza a hacerse preguntas«. Responde el otro: «No te preocupes. Sube el volumen del miedo«.

Es muestra de una enorme maestría, probablemente nunca superada en el panorama de la prensa europea y americana que haya podido caer en mis manos, que un dibujante, con un par de trazos y dos frases, pueda contradecir, llevar ad absurdum, aniquilar toda una sección de su propio periódico en los diez segundos que uno tarda en asimilar el boceto.

Les he contado la viñeta (de memoria) porque creo que no viene en Camarón que se duerme, la edición de 105 dibujos dedicados a los medios de comunicación, la publicidad, la propaganda, la opinión público (¿pero es que hay alguna diferencia entre estos conceptos?) que ha sacado Mondadori en Reservoir Books. No pienso ir describiéndolas aquí: cómprense el libro, que para eso está. Son nueve euros, pero da para reflexionar mucho más que un par de copas.

Si ustedes han dejado de comprar El País desde su espantoso ERE (espantoso por injustificado: los trabajadores que mantenían rentable el diario pagaron por las especulaciones de los directores millonarios de la empresa matriz), por lo menos pinchen de vez en cuanto en la sección viñetas, que es gratis. Es una de las pequeñas contradicciones del capitalismo despiadado del siglo XXI: permite al ciudadano acceder de forma gratuita a la información -la viñeta de El Roto- que es capaz de despertarle y señalarle los mecanismos con los que se le manipula a diario.

Probablemente, el capitalismo despiadado puede permitírselo. El ciudadano, así sea lector de El Roto ¿despierta? ¿Qué se puede esperar de una sociedad en la que profesores de colegio, gente con estudios, periodistas, se envían unos a otros todos los días anuncios de perritos dálmatas a adoptar?   Durante años los mismos perritos con la misma foto y el mismo teléfono de contacto «y si no quieres ninguno, ayuda a difundirlo», sin que nadie compruebe un segundo en un buscador de internet, que también es gratis, si lo que difunde es verdad o mentira. Perritos dálmatas, niños con leucemia, planes para la Amazonía, falsedades sobre Irán, titulares de El Mundo Today: todo vale, todo se difunde, nadie comprueba, si nos llega por internet, necesariamente ha de ser verdad. Y sobre todo, ha de reenviarse a todos los contactos.

Ya no hace falta manipular al ciudadano: se automanipula encantado de la vida. La mutuamanipulación voluntaria y gratuito le ha puesto la corona a los mecanismos que denuncia El Roto. Probablemente, alguien de los de arriba vio hace algunos años -creo que era durante la guerra de los Balcanes, pero también pudo ser durante la invasión de Kuwait- un dibujo muy preciso de El Roto (tampoco está en el libro): Su típico ciudadano pensativo, sentado a solas ante una pantalla negra. «He apagado el televisor. Desde mi casa no se bombardea a nadie«.

Ya no sirve apagar el televisor. Ni tirarlo a la basura. Hemos adoptado el papel de los poderosos y nos dedicamos con ahínco a la ardua tarea de confundir verdad y mentira. La corriente que se lleva a los camarones dormidos, la producimos nosotros mismos. Para los de arriba es el mundo perfecto. No damos ya ni trabajo. Como mucho leemos al Roto de vez en cuando, que nos sigue hablando de la manipulación. Imagino que El Roto no tiene Facebook.

admin

3 comentarios

  1. Muy interesante su reseña, señor Topper. Solo hecho en falta que nos diga Vd. el nombre de ese bar donde ponen las copas a 4,5€…

    • ..Y, evidentemente, que me recomiende una academía de ortografía para mí. (lean «echo» donde escribí «hecho»).

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