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El santo laico

Jean-Paul Sartre

RAFAEL CASTAÑO | En mi deficiente formación filosófica, Sartre es el hombre equivocado que defendió el estalinismo con unas orejeras de las que Camus –si es que nació con ellas– no dudó en despojarse. Y el marido de de Beauvoir. También el último intelectual del reino perdido de los intelectuales.

Por eso lo primero que hace Annie Cohen-Solal, autora de esta breve biografía, es desactivar esa duda del que se acerca bajo la sombra simple de sus prejuicios: «¿A qué se llama, exactamente, un «error» en política? ¿Acaso no subentendemos, al decir «error», la existencia de una verdad perenne, última, platónica? Sartre jamás se encerró únicamente en un comentario acerca del mundo. Se desplazaba, alertaba, se indignaba. ¿Cómo arrogarse entonces de buena fe el derecho de jugar a los censores retrospectivos para discernir puntos buenos según el rasero de avatares que ya se conocen?»

No sé si estas palabras convencen, porque bordean la hagiografía. Creo que nadie puede juzgar el pasado a la luz del presente, es cierto. Sin embargo, parece también que con estas palabras se descartan, ocultos o almibarados, desatinos quizás no tan involuntarios o atribuibles al tiempo que habitó el personaje.

La función de este Jean-Paul Sartre, que Anagrama rescata en su nueva Biblioteca de la Memoria, esa serie verde de tacto levemente aceitoso, es la de introducir al lector, muy superficialmente –la misma autora publicó, con otros fines, una monumental biografía sobre el mismo asunto–, en la obra y vida del filósofo francés. Pero un obstáculo derrumba su función propedéutica: no parece el texto de un curso introductorio, sino un recordatorio para iniciados.

Sucede también en las novelas: si un personaje no tiene tiempo para llenarse de vida, como llena de aire la boca el globo, porque el escritor nos zambulle en su nombre y su rostro como si el nombre fuera un rostro y el rostro un carné de identidad, el personaje pierde su consistencia, y su nombre resbala por nuestros ojos sin marcarnos la memoria. No nos importa lo que le pase porque no vemos más allá de las palabras, habla sin hablar, está hueco o muerto.

Abre el libro una avalancha de obras que abruma y que se pasea por sus hojas como paseaban los ovetenses por el bulevar de Vetusta. Distinguimos entre los convecinos el figurón atormentado de Fermín de Pas, y con eso nos quedamos. Distinguimos en el libro, de este modo, la conferencia «El existencialismo es un humanismo» o La náusea o El ser y la nada, y ya está. Somos alumnos inalterados. Hay entusiasmo en Cohen-Solal, se ve, pero este no logra prender el papel.

¿Qué sí prende en el lector que aprende? Que Sartre supo aprovechar las respectivas fortalezas de los medios, las tribunas, los escenarios, para difundir su obra. También la canción, el cine, el viaje. Que en él Francia huyó de sí misma en dos ámbitos: el campo y las instituciones. Que alguien categórico y proteico, que además «detestará las relaciones jerárquicas entre maestro y alumno» será, por ello, una paradoja andante. (¿Es este el único clavo ardiendo al que podría agarrarse nuestro deseo de fascinación?)

Debería figurar al principio la advertencia de Wittgenstein en su Tractatus: que quizás sólo entenderán estas ideas quienes ya las habían pensado antes. ¿Es mío el problema? Pasando las páginas las dudas se desvanecen: poco a poco Cohen-Solal explica lo que antes bosquejó, y todo se va aclarando.

Este reconocimiento que acabo de hacer puede resultar contradictorio, pero es, a mi modo, un reflejo de la actitud sartreana: la búsqueda sin norte aparente, constante e inexplicable; es decir, la conjunción del pensamiento francés, tan rebuscado, tan aparente, con la sencillez de la acción política, también aparente y rebuscada, especialmente en los años 60 y 70, pero inserta en la vida.

Sartre acudió a apagar (y encender) los fuegos del mundo. Y hoy, por el alcance de sus obras entre el público lector, sólo quedan cenizas. Este libro trata de rescatar las ascuas despiertas de aquellos discursos. Es una aproximación que desprende cariño, estudio y admiración. Algo de eso llega al lector, pero resulta insuficiente. Para los interesados, por ello, sepan que Edhasa publicó en 2005 la edición íntegra: casi 800 páginas. No se vende mucho.

Jean-Paul Sartre (Anagrama, 2019), de Annie Cohen-Solal | 160 páginas | 15,90 €

admin

2 comentarios

  1. Estupenda lectura, Rafa. Otro día rescato lo que Wiesenthal contaba de los camusianos y los sartrianos en el mayo francés.

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