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El tocino y la velocidad

9788416290437NURIA MUÑOZ | Existe una convención casi universal que consiste en disculpar de todo pecado a aquel que ha sufrido, al que ha padecido, a la víctima de una desgracia o al superviviente de una tragedia. Es una ley, que llevamos prácticamente inscrita en los genes, la que nos hace inventar virtudes para camuflar auténticos bodrios, halagar con la boquita pequeña (por aquello de la vergüenza ajena) lo que no deja de ser un atentado artístico.

El caso de James Rhodes (Londres, 1975) no es, ni mucho menos, tan extremo. Por si algún eremita no sabe de quién estoy hablando (ya que su presencia en los medios ha sido apabullante), Mr. Rhodes es un pianista conocido por haber oreado el apolillado concepto de “música clásica” y por haber escrito su autobiografía a la temprana edad de 40. ¿Y de qué habla en ella? De violaciones, drogas, psiquiátricos e intentonas suicidas.

Instrumental. Memorias de música, medicina y locura es el título de las memorias de Rhodes, publicadas en España en una esmeradísima edición de Blackie Books. Y el comienzo es el siguiente: el pianista fue violado salvajemente por su profesor de gimnasia entre los 5 y los 10 años sin que nadie –o casi nadie– advirtiera más que una introspectiva evolución en la personalidad del niño. Y entonces, cuenta, descubrió a J. S. Bach, y su música se convirtió en el refugio que lo aislaba de la vergüenza, el miedo y el dolor. Y también de la culpa, porque una de las secuelas que el pederasta deja en su víctima es un profundo cargo de conciencia por haber “participado” en un acto sucio y prohibido.

Después de esto, Rhodes realiza la transición de la infancia a la adolescencia entre abusos de compañeros escolares y encuentros esporádicos –ya consentidos, algunos incluso buscados por él– con hombres adultos a cambio de juguetes o golosinas. La rueda gira ya montaña abajo.

El músico británico, desbocado y sin frenos, abusa del alcohol y las drogas, se casa y tiene un hijo, es internado en una institución psiquiátrica, intenta suicidarse, padece graves trastornos mentales, se divorcia, se enamora de verdad, se automutila, acude a rehabilitación y, finalmente, se hace concertista de éxito y denuncia las violaciones a las que fue sometido por su profesor (que en ese momento aún seguía ejerciendo y continuaba dando clase a niños).

No está mal para 40 años, ¿verdad? De hecho, el material de su vida daría para más de unas memorias. Pero claro, ese material hay que transformarlo, moldearlo, y Rhodes no es escritor, ni escribir una autobiografía es hacer un relato lineal de tu historia y dividirlo aleatoriamente en capítulos encabezados por una breve semblanza de uno de tus compositores favoritos… por mucho que tu historia tenga que contar. Pero claro, ¿quién le dice a un tipo que ha tenido que operarse la espalda debido a las lesiones provocadas por las fuertes penetraciones de su maestro de gimnasia, que padece un reflejo condicionado que lo hace llorar cuando tiene una erección, que vive entre innumerables tics, quién le dice a esta persona que su libro no es bueno?

A esto me refería al principio, a la manía de mezclar churras con merinas, porque argumentar que Instrumental no es sino un libro fallido no es negarle al señor Rhodes ni una pizca de su condición absoluta de víctima. Si yo argumento que el volumen está construido casi únicamente con coloquialismos, que abusa de expresiones como “me la pone dura” o “puto apocalipsis”, ¿estoy acaso obviando su drama personal? Desde luego que no.

Me da la sensación de que Rhodes es un magnífico comunicador. Dicen que sus programas en televisión son entretenidos y divulgadores, parece que los conciertos que ha organizado para público con trastornos mentales han resultado terapéuticos, y sus detractores afirman que está ensuciando la música clásica con sus recitales en vaqueros ante un auditorio joven y con limitados recursos económicos, lo cual siempre es un punto a su favor. Pero manejarse en este terreno no es igual que hacerlo en la literatura, ni uno es escritor simplemente porque su vida esté repleta de hechos absolutamente fascinantes o terribles.

No se está haciendo buena literatura cuando hay pocos registros más allá de “mierda”, “tío”, “joder” o “gilipollas”. Tampoco se hace buena literatura cuando se predica sobre el poder sanador del amor y la paternidad, o sobre el “nada es imposible” y el “todo se consigue si uno se lo propone”. James Rhodes ha sufrido lo indecible, pero con Instrumental no le salido un buen libro. Más bien, especialmente al final, ha llenado páginas (muchas) con frases que parecen sacadas de las crispantes tacitas de Mr. Wonderful.

Instrumental. Memorias de música, medicina y locura (Blackie Books, 2015) de James Rhodes | 288 páginas | 19,90 € | Traducción de Ismael Attrache

admin

3 comentarios

  1. Coincido en en que el registro general del libro entre las palabras «mierda», «gilipollas» y demás, resulta bastante flojo y le quita fuerza al texto. Sin embargo, decidí seguir leyendo la «novelita» porque me parecía que él, James Rhodes, está hablando siempre con sinceridad. Sí, no es escritor, pero es un tipo honesto. Y ése registro de honestidad no sólo se refleja al hablar sin tapujos de sus traumas, sino también en las pequeñas descripciones que hace de las diferentes piezas musicales en cada capítulo. El registro de honestidad viene cuando sin ton ni son te dice: Sokolov es el mejor pianista vivo y ni siquiera lo argumenta ni necesita hacerlo. Su libro, más allá de ser un libro, es él platicando con el lector. Así como nunca se las da de gran pianista, tampoco de escritor. No todo libro debe ser una obra de arte. En este caso Rhodes, creo, escoge el libro casi por casualidad, más como soporte, que pensando en hacer un libro. Bien podría ser la transcripción de una charla larguísima que puede uno mantener con él. Así como su libro se queda en un registro gris y a veces tedioso, lo mismo tu reseña que, al igual que él lo hace, sólo avienta opiniones sin justificación. ¿Por qué no mencionas que el libro habla de música sin ser esnob? ¿Por qué atacas que haya, al final del mismo, una parte de redención y de «todo se puede lograr» sin justificar por qué eso está mal? Auguro, ciertamente, algo de esnobismo de tu parte porque esos temas, esa manera de pensar y esas incitaciones a la felicidad son despreciadas por los intelectuales a priori… En todo caso, yo sí rescato, y lo repito, la honestidad del tipo. Creo que le pides a un libro lo que tú esperas de un libro (así, en general), sin realmente hacer un crítica certera, profunda y bien argumentada. Valoro, entonces, al igual que en el libro, tu honestidad, pero nada más.

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