ILYA U. TOPPER | En los noventa, una colega mía, llamémosla Juana, me relataba que estaba escribiendo un ensayo sobre las diferencias de estilo literario entre hombres y mujeres. Perplejo ante la idea de una escritura genital, le propuse hacer la prueba y evaluar fragmentos de texto (confieso que mi canalla interior ya se veía incluyendo algún poema de Mercedes Escolano en el muestreo) para asignarle sexo al autor, pero ella lo rechazó: una idea ideológicamente correcta, y esta lo era, no se podía empañar con algo tan vulgar como una prueba empírica, me respondió.
Lo que no entendí es por qué Juana insistía en afirmar que su defensa de la desigualdad literaria entre varones y mujeres era feminismo.
Veinte años después viene Carmen V. Valiña, periodista, es decir empírica, y hace la prueba. Analiza los reportajes realizados por periodistas mujeres de la cadena pública TVE en Oriente Medio y Norte de África. Con un fin declarado: ¿tienen un estilo distinto al de sus colegas varones a la hora de narrar las noticias? ¿tienen una cobertura «generizada»? (Si además su cobertura se aproxima más o menos a la verdad no es objeto de la investigación).
Ciento treinta y cinco páginas tarda Valiña en darnos la respuesta, eso sí, una respuesta neta y concisa: «Las mujeres seleccionadas no tienen una mirada diferenciada del conflicto respecto a la de sus homólogos masculinos. Las diferencias vienen determinadas por el estilo de cada una de las periodistas, no por su sexo».
En otras palabras, una mujer periodista trabaja de periodista, no de mujer. Sorprendente ¿sí? ¿Vivimos en una sociedad que se espera lo contrario? Tal vez consuele recordar que en 1791, un médico alemán aún tuvo por necesario escribir un tratado para demostrar que las mujeres forman parte de la especie humana. Destinado a una sociedad que llevaba diez años leyendo a Kant.
Afortunadamente, no se acaba ahí el interés de la tesis de Carmen V. Valiña, y digo tesis porque es obvia su deuda con canon académico: desde la forma, con la necesidad de colocar nota a pie de página para fundamentar la veracidad de frases como «Viajar siempre supone una interacción con el Otro», hasta el fondo: el enfoque en una cuestión teórica comparativa, que deja en segundo plano la pregunta que yo me haría como periodista: ¿cómo nos contó TVE el (mal llamado) mundo árabo-islámico?
Ese segundo plano, no obstante, sí aporta un elemento de enorme peso, una observación crítica y enmienda a la totalidad que ya era hora que alguien planteara: la ausencia de mujeres en las pantallas de TVE cuando se trata de contar los conflictos de Afganistán (desde Pakistán), Iraq o incluso la llamada Primavera Árabe. Puede sorprender un poco que al inicio, la autora busca el motivo en la mentalidad de la sociedad española de los 80, aún marcada por el machismo de décadas pasadas, como si el machismo de la sociedad pakistaní fuera lo de menos. Y continúa con elucubraciones sobre por qué motivos (de soterrado racismo) los reporteros (ellos y ellas) prefieren acudir a ONGs europeas o norteamericanas en el país en lugar de hablar con la población local. Hay que esperar hasta la página 137 hasta encontrar una brevísima mención a -quizás- «razones idiomáticas».
Vamos a resumirlo: los periodistas de TVE, ellas y ellos, no tienen ni papa de árabe ni de pashto. Son incapaces de entrevistar a nadie en ningún país «árabo-musulmán». Por eso llevan lo que en inglés se llama fixer: un avispado agente local que propone temas, localiza fuentes, realiza llamadas, fija entrevistas y traduce todo lo que se diga en ellas. Deducir del producto informativo la mentalidad de la reportera española es como juzgar los movimientos de natación sincronizada de alguien pillado en un remolino.
En este sentido, el trabajo de Carmen Valiña pone de manifiesto -ocultándolo púdicamente con algún intento de echar fuera balones ideológicos- la paupérrima calidad de la cobertura de TVE respecto a nuestros vecinos al sur del Mediterráneo, haciendo la prueba en el punto donde más duele: ¿qué nos han contado de las mujeres en estos países? Y clama al cielo que no nos han contado casi nada. Ni siquiera salen en pantalla cuando, como Valiñas apunta cargada de razón, están en la calle, manifestándose, dando discursos, participando plenamente, como ocurrió en Tahrir. Y es grave, porque entender el lugar de la mujer en la sociedade es entender qué ocurre con esa sociedad.
A ratos, uno lamenta que Carmen Valiña no haya escrito un libro distinto: uno que nos cuente el progreso y el retroceso de las mujeres en estas sociedades llamadas árabes o musulmanas. Porque salta a la vista que ella sí que conoce muy bien este proceso: sus breves apuntes para contrastar la ausencia de información en TVE cautivan por su concisión, su precisión, su capacidad de narrar los procesos históricos de avance y contraataque, y los factores políticos que los determinaron. Se aprende más con estos párrafos dispersos que con todos los telediarios de la sobremesa.
Por esto también se antoja cierto despropósito que en las entrevistas a siete de las reporteras al final del libro no solo se les pregunte por su oficio -cosa lógica- sino también por sus opiniones sobre la evolución de los conflictos o el impacto de la religión. En esta parte, las respuestas serían mucho más interesantes si las hubiera dado Carmen V. Valiña. Aunque la única forma de responder correctamente a una pregunta sobre «el estatus de las mujeres en los países árabes y musulmanes» es negar la mayor. La pregunta es de trampa. Y hay quien cae en ella y evoca a Malala, la chica paquistaní a la que le pegaron un tiro por querer estudiar. Que equivale a preguntar por el estatus de las mujeres en los países hispanos y católicos y responder que es espantoso: en Filipinas no se pueden ni divorciar.
Igualmente ilustrativa es cuando, a la pregunta de si habla árabe, una de las reporteras responde: «Hablo muy poco, pero lo que hablo es cherja, un dialecto del norte de Marruecos, en el Rif, con lo cual no me servía de mucho». (Es como preguntar a una reportera de CNN enviada a Venezuela si habla español y que responda: «Muy poco, pero lo que hablo es euskera, un dialecto del norte de España, con lo cual no me sirve de mucho»).
Esta es, pues, la conclusión: así nos contaron ellas, y deducimos que ellos igualmente, el «mundo árabo-islámico»: como si existiera. Y para rematar, la diseñadora de la portada, Lucía Bajos, ha puesto su grano de arena al castillo de clichés: la foto debe mostrar, por supuesto, a unas mujeres con cerrado velo fundamentalista. Así es como son ¿no?
O así nos lo siguen contando.
Hay mucho trabajo por delante para Carmen V. Valiña. Espero que no tarde.
El mundo árabo-islámico como ellas nos lo contaron (Clave intelectual, 2016), de Carmen V. Valiña | 264 páginas | 17 euros