El sueño del celta
Mario Vargas Llosa
Alfaguara, 2010
ISBN: 978-84-204-0682-4
440 páginas
22 euros
Premio Nobel de Literatura, 2010.
José Martínez Ros
Llegó el Premio Nobel, se produjeron las aclamaciones de costumbre (mezcladas con algunas críticas de aquellos para los que no compartir determinadas convicciones políticas o una cierta visión de la sociedad te convierte de manera automática en un peligroso delincuente) y ahora aparece un libro… tal vez en el peor momento para ser juzgado con ecuanimidad.
Respuesta del autor de esta reseña: por supuesto que sí. Y lo afirmo porque devoré la primera gran obra de Mario Vargas Llosa, La ciudad y los perros, a los catorce años (y me sigue pareciendo un libro excelente para descubrir en la adolescencia), sobrecogido, sintiendo que esa novela ambientada en un colegio militar de Lima se refería directamente a mi vida de entonces; porque Conversación en La Catedral o La fiesta del chivo, dos de las más altas novelas que se han publicado en nuestra lengua durante el pasado siglo XX, me han hecho entender la miseria moral y la íntima opresión que significa una dictadura para los que la padecen mejor que tantas torpes películas españolas sobre el franquismo; porque La guerra del fin del mundo (una narración que transcurre en Brasil del XIX) me parece lectura obligatoria para entender el auge de los fundamentalismos religiosos y étinicos. Y, desde luego, porque novelas menores como Lituma en Los Andes o Pantaleón y las visitadoras me han divertido enormemente. Así pues, si lo desean, compren El sueño del celta. Es una novela correcta. Pero no dejen de ir a una biblioteca o una librería para encontrarse con las maravillas que ha escrito Vargas Llosa y que (esperamos) siga escribiendo.
Yo no dejaré de esperar esas maravillas que, espero, siga escribiendo. Y lo haré por las mismas razones que tú expones, más Conversación en la Catedral y La casa verde, que me parecen sus dos obras magistrales. Desde luego que merece ese premio y desde hace ya mucho tiempo.
Pero este libro, y me dan igual sus ideas políticas que no comparto, me lleva a pensar que esas maravillas ya no volverán. Y no sólo este libro, sino los anteriores desde La guerra del fin del mundo. El personaje Roger Casement ha sido tratado ya de manera más brillante. Pienso, por ejemplo, en Sebald, que también lo mereció (el premio).
Lo que no comparto es que si alguien no valore la narrativa actual de este grande de la literatura, se le tache como «uno de aquellos para los que no compartir determinadas convicciones políticas o una cierta visión de la sociedad te convierte de manera automática en un peligroso delincuente.»
En fin, un abrazo.
Hola. Tal vez no me expresé con claridad: me refería a aquellos que habían criticado el premio, aduciendo únicamente a criterios políticos o, para decirlo con más exactitud, a que MVL no piensa sobre política sobre ellos. Yo mismo afirmo desde el principio que este libro (ni el paraiso en la otra esquino, por ejemplo) están a su altura. La fiesta del chivo si me parece una novela poderosa. ¡Abrazos fuertes!
Yo me quedo con La Casa Verde, para mí una obra magistral: tan enrevesada que cualquiera la tiraría a la papelera tras 50 páginas, si no fuera porque es imposible hacerlo: es demasiado buena.
Tras leer una serie de artículos suyos en el País sobre Iraq, donde afirmó haber ido pensando que la guerra era justa, pero donde contaba sin tapujos las desastrosas, bárbaras, consecuencias de la guerra, me he reconciliado incluso con su visión política: pensará diferente, sí, pero piensa.
ilya u. topper
Sí, Ilya, tienes razón: piensa. ¿Sabes? Hace unos, ya muchos, años hablaba con otro de los grandes de la literatura de su país, y me mostraba mucho cariño por MVLL. Yo le pregunté si realmente pensaba como decía que pensaba. Había leído antes sus ensayos y artículos de Contra viento y marea, y me había encandilado. Por aquellos años se presentaba a la presidencia del gobierno de su país. Me contestó que sí, que pensaba tal y como decía. Le pregunté: ¿Y es querido en su país? Y aquí mi interlocutor pensó unos segundos para decirme que no. En Perú la derecha que le votaba nunca lo aceptaría, nunca le perdonaría su pasado, pero se aprovecharía de él: de su nombre internacionalmente considerado, de su prestigio y en definitiva de eso: de que él sí piensa y defiende bien lo que piensa. Otro tema es su entorno…