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En busca del tiempo perdido

EDUARDO CRUZ ACILLONA | Siempre se ha dicho que los hijos se parecen a los padres. Lo mismo que siempre se ha dicho que toda regla llevaba asociada la excepción a la misma. Pues bien. Es lo que ocurre en este libro, que no son los hijos quienes se parecen a los padres sino al revés, el padre quien se parece a los hijos. El padre es Hervé Le Tellier, quien, en su faceta de editor, tuvo el buen tino de publicar la obra de dos grandes como Raymond Queneau y Georges Perec. Raro era que el padre no se viera contagiado, arrasado y abducido por el singular y portentoso estilo de los hijos. Y desde esa premisa es como puede entenderse mejor este libro.

Lo abre un primer bloque compuesto por una curiosa e imaginativa sucesión de relatos. Todos ellos tienen en común que sus protagonistas, de procedencias y circunstancias completamente diversas, han viajado en el mismo avión y en la misma fecha en el trayecto que va de París a Nueva York. Salvo eso, los relatos, ya digo, podrían conformar un magnífico libro de relatos independientes entre sí.

Sin embargo, si de una novela se trata, es raro, o al menos singular, llegar a la página 120 y que todavía no haya ocurrido nada de lo que se cuenta en la contraportada. ¿Se trata de una torpeza, de un premeditado spoiler editorial, un guiño metaliterario a los hijos Queneau y Perec?… Tampoco importa en exceso. El disfrute de esta primera parte nada tiene que ver con lo que está por venir.

Eso sí, el ingenio, el humor y la mezcla de géneros empiezan a hacerse patentes a partir de esa página 120. En ocasiones, parece que quien escribe es el mismísimo Tom Sharpe. Otras, Douglas Adams, el autor de la Guía del autoestopista galáctico. Por el contrario, en algún momento del libro, el lector lamentará profundamente la formación en Matemáticas del autor y su empeño en demostrarla.

Y ahí es donde, lo que podía ser una magnífica novela, se convierte en otra cosa. No se puede dedicar las 115 primeras páginas de un libro (un tercio del total) a presentar a unos personajes que ni siquiera tendrán un protagonismo claro en las doscientas siguientes. No se puede hacer salvo que seas Marcel Proust y luego puedas dedicarte en cuerpo y alma a buscar el tiempo perdido. Los tecnicismos se sobreponen a la trama. Las cuestiones de fondo se ven eclipsadas por las justificaciones formales. Y si bien es cierto que, en ocasiones, te topas con una genialidad que te hace soltar una carcajada, la duda es si ese momento justifica las diez soporíferas páginas que te has tenido que tragar con anterioridad. Cuánto habría mejorado este libro si el autor hubiera hecho más caso a su yo editor que a su yo científico empeñado en justificar teorías absolutamente prescindibles. Cuánto más se podría disfrutar de este libro atendiendo a la casuística de los personajes, a su evolución, a sus emociones, a sus reacciones mucho más que a las complejas reuniones de sesudos técnicos tratando de argumentar un hecho que ya hemos asumido como paranormal y del que queremos regodearnos en cada movimiento, en cada página, aplaudiendo la hilarante recreación de todo el complejo sistema de seguridad nacional de los Estados Unidos de América, con su “trumpantojo” de presidente a la cabeza, y no teniendo que alargar nuestro tedio entre elucubraciones tecnicistas pretendidamente rigurosas. Es muy complicado sacar adelante con éxito un argumento que se sustenta tanto en una colección de relatos como en los artículos sacados de una revista supuestamente científica. 

Podría terminar recomendándoles la lectura de este libro, pero, como parece sugerir el título del mismo, nunca diría que leyeran esta anómala novela. No sé si me explico…

Reseña publicada con anterioridad en la web de Tres Pies al Gato.

La anomalía (Seix Barral, 2021) | Hervé Le Tellier | Traducción de Pablo Martín Sánchez | 368 págs. | 20,50€

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